Un bombardeo de obras de arte contemporáneo

Un bombardeo de obras de arte contemporáneo

La videoinstalación de la rosarina Nicola Costantino.

La mole de barro y paja interrumpe bruscamente el paso en uno de los pasillos impolutos del pabellón de la Rural. Es un baño repentino de rusticidad e imponencia para las decenas de visitantes que caminan concentrados -muchos de ellos con copas de champagne en mano-, atendiendo a las paredes en las que se expone la mayoría de las obras. Pero el nido de hornero gigante está ahí y es ineludible a todos los sentidos: uno puede saborear su olor y palpar con los ojos su rugosidad, y es tal la abstracción que genera que naturalmente todo se funde alrededor y, por unos segundos, la única opción posible es adentrarse en ese vientre de lodo. “Hay que meterse en el hornero. Si no te metés, no sirve”, dirá Marta Minujín, su creadora, cuya voz y cuya impronta generan otro shock en el ánimo del público.

El hornero de Minujín es una de las paradas obligatorias en los cientos de recorridos probables de arteBA, la gran muestra de arte contemporáneo que ayer se abrió para el público general en el barrio porteño de Palermo. Y la reacción que genera es referencia de lo que cabe esperar como visitante de la feria: en cada esquina que se dobla, en cada espacio por conocer, puede estar aguardando un pequeño -pero contundente- temblor del espíritu, motivado por belleza (en algunos casos, vale decir polémica) en forma de pintura, fotografía, video, instalación, objeto o dibujo, entre otros soportes.

Sucede con la muestra “La ausencia”, de Santiago Porter, un latigazo que remite al atentado a la AMIA, en 1994. En un mural gigante están desplegadas varias series de tres fotografías, todas sobre fondo blanco. En la primera aparece una o más personas relacionadas con una víctima; en la segunda, un objeto (una muñeca, por ejemplo) y en la tercera, una frase que lo define todo: “Luis y Elisa son los padres de Cynthia Goldenberg. Cynthia tenía 20 años y cursaba el primer año de la carrera de Psicología. Trabajaba en el quinto piso, en las oficinas de la DAIA. Esta era su muñeca, que atesoraba desde chica”. La vista y la mente se llenan así del mundo de las víctimas: sus parientes y amigos, sus objetos entrañables, sus gustos, sus obligaciones, su entorno, las circunstancias de su muerte. Un escalofriante rompecabezas tras la huella de los que ya no están.

Instalaciones compuestas de cucarachas de goma, bolas transparentes que encierran dólares y pesos triturados, y diminutos hilos que proyectan curiosas sombras son otras de las postas que obligan a frenar el paso.

Sorpresa al plato
El Espacio Chandon, a la entrada de la sección Barrio Joven, es uno de los más convocantes y llamativos, sobre todo para los protagonistas de la televisión. Luciano Cáceres, Leo Sbaraglia, Iván de Pineda, Laura Azcurra y Humberto Tortonese son algunos de los famosos que pasaron el jueves por allí. Pero en su núcleo, envuelto entre cortinas que simulan las burbujas de un champagne, encierra lo verdaderamente atrayente: “Luminiscencia”, la obra de Nicola Costantino, que invita al público a vivir una experiencia artística y gastronómica.

Recibidos por la propia artista, los invitados pasan a un espacio de cinco mesas sobre las que se proyecta una videoinstalación de la rosarina. Allí deben elegir un menú de entre cuatro posibles -todos diseñados por Costantino- y dejarse sorprender por la mezcla de gustos que ella ha inyectado en esferas de distintos tamaños. “¡No las abras, no las abras! Hay que descubrir el misterio con la boca”, advierte Nicola a uno de los comensales. A su lado, Fernando Farina, curador de Chandon, alza una copa lánguida y expresa: “¡este es el mejor lugar para disfrutar de arteBA!”.

Y puede que lo sea porque, tras el bombardeo de obras, uno se siente seguro allí, encerrado entre esas telas doradas y librando a la lengua a su suerte.

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