“El muñeco sos vos y tus movimientos”

“El muñeco sos vos y tus movimientos”

“No tengo hijos: en alguna medida los títeres podrían serlo”, afirma Teresa Montaldo, una marca registrada entre los maestros tiriteros.

MAESTRA DE GENERACIONES. La artista creó hace 35 años su taller Pierrot y fue docente en la cátedra de títeres en el Gymnasium Universitario. la gaceta / fotos de juan pablo sanchez noli MAESTRA DE GENERACIONES. La artista creó hace 35 años su taller Pierrot y fue docente en la cátedra de títeres en el Gymnasium Universitario. la gaceta / fotos de juan pablo sanchez noli
23 Noviembre 2014
Las manos y la voz de Teresa Montaldo construyen mundos desde hace seis décadas. Su rostro, en cambio, está confinado al detrás de escena, a la zona de la oscuridad donde preserva su identidad y ella ya no es ella; sus creaciones, los títeres que la acompañan desde 1956, viven gracias a su talento.

Su sabiduría sintetiza todo en una frase, cuando se le pregunta sobre el hecho de poder darle emociones a un pedazo de tela sin gestos. “El muñeco sos vos y tus movimientos”, afirma sentada ya a la mesa del restaurant Mora Bistró del hotel Sheraton.

Antes se había acomodado en los sillones del bar de entrada a tomar un jugo de naranja y allí realizó una sesión de fotos para la cual se sacó sus grandes anteojos negros. “Así me veo mejor, pero sáquenme bien”, pide.

“No tengo hijos; en alguna medida los títeres podrían serlo. Una vez terminados, siempre hay alguien que dice que se parecen a tal o a cual persona. Eso es inconsciente, porque si uno se pone a copiarle la cara a alguien tendría que estar con la foto enfrente”, aclara, antes de pedir un pollo deshuesado con ensalada y papas rústicas.

- Entonces el títere representa a alguien en particular.

- Antes de construir el títere conozco la historia que quiero contar, porque lo primero es leer la obra. Si hacés un almacenero, un barrendero o un soldadito, hay que diseñarle la cara especialmente con la expresión que querés darle. Y lo mismo al elenco: nunca doy de antemano un personaje a cada uno, sino que pruebo las voces y veo cuál es el que mejor da. No hay primeros papeles; trato en lo posible que todos tengan la misma importancia para preservar el equipo, todos tienen más de dos o tres líneas y les dejo libertad para que improvisen, que canten, que jueguen.

- ¿Cuántos títeres hay en tu casa?

- Por cada obra tengo un elenco especialmente hecho. En casa debo tener unos 60 muñecos, más los que traje del extranjero. No tengo ningún títere favorito, pero siempre me enamoro de las cosas que hago, es lo que Javier Villafañe decía. Era un tipo estupendo, una persona muy generosa. Mané Bernardo era un poco soberbia, tenía algunos problemas en ese sentido, pero no era cuestión de trabajar con ella sino de relacionarnos. Siempre los veía cuando iba a Buenos Aires.

Villafañe es el autor de “Vida, pasión y muerte de la vecinita de enfrente”, una obra que Montaldo representó cientos de veces y que le dejó grandes alegrías. De su producción de tantos años también rescata “Los músicos de Bremen” y “El hombre de la esquina rosada”, basada en un cuento de Jorge Luis Borges, cuyos derechos obtuvo directamente de María Kodama.

El derrotero de Teresa en el género comenzó con la fundación de la Escuela de Títeres de la Provincia (pionera en América Latina), avalada por Lázaro Barbieri cuando estaba al frente del Consejo de Educación (1956) y que concretó con el sustancial aporte de Héctor Álvarez D’Abormida. De entonces rescata la labor de su colega Alba Enrico de Vaca y la ayuda de los cordobeses Héctor y Eduardo Di Mauro y Roberto Espina, que apuntalaron el proyecto iniciático. “El gran impulso a la cultura lo dio Julio Ardiles Gray en los 60, pero nunca se le reconoce como debe ser”, se queja. En 1979 se retiró de la escuela y creó su taller Pierrot, donde volcó toda su sabiduría, como lo hizo en el Gymnasium Universitario, donde se jubiló.

- Hay un elenco estable en Tucumán y varios grupos. ¿Hay un movimiento local del género?

- El mundo de los títeres está muy aislado en Tucumán. Cuando fundamos la Escuela, la propuesta era tener un teatro propio en funcionamiento sábado y domingo con entrada libre y gratuita, pero todo se fue perdiendo. Hay una falla de dirección de las autoridades, que no les preocupa la educación. Nunca fui a ver nada del elenco estable de la Provincia y ellos tampoco de Pierrot; los conozco pero no hay relación.

- ¿Cuáles espectáculos que viste te dejaron marca?

- Muchos. En Cuba vi un argentino que dirigía un grupo y que vive en Israel, y trabajaba con sordomudos totales. Eso sólo justificó el viaje, era impresionante lo que había logrado. Pregunté cómo hacía para dirigirlos y me contaron que trabajaban sobre una cinta grabada sincronizada con un reloj muy precisos y especiales, que les indicaba dónde iban, si tenía que entrar uno u otro o si había un efecto. Integró judíos y palestinos y nunca tuvo ningún problema. En Europa tienen un tecnicismo que los mata, la técnica siempre debe ser a gran escala para ser un espectáculo bueno, y se olvidan de la lectura de la obra. Y los mexicanos recargan mucho la puesta con símbolos y saturan la vista.

- ¿El títere aún es considerado un espectáculo de segunda línea?

- Sí, nuestro público no está tan preparado aún como para valorarlo como corresponde. Todavía no tiene el mismo reconocimiento que otras expresiones teatrales y se lo vincula mucho con la animación en una fiestita infantil. Parte de la culpa la tienen los mismos titiriteros, porque algunos espectáculos no están bien hechos.

- ¿Esa diferencia se nota también en los premios artísticos?

- Un premio es importante y te ubica de otra forma, pero la satisfacción es propia de uno, de saber que lo que se hizo está bien. Siempre que recibo un premio pienso “qué me estará por pasar”. A mí en la Municipalidad me iban a dar un reconocimiento a la trayectoria, que implicaba una suma mensual que iba a ser de gran ayuda. Pero Susana Montaldo, con quien somos parientes lejanos, me dijo un día que nunca lo íbamos a cobrar porque no había plata. Tengo entendido que hasta salió un decreto. Cuando la cosa se vuelve política, se complica. En la sede de Aguilares de la Universidad Nacional de Tucumán me dieron una estatuilla de reconocimiento por mi trabajo, pero en 2010 presenté a la UNT un libro para publicarlo y fue como si me hubiera equivocado de casa. Me fui a Buenos Aires a registrarlo y terminé imprimiéndolo en Dunken.

- ¿De qué es el libro?

- De tantos años en esta profesión, con la idea de dejarles algo a quienes vengan después a empezar a trabajar con los niños. Ahí figura todo el plan de trabajo que realizamos, testimonios y experiencias. Ya estoy trabajando en otro libro, sobre el teatro de títeres en el mundo. Investigo en Internet, aunque no soy muy amante de las computadoras, y así me enteré de un proyecto de Unesco para proteger una estética que hay en Corea con títeres con los pies, ellos actúan acostados. También está el teatro acuático de Vietnam, que lo hacen en las plantaciones de arroz. No voy a hacer de país por país, sino de lo que no se conoce.

- ¿Cómo hace el titiritero al final de una función?

- La pregunta es quién saluda: ¿el títere o el actor? Jamás un chico me vio con un títere en la mano; cuando van por detrás del escenario a verlos, yo les digo que ya están guardados en la valija, que están descansando. Tengo la convicción de que si los ven, se rompe el clima, el misterio, el globo de jabón. Si salís vestida todo de negro y con el muñeco en la mano, no es lo mismo que en la función: ellos ya se despidieron del público al final de la obra. En el escenario, el muñeco se agranda por la actuación, pero si lo ven de cerca no es lo mismo.

- ¿Tenés un heredero artístico?

- No se nota que haya alguno. La parte económica nos está comiendo y somos pocas. Trabajo con dos chicas, que son hermanas, Graciela y Estella Rodríguez; su madre, Alicia Nóblega, nos ayuda con la escenografía. No estamos subvencionados y una sola vez nos dio plata el Instituto Nacional de Teatro para comprar cuatro micrófonos inalámbricos.

El almuerzo ronda su final, como una obra de títeres extensa (“debe durar una hora y poco, no más”, limita). Pide helado a modo de postre, sin café, y las bochas se derriten a medias mientras suelta anécdotas y despliega sobre la mesa del Mora Bistró fotos de sus muñecos, de sus escenografías y de sus colaboradores, de ahora y de antes. Desfilan desde pequeñas construcciones en papel maché (“el clima los enmohece, no sirven”), en calabaza y en retazos de tela y con botones como ojos, sean títeres chicos de guante o hasta grandes de dos metros, que los actores se ajustan en la cabeza.

Mientras Montaldo repasa el pasado se proyecta sin descanso al futuro. Ya tiene lista una obra de Adela Basch para niños, que estrenará en 2015, y prepara otra con letras y canciones de tangos para adultos.

- ¿Cómo debería ser el bicentenario de la Independencia?

- No hay nada planificado, nadie lo está haciendo. Debería ser separado en grupos, por ejemplo lo artístico por un lado, lo informativo por otro y así. Pero no sólo juntar cosas o llenar de espectáculos, sino de bloques conceptuales. Y que en vez de traer tanta gente de afuera, se les dé espacio a los de acá, que ponen mucho esfuerzo personal. Me gustaría ver un Tucumán unido en 2016, sin críticas ni divisiones. Pero hay que pensarlo desde ahora, porque en esta provincia hay gente capaz.

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