Una vida color “naranja”

Una vida color “naranja”

Emilia conoció el básquet cuando tenía ocho años y sigue jugándolo.

13 Agosto 2017

Una mañana de 1957, Emilia Albarracín, que por entonces tenía ocho años, volvía a su casa del barrio San Cayetano. Su mamá la había mandado a hacer las compras para el almuerzo. Pero cuando estaba a una cuadra, el destino se cruzó en su camino.

La pelota se había escapado de la cancha del club del barrio, que por entonces no tenía techo ni paredes. Ella la tomó con sus manos; midió y lanzó. Luego fue a buscarla, y volvió a tirar; y otra vez, y otra más. La bolsa con la carne había quedado olvidada junto al aro, para festín de un flaco perro callejero. Emilia recibió una paliza por aquel descuido; pero no le importó: se había enamorado del básquet con una pasión que, 60 años después, todavía perdura.

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“De chica no tenía muñecas; lo mío era la pelota de básquet. Practiqué desde muy jovencita”, contó a LG Deportiva. Más allá de aquellos retos por descuidar la comida y por demorarse, su mamá la apoyaba. “Estaba a mi lado. De hecho, se enfermó en una cancha de básquet, cuando yo jugaba para Nicolás Avellaneda. Durante tres años, ella prácticamente crió a mi hijo mayor, para que yo juegue”, dijo.

Según narró, el básquet femenino en Tucumán era muy fuerte en la década del 60. “Había 14 equipos. Belgrano, Alberdi y San Cayetano eran muy bravos”, recordó. Y su habilidad resultó casi natural, al punto que a los 10 años debutó en la Primera de “Sanca”, y a los 12 ya integraba la selección tucumana de mayores. “Jugué mi primer argentino en San Juan, en 1963. Estuvimos entre las cuatro primeras. Era un equipo fuerte”, dijo. Ese grupo se consolidó, y en 1968 logró el campeonato Argentino, que se jugó en Villa Luján.

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Albarracín se destacó en ese torneo, al punto que fue la única jugadora del norte que terminó siendo parte de la selección argentina. “En Buenos Aires éramos 53 jugadoras, de todas las provincias, y quedé entre las 12. Yo no pensaba que iba a estar en la Selección. Cuando me avisaron fue una alegría enorme. No lo podía creer. Éramos una cordobesa, una rosarina, una mendocina, una entrerriana y yo, y el resto, de Capital Federal”, contó.

Aquel entrenamiento resultó durísimo: “practicábamos tres veces al día, durante tres meses. Terminábamos con los dedos lastimados, porque la pelota era de plástico, no de cuero, como ahora”.

Con la camiseta de la selección logró el subcampeonato en el Sudamericano de Guayaquil (Ecuador, 1970): “Allá sentí miedo. Creí que no volvía. Les ganamos por tres a las locales, y se armó lío. Nos tiraban con botellas. Por suerte pudimos salir de la cancha. Perdimos la final contra Brasil”.

Trayectoria

Albarracín sigue viviendo en el barrio que la vio nacer. Su casa semeja un museo de su trayectoria: varias paredes están decoradas con fotos, con recortes de diarios y de revistas; con medallas y con otros recuerdos. En vitrinas guarda los trofeos que conquistó con varios clubes: San Cayetano (desde los ocho años), San Martín, Estación Experimental, Independiente Rivadavia (Mendoza), Güemes (Banda del Río Salí), Nicolás Avellaneda (último torneo, con 43 años) y selecciones tucumana y argentina.

Pese a que sufrió un accidente cerebro vascular, en mayo de 2000, jamás abandonó el deporte. Hoy juega al maxibásquet y también se inclinó hacia otra disciplina: el voley. “Es mixto se llama ‘Newcom’. Jugamos en el complejo Ledesma. Y con el maxibásquet estamos preparándonos para el Argentino que se jugará el año que viene, en Alvear, Mendoza”, contó. No es el único evento que tendrá el año próximo: también se conmemoran las bodas de oro del Campeonato Argentino que ganó con la selección tucumana, en 1968. ¿Le gustaría que se organice algo, en recuerdo de los 50 años de aquel logro?, le pregunta LG Deportiva. El silencio de Albarracín evidenciaba que su mente había vuelto a aquellos días: “somos muy pocas las que quedamos de aquella época. Dios quiera que se organice algo. Sería lindo”.

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