El Indio apasiona a los jóvenes sin excluir a los adultos

El Indio apasiona a los jóvenes sin excluir a los adultos

15 Enero 2017
Su música se ha transmitido de generación en generación: hoy, los colectivos que parten con destino a ver al Indio Solari van repletos de jóvenes, despedidos por sus padres que alguna vez también estuvieron en esa butaca y que ahora prefieren escucharlo reproducido en los discos antes de viajar más de 1.400 kilómetros para compartir el vivo.

Este 11 de marzo, el músico y sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado estarán en Olavarría, provincia de Buenos Aires. El show tiene el peso especial de la enfermedad de Parkinson que afecta al ídolo, por lo que cada presentación puede ser la última.

“Desde antes que yo naciera, en mi familia se escuchaba mucho a los Redonditos de Ricota, se compraban los discos y nos sentábamos a escucharlos. A los tres años ya cantaba ‘Jijiji’”, comenta Luciana Sanini, quien fue al show del año pasado, en Tandil. En su caso, como el de otros que fueron de muy chicos a su primera misa (como se conoce a los recitales del Indio), lo hizo en contra de la voluntad de sus padres. Tenía 18 años “cuando les dije que me iba y a ellos les parecía algo muy arriesgado, pero ya tenía todo pagado”.

Florencia Kerstens era más joven aún en su primera “misa”: tenía 16 años cuando vio en vivo a Solari, con un fanatismo heredado de su tío, y ya fue a cinco de sus recitales. “A mi viejo no le generaba mucha simpatía, pero al principio no era excesivamente masivo como en los últimos años, que ya le daba miedo la multitud de gente”, admite.

La locura que moviliza a los fans va más allá de conseguir el aval de sus padres. Karen Quiroga, quien ya lo vio en cuatro oportunidades, cuenta que tuvo que pedir dinero prestado porque sus padres no querían saber nada con los viajes. “Al año pasado salí con un par de sanguchitos y nada más. Pero allá eso no es un problema, porque entre todos te hacen el aguante”, afirma.

Si bien los jóvenes son la mayoría, los adultos no están prohibidos y muchos viajan en familia, como Lucía Ganim que fue con su papá y su hermana a Mendoza en 2014: “él se prende en todas nuestras locuras, no es fanático del rock nacional pero se copa, se terminó colando al recital y hasta saltando en el pogo”. Es que los ricoteros son de todas las edades, confirma Exequiel Paz: “lo que más me golpeó fue ver familias con niños que vendían remeras o bebidas para poder entrar todos y los chiquitos estaban muy emocionados por ver al Indio”.

Cada “misa” tiene una serie de rituales que todos comparten en una multitud convocada por una sola persona. “El recital tenía todo lo que imaginaba de su mística; existe una especie de mitología ricotera, la emoción la sentís desde mucho antes de que empiece”, asegura Juan Manuel Romero, quien tuvo la oportunidad de ir al show del año pasado con su novia. “Fue lo mejor vivirlo así, acompañado, bailar juntos las canciones más rocanroleras, abrazarnos en los temas con los que nos sentimos identificados y saltar juntos en los pogos”.

Una gran familia

“Me impactó la cantidad de gente que va a lo mismo, no hay problemas con nadie y te comparten todo sin conocerte”, describe Lourdes Filgueira. Kerstens agrega que es un fenómeno que no tiene distinción de grupo social: “no hay discriminación, sos amigo de todos porque vamos por la misma pasión”. Ese sentimiento generalizado es como el de una gran familia que vive en un ambiente de solidaridad. “Si te caes en medio del pogo hacen una ronda y te ayudan a pararte, si perdés la zapatilla sacan los celulares para que la busques”, explica Karen.

Es unánime la opinión de que cuando suena “Jijiji”, comienza el pogo más grande del mundo. “Se te pone la piel de gallina todo el tiempo, andábamos rebotando por cualquier lado, mirándonos desde lejos, riéndonos, cantando y gritando con la poca voz que nos quedada”, narra Lucía. Para poder dimensionarlo, Exequiel se alejó y lo vio desde afuera: “no es un pogo agresivo, sino que toda la gente salta junta como en una marea, es alucinante”.

Lo que comenzó como una aventura, ahora tiene una organización atrás. Lunáticos Viajantes es una de ellas y envía nueve colectivos por recital.

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