Un debate dominado por difamadores anónimos

Un debate dominado por difamadores anónimos

“¡Viva el cáncer!”, escribieron manos anónimas y cobardes en 1952 en algunas paredes de Buenos Aires, mientras Eva Perón era consumida justamente por esta enfermedad. Pasó a la historia como una de las expresiones más extremas del antiperonismo.

Los espacios públicos han sido utilizados en todos los tiempos para difamar, calumniar, injuriar, denigrar, ultrajar o como hoy se dice, escrachar a alguien.

Pintadas en paredes, distribución de libelos y volantes, o pasacalles que aparecen en medio de la noche, son algunas de las formas más usadas para insultar y descargar todo tipo de furias desde el anonimato.

La mayoría de las veces con fines políticos o gremiales y las menos por enfrentamientos personales, deudas, infidelidades, venganzas, despechos o resentimientos varios.

Aunque estas expresiones de odio callejero siguen vigentes, con la llegada de internet los foros y las redes sociales se han convertido en la palestra por excelencia para agraviar y desacreditar a personas físicas o jurídicas.

Es mucho más sencillo, barato, rápido y, con mínimos conocimientos, también puede hacerse mucho más visible y masivo que un graffiti o un pasacalle.

Durante los meses electorales este fenómeno alcanza su máxima expresión. Decenas de cuentas falsas o truchas aparecen cada día en Twitter, Facebook, correos electrónicos o en los foros de los medios digitales más importantes.

Algunos políticos pagan importantes sumas de dinero a empresas o expertos en redes sociales para que monten operaciones en contra de un adversario, que puede ser otro político, incluso de su mismo partido, un periodista crítico, un funcionario o cualquier personalidad que tenga influencia pública y esté ubicado en la vereda del frente de la suya.

La mayoría de estas cuentas falsas son fáciles de detectar para quienes tienen conocimientos básicos de redes sociales, pero otros son perfiles muy sofisticados, casi imposible de ser descubiertos.

Los anónimos tóxicos, que abundan en las redes y en los foros, no tienen tanta influencia porque ya la gente, cada vez más alfabetizada en tecnología, descree de lo que afirma alguien que esconde su identidad. Sin embargo, cuando la semillita del daño está sembrada no hay nada que se divulgue más rápido que un chisme o una calumnia, sobre todo si tiene que ver con la intimidad de las personas. No sabemos si es cierto, pero como es jugoso igual lo contamos.

Muchas veces no atacan directamente al adversario, sino que lo hacen con sus parejas, hijos, amigos o socios.

Los perfiles falsos que parecen verdaderos pueden producir mucho más daño porque cualquier cosa que publiquen es dada por cierta por la mayoría.

Nunca antes se han visto tantas fotos trucadas, datos y encuestas falsas o frases en boca de personas que nunca las pronunciaron como estos últimos meses. Esto se debe, por un lado, al calentamiento electoral, pero también a que internet cada día que pasa es más masiva.

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en 15 años, desde 2000 hasta 2015, la penetración de internet se ha multiplicado por siete, y pasó de un 6,5% a un 43% en la actualidad. A su vez, la cantidad de hogares conectados pasó del 18%, en 2005, a un 46% ahora. La UIT, que depende de Naciones Unidas, explicó que este crecimiento se debe en gran parte a la explosión de los teléfonos celulares: hoy hay 7.000 millones de líneas en el mundo, mientras que en el año 2000 había sólo 738 millones, poco más de 10%. Pese a este crecimiento fenomenal, aún están desconectados el 57% de la población mundial, unas 4.000 millones de personas.

Algunas operaciones son orquestadas por candidatos o partidos, pero hay otras que surgen por iniciativa de los mismos fanáticos, sin que lo sepan sus jefes.

En menor escala a lo que está ocurriendo durante este año electoral, esto parece haber pasado el año pasado, durante la campaña electoral para renovar rector en la Universidad Nacional de Tucumán.

En las semanas previas a la elección, decenas de nuevos “lectores” se registraron en la edición digital de LA GACETA. Algunos fueron muy evidentes, ya que sólo posteaban elogios para un solo candidato o críticas todas dirigidas contra alguno de los cuatro postulantes.

El punto de mayor fricción se produjo cuando dos grupos intentaron de forma burda manipular un sondeo on line que había publicado el diario, preguntando quién sería el próximo rector. El Departamento Técnico del diario detectó que dos candidatos, Alicia Bardón (actual rectora) y Mateo Martínez (ex decano de Medicina), habían recibido cientos de votos truchos, todos realizados desde unas pocas computadoras. La excelencia académica, bien gracias.

A partir de la llamada “grieta”, tristísima división surgida a partir del conflicto del campo y fogoneada principalmente por el gobierno para castigar a todas las voces críticas, los periodistas están entre las principales víctimas de estas operaciones, ya sean afines al gobierno o críticos.

Cataratas de insultos y difamaciones reciben a diario los comunicadores por expresar su opinión o difundir un dato que no sea del agrado de algún sector. Cientos de cuentas anónimas se crearon en las redes sociales y en los foros con el solo fin de insultar a un comunicador.

El periodista Leandro Zanoni, especializado en tecnología y medios digitales, describió al comentarista anónimo como a “aquel que, sin dar a conocer su identidad, paradójicamente exige a gritos coraje y valentía. No se anima a dar su nombre y apellido, pero reclama ética y valor en los temas tratados”.

Y el anonimato es el primer acto de censura. Al ocultar nuestra identidad ejercemos el mayor acto de censura, porque no aportamos el dato más importante que tiene una información: quién lo dice.

Porque como ya dijimos semanas atrás, que la verdad nunca arruine una buena primicia. Cuando leemos o vemos algo que nos gusta o con lo que estamos de acuerdo inmediatamente lo reproducimos, sin importar si es cierto.

Ocurre no sólo con los operadores profesionales, sino con todos los ciudadanos, víctimas y atrapados por esta confrontación de cúpulas.

En un reciente artículo publicado en Página 12, Sandra Massoni, directora de la Maestría en Comunicación Estratégica de la UNR, escribió: “Me niego a seguir leyendo las primeras planas de los diarios de esta manera miserable que nos envuelve a todos nosotros, pobres lectores, en algún tipo de complot. Quiero aportar a un periodismo distinto, uno que no se organice en base a la teoría de la conspiración. De esto justamente se ocupan hoy los periodistas y también los semiólogos: en palabras del mismísimo Umberto Eco en su Tratado de semiótica general, “la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”.

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