Pactar con el diablo

Pactar con el diablo

Los dirigentes “xeneizes” están pagando un alto costo por su relación con la barra brava

EN APUROS. Daniel Angelici, presidente de Boca, tendrá que enfrentarse con los barras para evitar nuevos problemas. reuters EN APUROS. Daniel Angelici, presidente de Boca, tendrá que enfrentarse con los barras para evitar nuevos problemas. reuters
18 Mayo 2015

Por Héctor Sánchez, Télam

La sanción de la Conmebol a Boca, mucho más leve de lo que se esperaban es una muestra más de las limitaciones que el fútbol organizado tiene para tratar de ordenar la cancha, cuando sus escritorios lucen caóticos. ¿Qué es la Conmebol sino la expresión organizada de los clubes cuyos dirigentes son cómplices de los desastres que ocurren en las canchas de una vasta región? Ir a fondo con esta cuestión puede llegar a ser muy molesto para muchos, pero no hay otro camino si se quiere sanear en serio algo que está agonizante.

La violencia mafiosa que engangrenó al fútbol no es patrimonio argentino: las barras siembran sus cuotas de terror desde hace rato en todo el ámbito de la Conmebol, cuyos dirigentes ahora pretenden vestirse con el ropaje del rigor, el mismo que no tienen cuando hacen negocios de toma y daca con los violentos. La sanción corresponde. Lo que se cuestiona es que una sanción aislada sin un programa activo para terminar con los violentos en las canchas será un poco más de un placebo que de ninguna forma se puede parecer a una medicina.

Historia

Pero a la vez, tiene la virtud de exponer la crudeza del problema y dejar desnuda una realidad contundente: el desastre del jueves en la Bombonera no es otra cosa que el fruto podrido que inevitablemente sucede cuando se pacta con el diablo. En Boca, esta historia tiene todos los pliegues que se le busquen, pero vayamos a los momentos puntuales: corría 1987 y la conducción “xeneize” que había salvado al club de la quiebra pero que cometió el pecado de no ganar muchos títulos, encabezada por Antonio Alegre y Carlos Heller, fue citada por el comisario de la zona para escuchar algo que los ubicaría para siempre en situación. “Arreglen con la barra, es lo mejor para todos”. Desde el Estado, se le pedía a la dirigencia de uno de los clubes más populares del mundo que transara, que dejara que “los muchachos hicieran sus negocitos”, que para qué complicarse si así fue siempre. El jefe de la barra era José “El Abuelo” Barritta.

Unos meses antes, en diciembre de 1986 la barra les daba la bienvenida con un un piedrazo en la cabeza que desmayó a la hija de Heller. Hubo inmediata denuncia penal, detenciones, cárcel. Pero la barra seguía atacando en las sombras. Por eso la invitación policial a “arreglar y seguir viviendo”.

Cuando Mauricio Macri llegó a la conducción de Boca, a fines de 1995, ni siquiera se planteó la posibilidad de enfrentar a la barra. Su dinámica se basaba en la neoliberal teoría del derrame, y los barras tuvieron así su forma de recaudar adentro y afuera de la cancha. Los restos de la fiesta grande eran para ellos. Y si había un atajo dirigencial que se compartía con el diablo, ¿para qué trabajar en la construcción del camino?

El panorama enseguida mostró las postales de siempre: las entradas para la reventa, como pasa en muchos otros clubes, desaparecían antes de ponerse a la venta, al tiempo que los barras firmaban autógrafos, cobraban por su presencia en fiestas hechas con los colores del club y siguen llegando a la cancha en autos carísimos, de alta gama.

El 27 de mayo de 2000, cuando el imparable Boca de Carlos Bianchi buscaba otro título local -el Clausura 2000-, los barras tiraron bombas de estruendo apenas empezado el partido en la cancha de Newell’s. El partido fue suspendido y a Boca le quitaron tres puntos que le impidieron salir campeón. Fue una extorsión pura y dura con la que Macri transó: la barra, en la que ya mandaban los Di Zeo de cada capa geológica, demostró que le importaba bastante poco un campeonato más o menos. Que lo único que quería era ser parte del negocio. Esa misma barra, con apoyo y billetes de la dirigencia, pudo festejar meses después en Tokio el triunfo de Boca por 2-1 al Real Madrid.

Alto costo

Las barras siguieron creciendo a expensas de destripar la ilusión y la inocencia del hincha genuino, el que todavía encuentra placer en ver un partido en la cancha, en hablar de fútbol en asados o en un café con amigos, en la alegría o la tristeza que deriva de un resultado.

No. Las barras desconocen ese romanticismo. Y dejaron se ser simple fuerza de choque mercenaria y se organizaron en forma violenta. Plantaron negocios propios, como ser parte de cuevas financieras o morder en las ferias textiles multitudinarias. Y se hicieron dueñas de pases de jugadores. Y del fútbol mismo. Y ninguna conducción boquense, de Macri para acá, se planteó revertir el asunto.

Peor aún: pocos días antes de la hecatombe copera de jueves último, el propio Daniel Angelici había afirmado públicamente que se proponía “blanquear” a la barra. La de Di Zeo y Mauro Martín o el nombre que sea. Hoy, el monstruo de mil cabezas se descontroló y la pregunta será si habrá Estado, dirigencia, vestuario y tribunas que se animen de una vez por todas a terminar con esta calamidad.

El monstruo avanza y la realidad nos interpela: unos cuantos barras en cada club manejan el engranaje de un deporte que -por más que haya virado a la categoría de negocio y forme parte de la industria del espectáculo- representa el gusto popular por excelencia. La dirigencia de Boca tiene ahora la cruel respuesta de la vida. Así paga el diablo, dice el refrán popular, y el mazazo duele aún más. Porque “los muchachos que aportan el color” y la dirigencia que les da de comer acaban de dejar al club afuera de la Copa que tanto pondera, desprestigiado y más solo que un domingo sin fútbol.

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