La madrugada apagó la guitarra de Alberto Albornoz

La madrugada apagó la guitarra de Alberto Albornoz

“El gordo” tenía 77 años.

BAJO PERFIL. El guitarrista Albornoz fue un notable acompañante. LA GACETA / ROBERTO ESPINOSA BAJO PERFIL. El guitarrista Albornoz fue un notable acompañante. LA GACETA / ROBERTO ESPINOSA
30 Enero 2018

Un acorde en Mi mayor se calló y apagó los 77 años de Alberto “El gordo” Albornoz en la madrugada del domingo, dejando huérfana una guitarra. Y aunque el tango le calentaba el corazón, su talento como acompañante le alcanzó para abordar casi todos los ritmos populares.

“Tocamos 51 años juntos. Lo conocí en un boliche en el 63, yo paraba en el hotel Savoy. Me invitó a su casa, me presentó a su familia y viví con ellos cinco años. Comenzamos a tocar juntos; era orejero. Antes de conocernos, él había sido músico de Avelino, luego de Freddy y los Incendiarios, con el que hacía música tropical y lo que estaba de moda. Luego armamos Los Disonantes con el Negro Véliz, Lucho Acosta y Richard López. Hacíamos música melódica, rumbas, boleros. Después armé el cuarteto de cuerdas de Miguelito Ruiz con él, Marcelo Véliz y en contrabajo Rino Bon. Tocábamos al estilo Grela, ahí copamos la parada para acompañar a todos: Morán, Sobral, Goyeneche, Rivero, Marino, Dumas, Floreal Ruiz, Nelly Vázquez, Gloria Díaz...”, evoca el guitarrista Miguel Ruiz.

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Para el violinista Fernando Matos fue el mejor acompañante de folclore y tango que tuvo la provincia. “Fue un perfecto compañero de giras y de shows, y bastaba con el violín y su guitarra para que la fiesta fuera completa. Pero lo más importante es que era una excelente persona, que desparramaba afectos y facilitaba su ayuda a cuanto músico quería empezar en esta profesión. Se lo va a extrañar mucho”, afirmó.

Ocurrente y de bajo perfil, Albornoz fue protagonista de muchas andanzas risueñas. El saxofonista Antonio Vera, a quien El Gordo acompañó el año pasado en el restaurante La Negra, recuerda: “En el desaparecido Briquet, tocábamos todas la noches acompañando a una cantante, de mayor edad que la nuestra, a la que llamábamos Tía. Cuando cantaba el bolero “Nosotros”, comenzaba diciendo: “Escúchame...” En ese momento, Alberto se levantaba, se le arrimaba y le decía: “¿Qué pasa, tía? ¿Qué pasa, tía?” Era uno de los tantos momentos de su humor”.

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Ruiz, que fue acompañante del armoniquista Hugo Díaz y se radicó en Tucumán, cuenta: “Una vuelta veníamos de Termas -habrá sido en el 78- y se me queda el auto, entrando a la caminera de acá. Hacía un frío bestial y estábamos de pantalón y camisa negra; se nos apagó la calefacción y comenzamos a correr alrededor del auto para calentarnos... Para mí era un hermano, hemos vivido tantas cosas juntas... me miraba la nuca y ya sabía qué iba a tocar. Era muy ocurrente, le gustaba reunir a los amigos a guitarrear, era el tipo más feliz del mundo. Ha sido un bohemio hermoso, sin maldad”.

Tal vez ahora, en algún lugar del silencio, Alberto Albornoz esté refregándose las manos antes de despuntar la nostalgia de la guitarra en “El garrón”, ese tango de los viejos que arropaba su alma de bohemio.

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