La nueva constante de Avogadro

La derrota electoral suele tener consecuencias políticas de peso, como dirigentes raleados o renuncias, mientras que los triunfos implican la consolidación de un modelo. En el área de Cultura de la Nación, la cuestión fue la revés: la victoria del oficialismo a nivel general en las recientes PASO (con resonantes picos en algunas provincias, no así en Tucumán) fue contemporánea con la renuncia del número dos de ese Ministerio, el inquieto Enrique Avogadro, cara visible de esa cartera y que en sus apariciones opacaba al titular, Pablo Avelluto.

La interna entre ambos tiene consecuencia directa en la relación con las provincias. Llegar a Avogadro y sumarse a sus proyectos sobre industrias culturales era más fácil y sencillo que acceder a Avelluto, con una agenda cargada de compromisos de cartel y presencias en actos y despachos oficiales. La diferencia entre ambos fue evidente en la Fiesta Nacional de Teatro que tuvo lugar en mayo en Mendoza: mientras el ministro nacional estuvo reunido con sus pares de esa provincia y de los municipios de la capital y de Godoy Cruz y faltaron en bloque a la inauguración para evitar abucheos, su joven viceministro dio la cara y conversó con distintos grupos y referentes artísticos que había en el lugar. Dos estilos que encierran dos mensajes contrapuestos.

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Ni siquiera hubo formalidades a cuidar en la partida. Avogadro dio a conocer su renuncia cuando no se habían apagado los festejos de Cambiemos, tras el domingo de primarias formales y no reales en ese frente. Dentro del abanico del PRO las internas no se resuelven en las urnas, sino que quien concentra más poder acumula fuerza suficiente como para desplazar al más débil, como pasó en este caso.

En diciembre de 2015 sorprendió la llegada de Avelluto al gabinete nacional. El número puesto para asumir en Cultura era Hernán Lombardi (actual titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos), pero apareció de pronto el robusto periodista con pasado en las coberturas deportivas y en las aventuras editoriales y ocupó el sillón. Ahora se vuelve a mencionar la posibilidad de que Cultura sea una Secretaría bajo el comando del radical Lombardi: fue oficialmente negado pero puso en alerta a la Red Federal de Gestores Culturales Públicos, que calificó esa posibilidad como “un retroceso”. Avogadro será reemplazado por el secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional del Ministerio, Iván Petrella, poco conocido por estos pagos pese a su cargo rimbombante y especializado en el vínculo entre la religión y la política.

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La resolución de la crisis dentro del Ministerio nacional ratifica una estrategia cultural que se repite en Tucumán, donde nada hace vislumbrar cambios en el Ente que preside Mauricio Guzmán, y cuya estructura sigue con los mismos nombres y propuestas desde hace más de una década, lo cual confirma que lo innovador y alternativo pasará por fuera de las oficinas públicas. Que Guzmán y su equipo de apoyo sigan en el cargo es anecdótico; el fondo es que tengan nuevas ideas y las implementen, lo que no se ve. Dos ejemplos: en momentos en que se presiona por una ley provincial de la música, sigue sin reglamentarse la del teatro que ya tiene años en espera; y todavía no se formalizaron los subsidios comprometidos a las producciones audiovisuales locales. Las gestiones que se realizan desde el Ente Cultural ante la Casa de Gobierno son insuficientes, vacuas o inútiles cuando se las miden desde el resultado y no desde la buena voluntad.

No se conoce programa público de la Provincia en la promoción artística que genere un movimiento que conmocione al campo local, sumido en lo previsible y de resultados conservadores, mientras que por fuera bulle un colectivo amorfo, vital y dispar de iniciativas independientes. Entre ambas tensiones (una para que todo siga como hasta ahora, sin levantar olas; la otra para que Tucumán crezca -o se recupere, según algunas lecturas- como vanguardia), llega el cimbronazo de los cambios en la Nación, que obligarán a reformular relaciones y vínculos con quien maneja el dinero.

Es que desde los despachos nacionales se reclama, cada vez con mayor ahínco, que la producción cultural tenga un fuerte componente de autosustentabilidad, bajo la idea de la Economía Creativa y el aporte privado para sostener toda actividad. Formalmente se niega todo recorte en los subsidios que deben ser entregados por ley en los entes autárquicos (del Cine y las Artes Audiovisuales; del Teatro y de la Música), pero los realizadores que ganaron concursos para filmar series para la televisión o cortometrajes vienen quejándose por demoras en las liquidaciones del Incaa que complican su plan de rodaje. Las salas teatrales tucumanas estarían al día en recibir los aportes del INT para mantenimiento, aunque con cifras que van desde los $250.000 anuales ($20.000 por mes para afrontar servicios, tasas, impuestos, alquiler y empleados) a poco más de $120.000 en ciertos casos.

El funcionario nacional renunciante tenía como muletilla hablar de “ecosistemas culturales y creativos de Argentina”, que incluye determinantemente a los consumidores de arte (como el público). Hace dos siglos, el físico italiano Amodeo Avogadro anunció su teoría de que en toda sustancia había una misma cantidad de partículas si eran medidas en idénticas condiciones de presión y temperatura. Si traspolamos esta idea al presente, la masa de creadores artísticos sería una nueva constante de Avogadro, salvo que se alteren las condiciones de su existencia. Sin apoyo estatal, agonizarán y se cambiará de paradigma al de la jungla, a la supervivencia del más apto.

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