Duendes en la nocturnidad
Acarician. Corren. Se detienen. Se miran por dentro. Ruedan en pasión atropellada. Fantasean en Fa menor. Interrogan. Con energía. Amabilidad. Vigor. Dulzura. Ensoñación. Se crispan en requiebros en La bemol mayor. Desnudan un corazón polaco en una balada.

Ahora se calman. Sueñan. Susurran. Imágenes. Piensan. Homenajean a un barroco. Alboroto en movimiento. Ejercitan un silencio en pleno vuelo. Descienden en cascada de gotas. Dramatizan. Se liberan. Explotan en sones. Se marean en ondas concéntricas. Suaves. Violentas. Estremecedoras. Pintan reflejos. Poemas en el agua. Se agitan. Se tensan. Revuelcan la vida en una isla feliz. Riegan la nocturnidad. Asombran el tiempo. Erizan la fragilidad de un francés impresionista.

Ahora se concentran. Apoyan la sensibilidad en un alma. Cantan la inocencia. Arrullan ternura. Sacuden la primavera. Preguntan. Con insistencia. Cordialmente. Miran el destino. Con coraje. Sin resignación. Buscan a Dios. Sin desesperarse. Meditando. Hurgando el caracú de la soledad. Se elevan. Juegan. Saltan. Se afiebran de alegría. Saben que se aproxima la oscuridad definitiva. La ahuyentan con pájaros desatados en un teclado. Danzan. Como si el amor quisiera darle luz al último Si bemol mayor de la muerte de un vienés. Los aplausos no los enceguecen.

Se sosiegan. La luz gambetea las hojas. Las ramas. Se abren paso con vigor. Con sutileza. Melancolía. Sensualidad. Despliegan una habanera en esa tarde en Granada.

Luego corren en Do mayor. Se revuelcan en una toccata. Son duendes con frenesí. Neurosis. Brincan desenfrenadamente en el Opus 7 de ese maestro sajón que intentará alguna vez suicidarse en el Rin. Los dedos de Nelson Goerner se han vestido de humanidad y de arte para resucitar a Chopin, Debussy, Schubert, Schumann, en la velada del 20 de septiembre en el Teatro San Martín. Pasión. Fragilidad. Elevación. Han despertado en un piano. La vida ha cantado entre esos dedos.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios