Imitemos a Cristo en su atención al prójimo

Imitemos a Cristo en su atención al prójimo

09 Julio 2017

La misa de hoy

BPRO. MARCELO BARRIONUEVO

Jesús viene a librar a los hombres de sus cargas más pesadas, echándolas sobre Sí mismo. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).

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Junto a Cristo se vuelven amables las fatigas; el sacrificio junto a Cristo no es áspero y rebelde, sino gustoso. Él llevó nuestros dolores y nuestras cargas más pesadas. El Evangelio es una muestra de su preocupación por todos: “en todas partes ha dejado ejemplo de su misericordia” (San Gregorio Magno). Resucita los muertos, cura los ciegos, los leprosos, los sordomudos, libera los endemoniados... Alguna vez no espera que le traigan al enfermo y dice: “Yo iré y le curaré” (Mt 7,7). Aun en el momento de la muerte se preocupa por los que lo rodean. Y entonces se entrega con amor, “como víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn 2,2).

Debemos imitar al Señor no sólo no echando preocupaciones innecesarias sobre los demás, sino ayudándolos a sobrellevar las que tienen. Siempre que sea posible, debemos asistir a otros en las cargas que la vida impone: “cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo, con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes. ¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios!” (Camino 440).

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Liberar a los demás de lo que pesa, como haría Cristo, consistirá en un servicio, una palabra de ánimo, una ayuda para que esa persona mire al Maestro y adquiera un sentido más positivo de su situación. El amor descubre a los demás la imagen divina, a cuya semejanza hemos sido hechos; en todos reconocemos el precio sin medida que ha costado su rescate: la Sangre de Cristo. Cuanto más intensa es la caridad, en mayor estima se tiene al prójimo, y no sólo vemos a quien sufre sino también a Cristo, que se ha identificado con todos los hombres: “en verdad os digo, cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí lo hicisteis” (Mt 25,40). Cristo actúa constantemente en el mundo a través de los miembros de su Cuerpo Místico. Por eso, la unión vital con Jesús nos permite también a nosotros decir: “venid a Mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré”. La caridad es la realización del Reino de Dios en el mundo.

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