Liberarse del Narciso

Liberarse del Narciso

Pbro. Marcelo Barrionuevo

31 Agosto 2014
Seguir a Jesucristo (Mt 16,21-27) no se reduce a escuchar una enseñanza y tratar de ajustar nuestros pasos a ella solamente. Es, recuerda el Papa Juan Pablo II, “algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino” (Veritatis Splendor, 19). Y esto, como ocurre en el amor humano auténtico o con la entrega a una causa grande y noble, es inseparable del sacrificio, del olvido de sí mismo. En-amorarse, es salir del estrecho círculo del yo y comprometerse, meterse en-el-otro/a, en-amorarse. Seguir a Jesucristo, no haciendo ascos al sacrificio que puede comprometer la salud, el descanso, tal vez el futuro..., es un don, una luz de Dios que transforma radicalmente al alma que comprende que de nada “sirve ganar el mundo entero si malogra su vida” (Ev.) y que S. Pablo nos propone en la 2ª Lectura de hoy: abandonar los dictados de la concepción mundana y convertirse “por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno”. El seguimiento de Jesucristo implica una identificación total con su persona, de modo que llegue un momento en que, con la ayuda de lo alto, podamos afirmar que Cristo vive, piensa, habla, quiere y actúa en nosotros: “En el amor de amistad, enseña Santo Tomás, el amante está en el amado en cuanto juzga como suyos los bienes o males del amigo, y la voluntad de éste con la suya; de modo que parece sufrir en su amigo los mismos males y poseer los mismos bienes” (S. Th I-II,q. 48).

Una cultura Narcisista: nada más contrario al olvido de si para estar al servicio de los otros como la cultura moderna existente. Señala con precisión Zygmunt Bauman , “en nuestro mundo contemporáneo de la modernidad liquida, la cultura ha perdido su rol misional: ya no busca ilustrar e iluminar al pueblo sino seducir al público. Inserta en una sociedad de consumo, su función no consiste en satisfacer las necesidades existentes sino en crear necesidades nuevas, y la vez garantizar la permanente insatisfacción de las que ya están afianzadas: Así, la cultura actual se asemeja a una gran tienda cuyos estantes rebosan de bienes deseables que cambian a diario, en competencia por la atención insoportablemente fugaz y distraída de los potenciales clientes” (La cultura y la modernidad líquida). Vivimos una experiencia fatigosa de individualismo, cada uno busca su tiempo, sus cosas, sus necesidades, su yo, su mundo. Es tal el egocentrismo cultural instaurado que la vida transita en una pelea continua de egos desbordados; resultado de todo esto es una pobre vida existencial. “Lo que verdaderamente hace desgraciada a una persona -y aun a una sociedad entera- es esa búsqueda ansiosa de bienestar, el intento incondicionado de eliminar todo lo que contraría. La vida presenta mil facetas, situaciones diversísimas, ásperas unas, fáciles quizá en apariencia otras. Cada una de ellas comporta su propia gracia, es una llamada original de Dios: una ocasión inédita de dar el testimonio divino de la caridad” (S. Josemaría Escrivá).Preguntémonos al hilo de estas consideraciones: ¿vivo prendido en esta cultura narcisista?¿ estoy pensando solo en lo mío, en mis cositas, en que si me quieren o no me quieren? ¿Hago míos los intereses de Jesucristo y de la Iglesia o tienen prioridad los exclusivamente míos? ¿Qué estoy haciendo en concreto y todos los días para que el Dios sea conocido y amado? ¿ es prioridad la ayuda a los otros? Las oportunidades de la vida son muchas para el servicio. El que no vive para servir no sirve para vivir reza el dicho español; en esta vida muchos pasaran sin pena ni gloria…porque no se decidieron a hacer ni bien ni mal. A nosotros se nos impulsa desde el Evangelio a olvidarnos de nuestros pequeños intereses y dedicarnos de una vez por todas a hacer de este mundo una casa mas amable donde Dios sea reconocido y los hermanos sean tenidos en cuenta.

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