Jorge Monroy: rendirse, jamás

Jorge Monroy: rendirse, jamás

Talentoso por naturaleza, el golfista tucumano, que brilló en el país, busca ayuda para proyectar su juego en el exterior.

SUS PUNTALES. Nair y Elías, dos de los cuatro hijos de Monroy, posan orgullosos con su padre, en el patio de su casa. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ SUS PUNTALES. Nair y Elías, dos de los cuatro hijos de Monroy, posan orgullosos con su padre, en el patio de su casa. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ
28 Diciembre 2016
Allí, en uno de los pocos barrios de la provincia en donde la pelota es la más pequeña del mundo y el golf le gana por goleada al fútbol, está la casa de uno de los trabajadores silenciosos de un profesionalismo caníbal, en todo sentido. Jorge Monroy es uno de los tantos multicampeones nacidos en Tucumán. Sin embargo, nunca pudo dar el salto de calidad como lo hicieron Andrés Romero, Augusto Núñez y César Monasterio, por citar a rentados con varios sellos en sus respectivos pasaportes, y cuyos objetivos están lejos de las giras de cabotaje argentino.

Exitoso a nivel nacional, “Culón” sonríe y se alegra de volver a sentarse en un mesa a charlar con LG Deportiva. La última vez fue hace muchos años, días después de haber logrado su primer título -el Abierto del Norte 2010- a metros de la casa de su abuela en la cancha del Jockey Club, en La Rinconada. Pero no sólo los años pasaron. Hoy la sede de la entrevista no es en casa de la nona. “¿Viste? Esto no estaba antes y lo tengo gracias al golf”, señala como buen anfitrión Monroy a su casa, la que construyó gracias a innumerables birdies y pocos bogeys. Su dedo índice derecho señala la propiedad vecina. “La última vez nos vimos ahí, en la casa de mi abuelita”, saluda hacia esos lares Jorge, mientras el cronista de este diario le recuerda no haber olvidado jamás el jugo de naranjas de aquel convite. “Eran de ese árbol las naranjas”, agrega.

El brindis en casa de los Monroy será a pleno. A Jorge le fue muy bien en la última etapa de la temporada, en Argentina y en países vecinos como Bolivia, donde terminó segundo en un torneo de profesionales en Santa Cruz de la Sierra. “A Bolivia llegué porque el año pasado enviaron una invitación a jugadores del club (Jockey). Mandamos los datos y fuimos. Quedé cuarto y eso que no estaba en ritmo, je. De ahí empecé a jugar de nuevo”, hace un silencio Monroy, como dándose cuenta de que casi se había considerado un ex golfista. “Fue cuando empecé a trabajar en el driving range, pero en realidad jamás pensé en dejar. Nunca hay que bajar los brazos”, dice y revolea la cabeza mostrando lo que ganó con sus manos.

Gracias al segundo puesto en Bolivia, Jorge comenzará con el cielo raso de su casa. Hay más.

Su racha no comenzó en el altiplano, fue una extensión. Antes, había viajado a Salta, hacia donde se trasladó el Abierto del Norte. Allí, Monroy se impuso a gigantes como Ángel Cabrera, por ejemplo. Entonces, Jorge sintió que hilo en el carretel hay por cantidades industriales, pese a que su DNI declara que ya tiene 32 años.

“Mi viejo siempre me dijo: ‘por más que no tengas nada, siempre tenés que estar preparado. No sabés qué puede pasar. Seguí laburando porque en algún momento algo va a salir”. Y el éxito continuó en el Fabián Gómez Classic, en Chaco, donde finalizó segundo.

“Hay que invertir ahora el dinero, je”, se divierte quien sólo piensa en seguir mejorándole la calidad de vida a sus cuatro hijos, Jorge Lautaro, de 12 años, Elías Mauricio (9), Zoe Agustina (7), Nair Antonella (5), y a su esposa, Sonia Cejas, con quien ya lleva 12 años de feliz matrimonio. “A los 20 ya me junté. Es una mina que le pone bastante pila a la vida. Eso es lo que más me gusta de ella. Que siempre es positiva”, destaca.

Si bien todavía no sabe cómo seguirá su carrera, Monroy pedirá por un 2017 igual de jugoso que 2016. Según el Tour de Profesionales de Golf (TPG) fue el mejor de todos: ganó el ranking. Igual, su cuenta pendiente es el PGA Tour Latinoamérica. Lo jugó, pero luego de flojos resultados se quedó sin ayuda económica.

En el golf, no todo lo que brilla es oro. Jugar en el exterior cuesta muchísimo dinero. Lo mismo acá. “Imaginate que en el país gastás casi $ 13.000 por torneo, entre viaje, pelotas, caddie, comida y dónde dormir. Lo que yo gano es para reinvertirlo. Por ejemplo, una docena de pelotas y dos guantes cuestan $ 1.300. Una pelota dura, con suerte, nueve hoyos. O sea, te gastás ocho pelotas en un torneo, siempre y cuando no pierdas una”, comenta Monroy, quien está a la espera del sí de un viejo sponsor para quizás volver a probar suerte en el campo internacional.

Pero mientras tanto, y con la copa en alto, Jorge ubica en el primer lugar de los momentos destacados de su carrera lo que compartió con Jorge Lautaro. “Fue mi caddie en Salta y ganamos juntos. Qué más puedo decir... Ah que se ganó su primer juego de palos de golf, je”.

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