Apunten contra los ciclistas

Andar en bicicleta es sinónimo de mejor calidad de vida, en eso estamos todos de acuerdo. Lo insólito es cómo se empeña la realidad tucumana en desalentar una práctica tan sana y recomendable. “Camine, use la bici”, alientan terapeutas de toda laya. “Ojo que te roban o te atropellan”, susurra el sentido común. En medio de ese tironeo queda el ciudadano, deseoso y necesitado de dedicarle un buen rato al pedaleo, pero obligado a tomar infinidad de recaudos. Tantos que muchas veces la bicicleta termina convirtiéndose en un adorno del patio, el balcón o el lavadero. O donde sea que se la guarde.

Las emboscadas a los bikers en el cerro y alrededores son moneda corriente. Si alguna autoridad finge sorpresa por el episodio de esta semana -un grupo de ciclistas fue atacado por una banda en Yerba Buena- constituye, cuanto menos, un acto de caradurismo. Por las sendas, en la zona de Horco Molle, hay que circular con ojos en la nuca porque el peligro es latente. El mercado negro de rodados de mountain bike deja excelentes ganancias, lo que refuerza la certeza de que no se trata de atracos aislados y al azar. Los bikers piden protección.

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El mapa de los robos a ciclistas está tapizado de puntos rojos en la capital y el Gran San Miguel de Tucumán. No hay corredores seguros, ni siquiera por las avenidas más transitadas ni en horarios pico; y ni hablemos de la mayoría de los barrios. Tampoco de la burbuja de las cuatro avenidas. A bordo de la bici hay que llevar un GPS mental que indique por dónde y a qué hora circular. Las zonas de alto riesgo se multiplican en todas las direcciones. Los parques -con el 9 de Julio y el Guillermina a la cabeza- invitan a obrar con la máxima prudencia. Y así.

Tucumán está a años luz de erigirse en una ciudad bici friendly. El del tránsito es un embrollo que hasta aquí nadie ha sido capaz de afrontar con la suficiente decisión política. Los estudios que se hicieron están prolijamente cajoneados. Nadie pide que nos convirtamos en Amsterdam de la noche a la mañana, pero al menos podríamos empezar por un reordenamiento, al menos en la zona céntrica. Trazar bicisendas hoy, en pleno caos, es inviable. Para que buena parte de la población adopte la bicicleta como medio de transporte es imprescindible implementar primero una serie de medidas que involucren cómo, por dónde y a qué hora deben moverse autos particulares, taxis, motos, ómnibus y camiones. A partir de allí valdrá el rediseño urbano.

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Pero hay una arista central en este cuadro de situación: el escaso -o nulo- respeto al ciclista, lo que no deja de formar parte del ecosistema netamente selvático que impera en nuestras calles. La diferencia es que tirarle el auto o el ómnibus encima a una bicicleta equivale a jugar con la vida del prójimo. Si lo que impera en Tucumán es la ley del más fuerte, el ciclista siempre será el penúltimo eslabón de la cadena alimenticia. Al final de esa lista siempre aparecerá el peatón, que en los papeles goza de los mayores derechos pero en la práctica se ve obligado a jugarse el pellejo en cada esquina. A María Elena Walsh le faltó dedicarle un par de versos a Tucumán cuando hilvanó las geniales estrofas del reino del revés.

Pese a todas estas contingencias, los ciclistas no se rinden. Es admirable cómo le dan batalla a la incomodidad, por ejemplo de no tener dónde dejar la bici cuando les toca hacer un trámite o una compra. A falta de bicicleteros, el viejo hábito de encadenarla a un poste se mantiene vigente, aunque no es garantía de nada. Días atrás, un lector narró cómo había dejado su bici atada a un arbolito y cuando volvió se habían robado las dos cosas. Aunque poco a poco, en reparticiones públicas, instituciones educativas y grandes comercios van apareciendo algunos bicicleteros. Pequeños y bienvenidos avances.

La bici, el histórico y fiel medio de transporte de generaciones de laburantes, es como la natación: una actividad física de lo más completa, a la que pueden subirse desde niños hasta ancianos. Para corroborar los beneficios que aporta a la salud basta un clic en Google. Es sorprendente cómo Tucumán, que debería ser el paraíso de las bicicletas, pone tantos palos en las ruedas.

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