Corazón ovalado
Así como tuve que ver la semifinal contra Australia en un pub de Aarhus en Dinamarca, la derrota del sábado contra Sudáfrica me encontró en Madrid. Y fui salvado a último momento por una página “pirata” en la web. Los Pumas jugaron el peor partido de su gran Mundial. Pero no importó el resultado ni tampoco la distancia. Fue imposible no conmoverse con ese cierre. Try final y pura fiesta en las tribunas. Lo más insólito es que, mientras escribo este texto, cinco de la mañana, a metros de la Plaza del Sol, escucho nítido el canto: “es un sentimiento, no puedo parar. Olé, olé, olé, olé, olé, olé, olá…” . No son los hinchas argentinos del Estadio Olímpico de Londres, claro. Son hinchas de Las Palmas, alargando la noche a la espera de su partido contra Real Madrid en el Bernabéu (fue caída 3-1).

De fútbol, justamente, hablaba horas antes del partido con un colega del diario “El País”, de Madrid, que planteaba dudas sobre cuál era la verdadera identidad de la selección de “Tata” Martino. Le respondí que el rugby argentino, paradójicamente, había iniciado en este Mundial que concluyó ayer en Inglaterra, con la Copa (foto) en manos de los All Blacks después del triunfazo de los sobre Australia, lo que el fútbol criollo, denominó durante años la era de “la nuestra”. En fútbol, “la nuestra” era pelota al pie, juego asociado e iniciativa para dominar y buscar el arco rival. Un estilo, hay que decirlo, que se fue diluyendo en nombre del utilitarismo y de un juego más físico y menos técnico.

En el rugby, en cambio, “la nuestra” no tenía grandes pretensiones estéticas. La nuestra era la histórica garra Puma: tackle, scrum, defensa y aprovechamiento máximo del error rival. Bien, estos Pumas dejaron mucho más que su cuarto puesto final. Cambiaron la idea de “la nuestra”. Aún diezmados por lesiones, se despidieron de Inglaterra con un rugby más dinámico, de riesgo y de ataque.

Los Pumas, es cierto, no jugaron bien sus dos últimos decisivos partidos. Pero su arribo a semifinales fue mucho más que una serie de victorias. Fue el inicio del nuevo estilo. La continuidad de lo que venían exhibiendo Los Pampas con el técnico Daniel Hourcade. “En el país es muy difícil entender un largo plazo y eso en el deporte aún más. Nos cuesta mucho plasmar con la misma gente un proyecto y que se mantenga sin que se cambie. Lo mejor fue que le pusimos un norte, equivocados o no, y a pesar de los ‘cascotazos’ que recibíamos tratando de voltearnos”. Lo dice Agustín Pichot, “arquitecto” de la nueva era. “En 2008 -sigue Pichot entrevistado por ‘Radio Palermo’”- nos miraban de reojo”. El ex medio scrum criticó formas dirigenciales que considera atrasadas, pidió más coordinación con las escuelas y afirmó: “estar entre los cuatro mejores no te da ningún derecho, sino cada vez más obligaciones”.

Los más pragmáticos podrán decir que, sin necesidad de proclamas revolucionarias, Los Pumas de 2007 terminaron terceros, un puesto mejor que Los Pumas de 2015. Pero el análisis resultadista obvia la construcción de la nueva identidad, elogiada hoy por cuanto diario internacional uno revise por la web. Es un nuevo estilo que se reflejó en la media de 4 tries y 35 tantos por partido, claramente superiores a los registros anteriores (2,4 tries y 24 tantos por cotejo). “Sigo a Los Pumas desde 1985 y te aseguro que jamás les vi hacer partidos como en este Mundial”, dice, en uno de los tantos foros, un fan Puma. Diez jugadores del plantel tienen 24 años o menos, por lo que tienen chances firmes de llegar al Mundial de Japón 2019. Y con una experiencia mucho mayor, porque al ya habitual Rugby Championship se agregará el ingreso al Súper Rugby, una nueva y asidua competencia contra los mejores del mundo. Los más optimistas sueñan con un Mundial 2023 en Argentina.

Los Jaguares, tal el nombre del equipo argentino, no tendrán en el Súper Rugby a jugadores como Juan Martín Fernández Lobbe, Marcelo Bosch y Juan Imhoff, que, igual que algunos otros, seguirán jugando en clubes europeos. Pero Argentina contará en el Súper Rugby con 21 integrantes del plantel actual. Deberán sumarse más, porque, entre Pumas y Jaguares, un mismo equipo estará jugando en 2016 un total de 27 partidos. Curioso, el inicio de la nueva era será justamente en Twickenham, el 21 de noviembre ante Barbarians. Ojalá la nueva era incluya también alguna consideración mayor para Los Pumas. Tecnología mediante, el rugby, hay que decirlo, confirmó en este Mundial su compromiso por un juego mucho más limpio. Pero, aún así, el criterio humano del árbitro siguió siendo severo con el más débil y condescendiente con el más poderoso. Los Pumas lo sintieron ya en el debut contra los All Blacks con la sanción que echó rápidamente del Mundial al segunda línea Mariano Galarza. Y también en la despedida. Hasta Felipe Contepomi expresó su enojo en la transmisión siempre impecable de “ESPN”.

El que muchos señalan como tercer acontecimiento del deporte (luego del Mundial de fútbol y de los Juegos Olímpicos) provocó un impacto de casi 3.000 millones de euros para Inglaterra. Los All Blacks tienen un presupuesto anual de 90 millones de dólares, un 70 por ciento de los cuales proviene de patrocinadores como Adidas, AIG, Coca-Cola o Bulgary. En Australia, el otro finalista, el formidable David Pocock no teme en afirmar: “los rugbiers deberían ser parte de todas las discusiones sobre el activismo de los atletas”. Admirador del periodista e historiador del deporte estadounidense Dave Zirin, Pocock no esquiva temas políticos ni sociales, que van desde los derechos de los gays al medio ambiente y reformas agrícolas. Rechazó a un patrocinador porque no supo informarle sobre el compuesto exacto de su producto suplementario. Participó de una demostración contra una minera, se encadenó ante sus puertas y fue arrestado. Y tal es su compromiso, que Pocock dijo públicamente que sólo contraerá matrimonio con su mujer cuando también los gays puedan casarse legalmente en Australia. Un mundo diverso al titular de un diario español que leí ayer mismo en Madrid y que aludía burlón al árbitro inglés Nigel Owens, a cargo de la final, homosexual.

El rugby, igual que otros ambientes, estuvo durante décadas dominado por clichés. La imagen casi inmaculada de William Webb Ellis, el alumno de la escuela de élite de Rugby, en Warwickshire, centro de Inglaterra, que en 1823 corrió con la pelota en la mano en pleno partido de fútbol y fundó así un nuevo deporte. Historiadores han demostrado que el mito le gana a la verdad.

Encuentro crónicas de 1936 del diario The Times que hasta afirman que William Webb Ellis, gran jugador de cricket, era proclive a buscar ventajas antideportivas. Los padres fundadores del juego celebraron en 1857, en Liverpool, en plena Inglaterra victoriana, un partido entre ingleses que denominaron de “histórico” y al que dieron nombre pomposo: “Rugby vs. The World”.

El mundo, justamente, le avisó en este campeonato al anfitrión Inglaterra que en el Hemisferio Sur se juega un rugby de ataque. Un rugby que ya no se juega para afirmar supuestas masculinidades, como sucedía en tiempos de guerra, cultura militar y mucho elitismo. Hoy se juega un rugby distinto. Se preguntaba antes del inicio del campeonato Bill Beaumont, un legendario capitán de la selección inglesa: “¿Por qué no vemos postes de rugby en los parques públicos donde los niños juegan fútbol? Un triunfo -decía Beaumont- será clave para que los niños se acerquen y conozcan el rugby”. Inglaterra no sólo quedó sin título. Fue eliminada en primera rueda. Pero su Mundial, finalizado ayer, reivindicó al rugby como uno de los deportes más hermosos. Ojalá muchos hayan podido apreciarlo.

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