Vicisitudes en la enseñanza de la danza clásica

Vicisitudes en la enseñanza de la danza clásica

Nació con el hombre. Como una necesidad de expresar su interioridad, de comunicar corporalmente sus sentimientos, sus estados de ánimo, su ritualidad. “Danza es todo aquello que el ser humano es capaz de hacer musicalmente con cualquier parte de su cuerpo”, sostenía el compositor alemán Karlheinz Stockhausen. La bella bailarina Mata Hari afirmaba que “la danza es un poema en el que cada movimiento es una palabra”, mientras que un antiguo proverbio reza: “Dios te respeta cuando trabajas, pero te ama cuando bailas”. Lenguaje primordial, la danza ha acompañado al ser humano a lo largo de los siglos. Mañana se celebrará en nuestro país el Día Nacional de la Danza. La fecha se instituyó en homenaje a los nueve bailarines del Teatro Colón trágicamente fallecidos en un accidente aéreo en 10 de octubre de 1971.

Los artistas, entre los que se hallaban los destacados solistas Norma Fontenla y José Neglia, debían actuar en Trelew. Luego de despegar del aeroparque “Jorge Newbery”, el avión se precipitó sobre el Río de la Plata, cuando intentaba regresar al aeropuerto por fallas en uno de sus motores. No hubo sobrevivientes.

En Tucumán, la danza clásica tuvo momentos de esplendor. En 1944, el Conservatorio Provincial de Música decidió crear en su seno clases de danzas, a instancias de Alex Conrad. Fue contratada Margot Puelma Lugones, a cuyo cargo estuvo toda la actividad artística oficial. Una de sus alumnas Hilda Ganem la reemplazó a partir de 1952. En 1959, al crearse el Consejo Provincial de Difusión Cultural, mediante ley impulsada por Julio Ardiles Gray, se crearon los cuerpos artísticos oficiales, se festejó el acontecimiento en abril de ese mismo año con la puesta en escena de obras del repertorio clásico. La primera visitante para dirigir el cuerpo fue Nora Irinova (directora entonces del ballet del teatro Colón) que en 1960 montó “Las sílfides”, de Chopin. Se destacó el período en el que el Ballet Estable estuvo a cargo de la bailarina y coreografía de Esther Gnavi, calificado por muchos como uno de los más brillantes.

En 1967, Guido Torres, vocal del Consejo de Difusión Cultural, logró separar el Ballet de la Escuela de Danza, para transformarla a esta en un almácigo de bailarines. El establecimiento desapareció y fue absorbido por la Escuela Superior de Educación Artística (ESEA) y se convirtió en 2012 en la orientación “Danzas escénicas”, que contempla la danza clásica, las populares y la expresión corporal. “La mayoría de las bailarinas que audicionan todos los años para ingresar al ballet, son egresadas de academias privadas de Tucumán, incluso de otras provincias”, dijo en esa oportunidad la directora del Ballet Estable.

Los remezones continuaron. En marzo pasado, se suspendió la matriculación de los jóvenes que deseaban ingresar al profesorado de Danza de la ESEA por una resolución del Consejo Federal de Educación. A los profesores se les pidió que reformularan la carrera para adecuarla a nuevos requerimientos.

Sería interesante que se diseñara una política específica para la enseñanza de la danza, que surgiera del debate y del consenso de los docentes, los bailarines, de los maestros que han dirigido el Ballet, así como de aquellos cuyo prestigio ha trascendido los límites provinciales. La enseñanza del arte no puede depender de una resolución ministerial ni quedar en manos de funcionarios que pueden saber de pedagogía, pero tal vez no de arte.

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