Una semana que es santa

Una semana que es santa

Por PBRO. Marcelo Barrionuevo

13 Abril 2014
La Semana Santa tiene dos partes: el final de la Cuaresma (desde Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual que va del Jueves Santo al Domingo de Resurrección, la fiesta más importante del año. Los tres días anteriores se llaman Triduo Pascual. La procesión de Ramos de hoy es el primer signo de estos días, y recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. El lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del Viernes Santo son dramatizaciones que entran por los ojos. Son días en los que a nivel popular se desarrollan muchas devociones: visitas a los monumentos, hora santa, sermón de las siete palabras, vía crucis, procesiones, representaciones teatrales.

La fiesta de hoy se llama “Domingo de Ramos” por la cara victoriosa de Jesús entrando en Jerusalén. El “Domingo de Pasión” recuerda la cara dolorosa leyendo el relato de la Pasión de Jesús, que veremos luego. En el atrio de la iglesia se convoca a los fieles para la bendición de los ramos para adorar a Cristo Rey: “Cristo, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados”.

Desde el monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén y llora por ella. Mira cómo se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros ni en palabras...

En nuestra vida tampoco ha quedado nada por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Sin embargo, podemos rechazarlo como Jerusalén. Es el misterio de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. Hoy nos preguntemos: ¿Cómo respondemos a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para ser santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente?

Los ramos verdes se marchitaron pronto y cinco días más tarde el hosanna se transformó en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide de nosotros coherencia, perseverancia y fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillen un momento y pronto se apagan. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Para tener vida divina y triunfar con Cristo, debemos ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz. No nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes.

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