Seguir al señor sin temores

Seguir al señor sin temores

Por PBRO. Dr. Marcelo Barrionuevo

03 Noviembre 2013
Hay quienes por estar excesivamente absorbidos por las cosas de este mundo, se olvidan del Dios Creador del mundo y tienden a imaginarlo como un ser lejano y ajeno a sus expectativas.

Sin embargo el episodio de Zaqueo que leemos este domingo nos demuestra que el Señor nos conoce por nuestro nombre y se interesa por cada uno. Jesús va camino de Jerusalén rodeado de una muchedumbre entre la que se encuentra Zaqueo, un jefe de publicanos y rico que, debido al gentío y su corta estatura, decide sin rubor subirse a una higuera para poder verlo pasar. No conocía a Jesús y deseaba verlo, pero el Señor lo vio y lo llamó por su nombre, como a un viejo amigo y como tal se invitó a comer en su casa. ¡Jesús lo conocía, lo llamó por su nombre! ¡Jesús nos conoce, sabe nuestro nombre! ¡Ha venido a este mundo para acercarse a nosotros!

Cualquier empeño nuestro por acercarnos a Jesús es recompensado como nos dice San Agustín: "Quien consideraba un privilegio el verlo pasar tan solo, mereció tenerlo a la mesa en su casa". Comentando este episodio, Juan Pablo II decía: "No se asusta de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional, o hacerle difíciles algunas acciones ligadas con su actividad de jefe de publicanos", que, como recaudador de impuestos, no gozaba de la simpatía del pueblo.

No le importa a Zaqueo, un personaje de cierto rango, trepar como un joven a un árbol, el qué dirán. Vivimos en una sociedad abierta y plural en la que cada uno puede expresarse libremente, por eso mismo silenciar nuestra condición de cristianos supone una falta de personalidad alarmante: ¿qué libertad tendría quien no se atreviera a vivir según sus creencias? Esto en lo humano ya es preocupante, pero en el plano espiritual es grave: "Todo el que me confiese delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero el que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32 y 33).

Los cristianos debemos hacer un serio examen de conciencia de cómo sentimos temores o vergüenzas de seguir al Señor y a su Iglesia. Nuestra fe no puede quedar reducida a una devoción espiritual; ella debe jugarse en la vía pública, en la universidad, en la fábrica, en lo político como en lo económico. No podemos tener vergüenza de nuestra fe.

Al acoger en su casa a Jesús, la vida de Zaqueo cambió radicalmente: "Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más". Jesús le respondió: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abraham; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".

¡Si generosa fue la determinación de Zaqueo, más espléndida fue la respuesta de Jesucristo: la Salvación! No descalifiquemos espiritualmente a nadie. A nuestro alrededor hay personas a las que un malentendido, una experiencia negativa, o una equivocada orientación de sus vidas, las ha alejado de Dios pero conservan, como Zaqueo, la nostalgia de la verdad, y si una persona amiga las trata con respeto, sin el desprecio de los hipócritas, recuperarían la confianza en Dios y en su Iglesia.

Reflexionemos

Dos consignas nos deja el evangelio: 1. No temer buscar a Dios y menos vergüenza de hablar y pensar como cristianos, aun a costa del descrédito de los otros. 2. Para Dios no hay nadie tan alejado que no sea un hijo suyo a quien quiere atraer. Seamos puentes de cercanía para muchos que están alejados del Señor y de su Iglesia.

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