Demasiado fuego

Demasiado fuego

Las elecciones hicieron pasar inadvertido lo que podría haber sido un Cromañón a la tucumana. Los prejuicios hicieron pasar un papelón político a Educación. Los estrategas del acuerdo opositor se quedaron sin ideas

“Ocho chicos amontonados en un baño. En un baño de uno por uno. Ahí estaban metidos todos. Visibilidad cero, pero no por las llamas, sino por el humo que había en el lugar. Había mucho humo. Humo espeso. Muy espeso. Entonces hicimos un rastreo por las paredes. Ahí palpamos el lugar. Algunos estaban desmayados, otros en (estado de) shock, otros con asfixia grosera. Ellos se aferraron a ellos mismos. Estaban todos amontonados. Se los logró sacar a todos. Lamentablemente de los ocho, dos no aguantaron”.

Este relato no fue sacado del expediente de Cromagnon, aquel boliche que el 30 de diciembre de 2004 se incendió y ahogó la vida de 194 jóvenes que habían ido a bailar el penúltimo día de aquel año. Es una de las peores tragedias argentinas y dejó secuelas políticas y sociales graves. La descripción del párrafo anterior pertenece Pedro Hernán Rodríguez Salazar, uno de los bomberos que llegó a la Brigada Norte cuando un grupo de presos quemó colchones para evitar una requisa.

Seres humanos apiñados en un reducto inverósimil. Según otro bombero (Andrés Cuenya) estaban entrelazados como palitos chinos. Detenerse en las descripciones e imaginarlas da escalofrío. Y son el resultado de años de políticas desinteresadas y aisladas. No fueron las autoridades del Ministerio de Seguridad las más escandalizadas. El gobernador no les dio una filípica ni a Jorge Gassenbauer (ministro del área) ni a Paul Hofer (secretario). Por eso es impensable hablar de una renuncia o del reconocimiento de errores por parte de ellos. El grito en el cielo lo pusieron los fiscales Adriana Giannoni y Diego López Ávila. “Basta” dijeron y pidieron otra forma de tratar a los presos para aventar las tragedias. Si hay algo que no tienen los funcionarios alperovichistas, y menos aún los “sijosesitas”, es autocrítica ni capacidad para revisar los hechos. Primero piensan en la conspiración, después le echan la culpa a la prensa y luego tratan de borrar lo ocurrido. Todos caminos que alejan las soluciones. Como el jefe de López Ávila y de Giannoni es nada más y nada menos que el ministro fiscal Edmundo Jiménez, un hombre al que algunos integrantes del ministerio de Seguridad no le tienen confianza y, al contrario, lo consideran capaz de buscar desestabilizar esa estructura, la primera reacción fue poco respetuosa hacia la acción de los fiscales que dijeron “basta”.

La degradación humana y las responsabilidades quedaron sepultadas por los prejuicios y las internas. Este es un vicio de la política actual que difícilmente pueda desterrar el próximo gobierno. Se ha hecho costumbre.

Ridiculizados por el enemigo
Esta semana ocurrió algo parecido en el ministerio de Educación. Un vecino denunció y hasta mostró un video de cómo un puñado de chicos atravesaba un río para llegar a la escuela. La ministra Silvia Rojkés de Temkin primero trató de negar la noticia y luego de criticar la publicación. En vez de constatar el hecho, de sancionar a las personas responsables y de subsanar el problema buscó descalificar y minimizar lo sucedido. Y, a cambio, recibió la peor paliza política: la Asociación Bancaria proveyó un bote para trasladar a los chicos. La soberbia alperovichista es impermeable a las críticas y a las lecciones políticas, pero si estas vienen de la Bancaria el castigo es doble. Alperovich tampoco reconvino a la funcionaria por este error.

Varios días atrás la exuberante Vicky Xipolitakis no sólo levantó un avión sino una gran polvareda política y social. El titular de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, no dudó ni un instante en reaccionar y en minutos los pilotos ya no estaban en la empresa y abrió una causa penal por lo ocurrido. Corolario: Recalde llega a las elecciones de hoy con una imagen positiva con varios puntos más de los que tenía antes del “Xipolitakisgate”. La actitud de Recalde no figura en los manuales políticos del kirchnerismo, pero hay momentos en los que la prepotencia y las culpas a la prensa y los prejuicios quedan al desnudo y no sirven para nada.

Alegría ciudadana
La Real Academia Española nos ayuda a ordenar nuestro lenguaje. Cuando recurrimos a su diccionario y buscamos la palabra “debate” nos responde: “controversia o discusión” y además como segunda acepción propone: “contienda, lucha, combate”. En realidad, se ajusta a eso pero lo que se enfrentan son ideas, pensamientos, creencias, proyectos. En la Argentina donde el político se desvive porque los diarios digan sólo lo que ellos quieren y si no se enojan, donde se intenta que las leyes reglen las conductas sólo como los que están en el poder desean y donde la Justicia se subordina a los caprichos de otros poderes y no a la independencia absoluta, el debate no confronta. La acepción en nuestro país debería ser exposición y no confrontación. No obstante, es un acto de madurez cívica y de alegría ciudadana lo que ocurrió el jueves en la facultad de Derecho donde los candidatos a intendentes de Capital se presentaron y expusieron sus ideas, sus pensamientos, sus deseos y hasta algunas críticas. Y el público (los ciudadanos que quisieron ir) los aplaudió efusivamente. No importó si eran demasiado de izquierda, extremadamente del centro o sumamente de derecha. Eran candidatos y el público los aplaudió por eso nada más. Estas líneas deberían haber sido escritas en mayúsculas. No es común que nos pase eso como ciudadanos. No importó que Gerónimo Vargas Aignasse haya querido mostrar que le quedaba chico el escenario. Mostró manejo de escena, de tonos de voz y hasta posturas para afrontar el encuentro. Tampoco importa mucho por qué tantas veces Pablo Yedlin se tiró para atrás como si estuviera en el living de su casa. Exageró para mostrarse cómodo en un perfil al que todavía no se adapta. Tampoco es trascendente que Estela Di Cola no tuviera gran despliegue escénico porque su voz desde el centro del escenario le alcanzó para ser clara y contundente. Algo parecido ocurrió con Carlos Fiori, quien se preocupó por hablar y dejar sentada su preocupación y su saber específico. Casi como que la candidatura estaba en segundo plano. Si Claudio Viña consiguió el justo equilibrio para mostrarse lo suficientemente experto pero también distante de las cosas que no gustan de los que ya tienen demasiados años en la política. Y, tampoco es para desvelarse que Mariana Arréguez haya levantado la voz y haya buscado subrayar más fallas de la política misma y aciertos de sus referentes nacionales antes que los proyectos mismos. Nada es tan importante como que hayan dado la cara para que se los vea, se los escuche, se los critique o se los revalorice. Dieron un ejemplo.

Germán Alfaro se durmió en sus laureles… No estuvo, no dio la cara, no se lo escuchó, por decisión propia. Fue blanco de críticas, porque les dio la espalda a los ciudadanos que habían ido a escucharlo, a conocerlo. Siempre hay explicaciones y en la Argentina del no dar la cara suele escudarse la ausencia al debate con el “vamos ganando”. A muchos les ha dado resultado. Pero las elecciones, que deberían ser un acto de libertad, deberían tener acciones que ayuden al ciudadano. Alfaro dejó mal parado al flamante Acuerdo para el Bicentenario por el que se postula a intendente. Aunque actuó conteste con José Cano y Domingo Amaya, quienes tampoco asistieron a la invitación que, oportunamente, les hizo la facultad de Ciencias Económicas para escuchar sus ideas. Las agendas apretadas y los estrategas de campañas (muchos se importan desde Buenos Aires) son importantes, pero no deberían ser más que aquel que quiere saber de qué se trata.

Al rincón
El receso invernal que ha dado luz verde a la feria judicial es como el “gong” que manda a los boxeadores al rincón y les hace bajar los brazos por un minuto al menos. Todo comenzó no hace mucho tiempo cuando se puso en duda la actuación de miembros del fuero penal. Hoy, tan sólo unos meses después, ha estallado en un conflicto donde están involucrados jueces de todos los fueros y que detonó en la Asociación de Magistrados y ha comenzado a corroer sus cimientos. La Corte Suprema tampoco puede mostrarse indemne después de estos vaivenes. Las cuerdas se han tensado notablemente. Los jueces sienten que las auditorías ordenadas por la Corte son inconstitucionales y no quieren frenar sus embates hasta que se modifiquen. Así piensa Claudia Sbdar, vocal de la Corte, cuya disidencia perturba al resto de sus compañeros del Máximo Tribunal, que nunca consigue tener una expresión unánime de sus cinco integrantes. Los abogados porfían para demostrar las irregularidades en la cuestión penal y sienten que hasta que no se vaya Guillermo Herrera nada cambiará. Herrera parece Rocky. Aún desangrado quiere seguir peleando y esta semana hizo lo inesperado: pidió un juicio político para sí mismo. En este intríngulis hay quienes piensan –especialmente en los despacho de los pisos superiores- que el ministro fiscal es la piedra de la discordia y, por lo tanto, creen que la paz llegaría si Edmundo Jiménez presentara su renuncia.

Todos son deseos y esfuerzos por empujar acciones de otros. Lo más seguro es que nada de esto suceda cuando vuelva a sonar la campana. Menos aún cuando desde la Casa de Gobierno siguen cada paso de la crisis judicial. Niegan, en público, tener injerencia, pero en privado se hacen reuniones para que el alperovichismo deje de pelearse en la Justicia y controle ese poder.

Al filo del fin de semana, un hombre con experiencia tanto en el poder Judicial como en el Ejecutivo y, a la vez, un conocedor de la vida tucumana, fue contundente: Son tiempos de muchas tensiones, de demasiada agresividad, de poca tolerancia y no hay hombres ni mujeres con actitudes diferentes para salir a flote”. Ojalá se equivoque.

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