El paisaje de lo eterno
Pararse frente a la heladera y contar, en el pequeño calendario de la carnicería barrial, los días que faltan para las vacaciones no le ayuda a nadie. La proximidad de ese descanso tan esperado desespera el espíritu de los cansados. Por eso, para apaciguar el alma, y para que las semanas que faltan no sean un suplicio, es bueno comenzar con los preparativos. Algunos dirán que el viaje de vacaciones se inicia en el bolsillo, es decir, en las posibilidades económicas de materializarlo. Y es cierto. Pero esta propuesta no apunta a mejorar el presupuesto disponible. La iniciativa es pensar, con fuerza y con anhelo, en el lugar al que podremos ir en las vacaciones. No importa cuál sea. Organizar en los espacios de la imaginación las actividades qué nos gustaría hacer y con quiénes las compartiríamos. El viaje de vacaciones, aunque sea a un destino cercano y con poco dinero en el bolsillo, es una experiencia que moviliza y que cura, porque en la ruta es inevitable vivir nuevas sensaciones y conocer nuevas personas. Para que eso suceda, el espíritu del viajero debe estar abierto y en calma. Sólo así podrá disfrutar del paisaje. El poeta y novelista italiano Cesare Pavese escribió alguna vez: “viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y de tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas aquellas cosas que tienden hacia lo eterno”.

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