Amigos son los amigos

La escena parecía más característica de un artículo central de la revista Hola que de las típicas fotografías que se ven cuando un presidente norteamericano se reúne con el líder de otro país: distendidos y sonrientes, Donald Trump y Mauricio Macri comparten un momento sobre los sillones del Salón Oval junto a sus respectivas primeras damas. Es que en este encuentro protocolar, atípico para la Argentina reciente (el último presidente de nuestro país en tener una visita oficial con su par norteamericano fue Néstor Kirchner, que se reunió con George W. Bush hace nada menos que catorce años), tuvo un condimento adicional: la importancia de que ambos líderes se conocían personalmente de sus “vidas pasadas”. “Es un gran amigo al que no veo hace 25 años”, la frase de Trump es elocuente.

Justamente Trump: un hombre de trayectoria complicada en relación al trato con sus colegas. Díscolo y con pocos filtros comunicacionales, Donald es capaz de desplantar o de tener actitudes durísimas, totalmente alejadas de la diplomacia, aún con los líderes de las potencias. En cambio, ante la llegada de Macri, se lo vio empático, bien predispuesto, cálido, cándido, capaz de gestos muy poco habituales (tanto en lo particular como en lo que se ve en general entre un primer mandatario de Estados Unidos y un visitante).

En este contexto, la gira fue muy inteligente: Macri, cuyos asesores supieron en todo momento que iba a tener esta recepción especial por parte de Trump, aprovechó la fortaleza del vínculo y, al mismo tiempo, abrió una nueva puerta de oportunidades: el acercamiento al Congreso norteamericano. A diferencia de lo que lamentablemente ocurre en la Argentina, en los Estados Unidos el Parlamento tiene un rol fundamental, en especial en buena parte de las definiciones relacionadas con las políticas exterior, comercial y de subsidios. Distintos sectores de la sociedad de ese país están representados por lobbies que pelean por sus intereses particulares en el marco del Congreso.

Hasta ahora, nuestro país no había logrado desarrollar un diálogo ni abrir las puertas necesarias en el ámbito parlamentario para mejorar la situación comercial. Por eso, las reuniones mantenidas en el Senado y en la Cámara de Representantes pueden resultar claves en los próximos años. En la historia, muchos líderes internacionales lograron una mejor relación con el Congreso que con la Casa Blanca. Un ejemplo reciente es el del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu durante la gestión de Barack Obama. En un sistema institucional con un altísimo nivel de complejidad como el estadounidense, la posibilidad de balancear la capacidad de influencias puede ser la llave hacia los resultados positivos. El próximo embajador argentino en Estados Unidos deberá tener la capacidad de aprovechar todos los resquicios abiertos. Y si bien en la agenda de prioridades bilateral actual aparecen muchos temas políticos, como seguridad, narcotráfico o la situación en Venezuela, lo económico juega un rol fundamental. Por eso no llama la atención que en una encuesta reciente hecha en conjunto con D’Alessio IROL haya surgido el nombre de Alfonso Prat-Gay como primer candidato para reemplazar al saliente Martín Lousteau: un exministro de Economía podría reunir los atributos necesarios para enfrentar este desafío.

La Argentina está ante la posibilidad de construir algo que lleva décadas de demora: el establecimiento de un vínculo maduro y serio con los Estados Unidos. Ni las relaciones carnales popularizadas en los ’90 (y denominadas “entreguismo” unos años antes) ni las actitudes adolescentes propias de los últimos tiempos. Este nuevo vínculo, si bien tiene aristas políticas, estará basado en aspectos económicos. Los éxitos potenciales están al alcance de la mano. El encuentro petrolero en Houston fue muy positivo y el capítulo “limones” resulta fundamental, no tanto en términos cuantitativos como en los cualitativos. Es cierto que para Tucumán y algunas otras economías regionales puede resultar significativo, pero no se trata de un negocio que, por su volumen, vaya a cambiar la historia de la Argentina. Sin embargo, desde el punto de vista simbólico sí gana una importancia esencial: después de mucho tiempo, nuestro país estará en condiciones de exportar un producto en el cual es líder. Al mismo tiempo, aparecen otros ítems en la conversación que, por su propia complejidad, no lograron avanzar al mismo ritmo que los limones. La discusión por el biodiesel, por ejemplo, parecería haber quedado estancada.

Todo lo ocurrido durante la gira de Macri es condición necesaria pero no suficiente para que las inversiones lluevan, se diversifiquen en diferentes áreas sin perder densidad, generen más empleo (que es lo que más necesitamos) y tengan un impacto duradero en nuestro país. La Argentina deberá trabajar y mucho: el gobierno debe continuar bajando la inflación y mejorando el clima de negocios interno. Al mismo tiempo, existe una dependencia de factores que no dependen de nosotros, como el precio del petróleo. Las cartas están dadas y el gobierno debe estar atento para lanzar su jugada ganadora, la que puede convertir este hatajo de promesas y posibilidades en realidades. Porque en la altisonante frase positiva de Trump se puede también se puede leer entre líneas un aspecto negativo: es un hombre que puede vivir sin ver a sus amigos durante 25 años sin sufrir ni un poco por eso.

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