Hasta aquí hemos llegado

Hasta aquí hemos llegado

LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
“Usted vea cómo lo maneja porque en realidad eso no es violación”, me dijo una vez un policía, a quien consulté por la denuncia de una mujer contra su marido que, entre otras agresiones, la había obligado a tener sexo. Sí, su respuesta me molestó. Pero no lo culpo por eso, es muy probable que nadie le haya enseñado que obligar a otra persona a tener relaciones sexuales es una violación, aunque esa persona sea tu esposo.

Situaciones como esta demuestran que, como sociedad, todavía estamos lejos de la igualdad de género y del respeto hacia la mujer. Lo podemos observar en muchas actitudes que no llegan a constituirse en delitos: en el novio que te revisa el celular, en el empleador que te obliga a usar un uniforme provocativo, en el jefe que te mira el escote, en el automovilista que te toca bocina cuando te ve pasar con pollera, en el desubicado que te toca la cola en el boliche... Y ejemplos sobran.

La violencia de género no está solamente en el femicidio (la instancia más grave), en los golpes, en las amenazas o en los insultos. La violencia de género se repite frecuentemente en nuestra vida cotidiana, muchas veces sin que podamos percibirla. La pregunta es: ¿nuevas leyes o penas más duras modificarán esto?

Estoy convencida de que ayudarán, pero para lograr un cambio profundo hace falta más. Es necesario reeducarnos a nosotros mismos, enseñarles a nuestros hijos a respetar y a exigir que los respeten, y enseñarles también a nuestros padres que ciertas conductas (arraigadas en la sociedad desde hace cientos de años) ya no son aceptadas. Para ganar la batalla necesitamos cambiar miedo por valor y decir “basta”, hasta aquí hemos llegado.

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