Un negocio redondo
Es un negocio redondo: terminamos de instalar a López como candidato y, de paso, recuperamos algunos votos de la clase media, ya que entre Cano y Amaya dejaron bastante debilitado en la capital al alperovichismo de paladar negro. Sobre todo, preocupa el diputado radical, porque los votos de Amaya, que tampoco son tantos, aún pueden considerarse dentro de la Sociedad Anónima oficialista.

Entre los beneficios directos que aporta una elección está que en los meses previos a la votación se inauguran obras públicas a lo loco. Aunque la intención de fondo es sumar voluntades en las urnas, el vecino resulta beneficiado por añadidura.

Si bien la mayoría de las obras no pasan de ser anuncios o se abandonan apenas iniciadas (hay tantos ejemplos que no alcanzarían diez ediciones de LA GACETA para enumerarlas), lo cierto es que en algunas llegan a cortarse las cintitas.

En general, las trabajos que se inauguran antes de una compulsa electoral son de gran impacto y muy visibles, como por ejemplo rutas y avenidas, hospitales, barrios, shoppings o estadios. Nunca son obras de infraestructura -las que nos mejoran la vida realmente- porque no se ven y por lo tanto no se traducen en votos efectivos, como redes de agua, gas y cloacas, saneamiento de la contaminación o reforestación, entre otras.

Una nueva red de agua potable puede generar adhesión electoral entre los ciudadanos beneficiados, pero un estadio o un shopping son mucho más rentables en términos de marketing.

En esta cruzada se encuentra embarcado el secretario de Obras Públicas de la Nación, José López, quien en las últimas semanas viene inaugurando cuanto grifo se le cruza y anunciando obras como para avergonzar a Dubai.

El 6 de junio lanzará un plan quinquenal junto a su jefe, el ministro de Planificación Federal, Julio de Vido. Es toda una coincidencia que un año antes de los comicios se inicie un plan que finalizará junto con la próxima gestión. El ambicioso plan incluye diques, autopistas y ferrocarriles, entre otras obras. Sirve para entusiasmar al votante, pero también para seducir a distintos sectores empresarios que resultarán beneficiados de concretarse las promesas.

Aún así, los dos José necesitaban algo concreto y de alto impacto, que pudiera estar listo antes que se inicie la batalla electoral y que seduzca a la decepcionada clase media capitalina. El Centro Comercial a Cielo Abierto reúne todos estos requisitos. Es una deuda de la ciudad con los tucumanos desde hace décadas, se puede hacer en nueve o 10 meses -claro que con adjudicaciones directas y sorteando todos los mecanismos de control- y tendrá un efecto fenomenal en uno de los centros comerciales más concurridos e importantes del país.

De revalorizar y terminar las peatonales inconclusas y el microcentro en general se habla desde la década del 70. Se avanzó un poco y se prometió más en 1991, durante la gestión de Raúl Martínez Aráoz. En los años siguientes se habló mucho y se hizo nada. Hasta 2007, en que anunciaron un plan de $ 2 millones. Después, nada. En 2011 ya costaba $ 10 millones; y en enero de este año $ 15 millones. Ahora unificaron dos proyectos paralelos, el del municipio y el de los empresarios, y el monto de las obras ascendería a $ 50 millones, aunque podría superar los $ 70 millones. Traducido al tucumano básico, significa que cuando se inaugure nos habrá costado, cuanto menos, el doble. ¿Hace falta? Sí. ¿Hay necesidades más urgentes? También. ¿Es oportunista? Sí. ¿Sumará votos al oficialismo? Es probable. ¿Se beneficiará a empresas amigas? Casi seguro. ¿Servirá para instalar a José López como candidato? También. Entonces no se habla más, es un negocio redondo.

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