Llueve en Cosquín y a nadie le importa nada

Llueve en Cosquín y a nadie le importa nada

Los amantes del rock organizan sus vacaciones para ir a Cosquín y elegir entre más de 100 bandas o viajar hasta Olavarría para participar de una misa ricotera con el Indio Solari. Son viajes para crecer y para hacer lo que más les gusta, en un clima solidario.

MAL TIEMPO, BUENA CARA. Villafañe (izquierda), en Cosquín en 2016. foto de agustina villafañe MAL TIEMPO, BUENA CARA. Villafañe (izquierda), en Cosquín en 2016. foto de agustina villafañe
15 Enero 2017
Siempre llueve, pero a nadie le importa nunca. Mojarse forma parte del ritual de estar en el Cosquín Rock, la mayor cita de bandas del país que ya es un clásico. En un mes cumple 15 años.

Las lluvias se hacen presentes todos los febreros desde 2003 en la localidad cordobesa pero nadie se queja. El público rockero sabe a lo que se enfrenta cuando va al valle de Punilla y hasta lo disfruta.

“El año pasado, en el segundo día y mientras sonaba Don Osvaldo, se largó a llover torrencialmente y no paró ni un segundo. Era un mar de barro, todos se caían y se reían, una imagen muy graciosa que me va a quedar por siempre. Lo impactante fue que todos se quedaron hasta el final”, recuerda María del Rosario Ávila. A esta anécdota también se suma Agustina Villafañe, que al llegar al camping descubrió que todas las carpas estaban inundadas y no tenían agua caliente para bañarse. “Pero estás ahí, no te podes hacer problema por nada”, aclara.

Y la decisión de no moverse pese al clima no es sólo de los jóvenes. Hay familias que comparten el amor por la música y viajan todos los años a Cosquín, como Alberto Nuñez (54 años) y sus hijas Mariana y Emilia, quienes tienen asistencia perfecta en el festival desde 2007. “Desde chico me gusta el rock y cuando mis hijas tenían ocho años las llevaba a recitales”, afirma. Como buen padre, recomienda llevar ropa para embarrarse y mojarse sin preocupación. En una edición, la organización puso una lona en el piso para evitar el barro, pero la gente la levantó y la utilizó para cubrirse de la lluvia, explica.

Los cambios que se fueron dando terminaron favoreciéndolo, según relata: “antes tenías que ir un día antes para comprar la entrada, ahora es más fácil porque lo haces por internet y la retirás ahí; cuando era chico nos enterábamos de los recitales solo por el diario y hoy hay publicidad por todos lados”. “Es un festival con una seguridad importante, aunque jamás ví una situación de violencia. Mis hijas aprendieron a manejarse en un evento masivo como este”, agrega.

Cuenta regresiva

Miles de personas de todo el país se movilizan para vivir tres intensas jornadas a puro rock nacional y acomodan la agenda de sus vacaciones para estar allí. Incluso hay quienes prefieren Cosquín a un viaje de egresados. Este año, la fiesta será del 25 al 27 de febrero, durante el feriado de carnaval. Habrá tres escenarios con bandas en simultáneo, para abarcar la mayoría de los subgéneros rockeros. Estarán Los Pericos (cumplen 30 años), Ciro y los Persas, La Beriso, David Lebon, Fito Páez, Carl Palmer, Alfredo Casero, Las Pelotas, Los Fabulosos Cadillacs, Banda de Turistas, Bulldog, Botafogo, Indios Salta la Banca y un centenar más, entre emergentes y consagrados. También hay carpas para humoristas, presentaciones de libros, cortes de pelos especiales y tatuadores, entre mucho más.

Muchos grupos coordinan su viaje con alguna organización que ofrecen paquetes de entradas, colectivo y estadía, para lo que ahorran con anticipación. Agustina fue la excepción: en 2016 se decidió de un día para el otro, reventó su tarjeta de crédito para “vivir esa experiencia alguna vez y no me arrepiento aunque tuve meses de deudas”. El lugar ideal para estar es el camping, dice la viajera: “te levantas con música, todo el día hay guitarreadas y gente agitando con banderas”. Exequiel Paz, quien fue en dos ocasiones, coincide: “es el festival más federal país porque tenés gente de todas las provincias, hay mucha hermandad que por ahí en otra onda no encontrás”.

Ese vínculo que se construye te impulsa a dejarte llevar por el momento. Matías Suárez lo hizo. “Estaba hablando con gente que había conocido ahí sobre cómo comenzó nuestra pasión por el rock. Desde el principio me gustaron Los Piojos y entonces terminé rapándome un 27 y el signo del grupo con una firma de Ciro”, relata. Agustina optó por una marca para toda la vida, y junto a una amiga se tatuaron “festejar para sobrevivir”, como síntesis de lo que vivieron en Cosquín.

También hay gente que no es fanática del rock y que va al festival para acompañar a sus amigos; allí sufren una suerte de conversión, como el caso de Enzo Cantarutti: “fui obligado, más que nada me arrastraron, pero al final me gustó mucho. Fue más de lo que esperaba y definitivamente volvería”.

“Lo que me motivó a ir fue tener a tantas bandas en un mismo lugar. Una tras otra, el correr de un escenario a otro y el compartir con gente que le gusta lo mismo”, rememora María del Rosario. Es una sensación de adrenalina generalizada en el público. “La gente tiene que ir dispuesta a escuchar de todo, son recitales mucho más cortos y no hay descanso”, explica Fausto Masucci, quien asistió en 2011.

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