Qué importan tus ideales
Las primeras cuatro palabras de La grasa de las capitales, de Serú Girán, parecen volver en forma de juego metafórico para describir el proyecto de liposucción que el gobierno de Mauricio Macri está aplicando sobre el híper calórico aparato estatal heredado de Cristina Fernández de Kirchner. Cuando Alfonso Prat Gay lanzó su menú dietético, orientado a deshacerse de ñoquis y reducir drásticamente la grasa (en la cultura sajona, “fat” es usado como sinónimo de excesos de personal e ineficiencia rampante en las organizaciones, tanto públicas como privadas), desató la furia militante. No era para menos: durante doce años y medio, el kirchnerismo construyó una matriz política basada en un modelo centrado precisamente en el Estado: la política, la sociedad, la economía, la cultura -- todo pasaba por ese gigantesco tejido burocrático, cada vez más pesado, costoso e inútil. Aquella misma canción sugiere también las consecuencias de esta peculiar concepción de la política que trajo consigo el fenómeno K: el “no se banca más” apunta al impacto inflacionario de un gasto público imposible de financiar con los ingresos corrientes, más la asfixia derivada de los múltiples cepos impuestos por ese intervencionismo extremo.

Lo cierto es que el proceso de extracción de adiposidades no está exento de conflictos ni dificultades: los costos inmediatos son sobre todo políticos, mientras que los beneficios en términos económicos (ahorro fiscal) se verán con suerte en el mediano plazo. Incluso las repercusiones tienen alcance internacional. Basta ver la lista de adherentes que, desde distintas perspectivas, se sumaron para dar su apoyo a Milagro Sala. Faltó peronismo, es cierto, pero llovieron críticas por las formas y por los aspectos simbólicos que encierra la figura de la líder de Tupac Amaru. Así, no sólo dijeron presente clásicos de la militancia como Gabriela Cerrutti o Martín Sabbatella, lo que se descontaba. De la discusión participaron el premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, Amnistía Internacional y parlamentarios europeos. Incluso, se agitó la disputa en Italia, donde el senador Claudio Zin (que conoce bien los desatinos administrativos y los excesos de gasto por su paso como Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires) debió aclarar las características del caso. Hasta el prestigioso titular de Human Rights Watch, José Manuel Vivanco, emitió un comunicado crítico al respecto.

A diario surgen novedades grasosas que abarcan toda la riqueza de este vocablo. Por ejemplo, el dudoso gusto de Amado Boudou para decorar un despacho del Banco Nación con una bola de espejos (puede imaginarse en esa todavía elegante oficina melodías setentistas como Hot Stuff o Bad Girls). Una de las novedades más recientes es que Fabricaciones Militares tenía un nutrido grupo de empleados dedicado a promover consignas positivas hacia el gobierno saliente por las redes sociales, además de infraestructura para grabar avisos de TV, editar revistas, etcétera. Este escándalo sintetiza la peculiar concepción de la política que caracterizó al kirchnerismo, y que ciertamente remite a una concepción muy tradicional, conservadora y anacrónica del Estado: la política como guerra (no hay por eso opositores, sino enemigos), la comunicación como un aparato ideológico que se convierte en un arma estratégica pues la pelea es precisamente contra las corporaciones que monopolizan la construcción de sentido (y hasta “secuestraban los goles”). Es cierto, los hábitos alimenticios de estos militantes financiados por el dinero de los contribuyentes buscaban limitar la ingesta de lípidos.

Día a día, la cantidad de personas que pierden su conchabo con el Estado crece a nivel exponencial. Son muchas, pero seguramente su número seguirá en aumento: fue total el descontrol en las contrataciones realizadas por la administración de CFK. Pero es probable que en algunos casos se esté despidiendo a trabajadores contratados que cumplían sus tareas con normalidad, aunque no fueran de planta. Pronto veremos las consecuencias: la huelga para mediados de febrero con la que amenaza la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) debe ser considerada apenas una puntita mínima del iceberg de conflictos que seguirán. Por lo pronto, el sector público no es el único que tambalea con estas liposucciones (con un costado más ético que estético), sino también toda la estructura de capitalismo de amigos que alimentó el anterior gobierno. Y así como las algunas plazas “resisten” el ajuste que opera el macrismo, ningún militante K pareció jamás preocuparse por la sustentabilidad de esa mega estructura que construyó Lázaro Báez o de los grupos mediáticos que no saben cómo sobrevivir sin pauta oficial, pues nunca lograron suficientes lectores ni audiencia. En rigor de verdad, los trabajos que ahora se pierden nunca debieron haber sido creados.

Si bien no está explícita en un programa integral y consistente, la propuesta de Macri para reconstruir la matriz estatal parece descansar en criterios profesionales y gerenciales para construir un Estado diferente: que brinde bienes y servicios públicos esenciales, como seguridad, salud, educación, infraestructura y cuidado del medio ambiente. Y hacerlo de forma transparente, con un uso inteligente de las nuevas tecnologías, mejorando la calidad de vida de la ciudadanía con criterios igualitarios y focalizando en los sectores más vulnerables. No parece un programa particularmente romántico, pero si Cambiemos logra su cometido se trataría de una verdadera revolución.

El primero que sufre con estos cambios es el kircherismo, para el cual el Estado constituyó siempre, y simultáneamente, su máxima fortaleza y su principal debilidad. Porque siempre obtuvo todo de ahí, succionando hasta el extremo toda clase de recursos políticos, financieros y simbólicos; sin embargo, como consecuencia de esa posición privilegiada y sin controles, víctima de una mira demasiado cortoplacista, nunca logró ni un ápice de autonomía. En efecto, la inserción y el desarrollo de la tropa K en la sociedad civil siempre fue tan superficial como temporaria. La billetera, en este caso en particular, no mató a ninguno de los galanes del peronismo territorial: apenas los encandiló de forma transitoria. Ahora todo parece volver a la normalidad.

Por eso, tan sólo discontinuando esa corriente de financiamiento, Macri destruye letalmente el liderazgo de Cristina. Pero puede ser víctima de su propio éxito en la medida en que el rápido eclipse de la ex presidente precipita un “nuevo” liderazgo en la PJ. Este puede ser un año bisagra, si como se espera hacia el segundo trimestre el peronismo elije nuevas autoridades y se reorganiza para llegar a las elecciones de mitad de mandato con candidaturas renovadas ycapacidad para capitalizar el inevitable desgaste que el sinceramiento económico generará en el oficialismo.

La cuestión política, reconocida por el propio gobierno como una de sus principales debilidades, puede ocasionarle a Macri otros sinsabores. Si tiene éxito, cosa para nada sencilla, en implementar este nuevo modelo de Estado, no servirá como una plataforma de proyección política partidaria ni personal. Las candidaturas, las estrategias políticas, los esfuerzos de campaña deberán desplegarse y financiarse de otro modo. ¿De cuál? ¿Qué plataforma de sustentación está pergeñando el presidente para consolidar a Cambiemos como una opción de poder de cara al 2017, cuando enfrentará una prueba crucial en las urnas? La coalición electoral oficialista quedó automáticamente desdibujada luego de las elecciones y no queda claro cuál será la coalición de gobierno que apuntalará el liderazgo de Macri en el corto y mediano plazo. Su eje no parece constituirlo los partidos: los principales dirigentes de la UCR no ocultan su fastidio por el estilo y el lugar que les otorga el presidente; lo mismo ocurre en la Provincia de Buenos Aires con la gobernadora, María Eugenia Vidal. Elisa Carrió desarrolló una excelente relación con Mauricio Macri y tendrá seguramente un papel destacado en el próximo Congreso, pero la Coalición Cívica no participa como tal de los equipos de gobierno.

El PRO se adaptó exitosamente al desafío electoral del 2015, pero nunca resultó una fuerza partidaria nacional sólida y versátil. ¿Podrá serlo ahora, sin contar con los recursos del Estado y con sus principales cuadros desempeñando importantes funciones ejecutivas? Si bien los cambios que se están debatiendo en el sistema de votación (en particular la boleta electrónica), acotarán las dificultades para que los partidos compitan en las elecciones nacionales, no se discute aún modificaciones en el sistema de financiamiento de la política. Uno podría especular con que las respuestas surgirán de la Fundación Pensar, a cargo de diseñar los planes del PRO. Sin embargo, está por ahora prácticamente desmantelada, pues sus integrantes también forman parte del gobierno. Una nueva metáfora: ninguno de ellos está pensando porque todos se encuentran ejecutando.

La falta de volumen político en el gobierno y su debilidad relativa en la capacidad para generar acuerdos están cada vez más en evidencia. Al margen de las paritarias y de las leyes más urgentes que enviará el Ejecutivo al Congreso en marzo, no queda claro cuál es el proyecto político de mediano y largo. Se siguen aplicando ideas exitosas de la campaña, donde la ideología es desplazada por la gestión y la comunicación directa vía redes sociales prevalece por sobre los mecanismos tradicionales de la acción política: en la nueva política la clave consiste en comunicar y en mostrar a los candidatos bien cerca de la gente.

Sin embargo, recordando la teoría de “las tres G”, hoy el desafío no es gustar ni ganar, sino gobernar. Se están tomando decisiones con enorme impacto distributivo y hay una oposición que, de a poco, comenzará a recuperarse y prepararse para competir por el poder. Este es un debate que no parece tener espacio cuando las urgencias y la necesidad de ordenar el caos dominan la agenda de los principales actores. Pero que si no se da pronto, y de forma cándida, puede comprometer el destino de Cambiemos y de su líder.

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