En las viejas salas, ver cine era un ritual compartido

En las viejas salas, ver cine era un ritual compartido

Hasta comienzos de los 80, las noches de sábado, las familias invadían las salas cinematográficas del centro tucumano y de los barrios. La aparición de la TV y de las nuevas herramientas tecnológicas desplazaron el hábito del cine en salas semioscuras. Hoy es más cómodo armarse la propia minisala en el hogar, o concurrir a las salas múltiples de shoppings o a las del céntrico Atlas.

COMO ANTES. Un haz de luz que se agranda y refleja en la pantalla grande. Dos o tres horas de plenas fantasías, emociones prestadas. El cine fue divertimento hasta convertirse en arte.  LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI COMO ANTES. Un haz de luz que se agranda y refleja en la pantalla grande. Dos o tres horas de plenas fantasías, emociones prestadas. El cine fue divertimento hasta convertirse en arte. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI

"Maravillas del cine galerías/ de luz parpadeante entre silbidos. / Niños con sus mamás que iban abajo; / entre panteras un indio se esfuerza / por alcanzar los frutos más dorados. / Yvonne de Carlo baila en Scherezada; / no sé si danza musulmana o tango. / Amor de mis quince años, Marilyn (Monroe). / Ríos de memoria tan amargos./ Luego la cena desabrida y fría/ y los ojos ardiendo como faros./"

El poema "Cine de los Sábados", del español Antonio Martínez Sarrión, sintetiza con exactitud la maravilla del ver cine en salas semioscuras, desde butacas confortables y en pantalla grande. Un hábito familiar que hoy ya casi se ha perdido.

El rito se repetía todas las semanas. Y así como el domingo era para el fútbol, hasta los 80, los sábados a la noche estaban destinados al cine. Era la salida cinematográfica en la cual se involucraba la familia íntegra. El vínculo y la formalidad de esa práctica social se acentuaba en los barrios. Por entonces el cine era la máxima diversión. Hasta que la invasión de la nuevas herramientas tecnológicas, con la TV como pionera invasora de la familia en el hogar, fue despoblando las salas.

Las matinées fueron las primeras funciones afectadas. Y el sábado de cine fue perdiéndose con la TV por cable, el video, el DVD, el celular, internet, las redes sociales, el cine por internet y la digitalización.

Aquellas salidas hoy son recuerdos de adultos mayores; de todos modos, las nuevas generaciones siguen fieles al séptimo arte, en sus nuevos formatos.

Emociones prestadas

Envueltos en la penumbra, el cine propiciaba que experimentáramos emociones prestadas por los protagonistas, olvidándonos de las propias.

Aunque ya los estudiosos de la salud mental y de la conducta sostenían que al apagarse la luz la ficción de la pantalla nos manipulaba, a pocos les importaba tamaña valoración. No nos molestaba que el ver una película nos hiciera comportarnos como ovejas, sin voluntad o pensamientos propios, en ese hábitat de tenebrosa claridad. Ni tampoco que nos tildaran de seres escapistas de la realidad.

El cinéfilo profesor de geografía Ricardo Antonio Brunetti suele repetir que no nació en una sala de cine. "Aunque a veces pienso que mi vida transcurrió en un cine, como en una de esas sesiones maratónicas a la que asistíamos de adolescentes. Una vida llena de cine", confiesa.

La herencia

En cambio, Roberto José Alonso evocó a sus ancestros. "Mis abuelos iban al cine, y también mis padres. Nosotros, a veces íbamos a los mismos cines a los que ellos habían ido de jóvenes, de casi niños. Los cines pasaban como una herencia mágica, no nos dejaron ni fincas, ni abultadas herencias, nos dejaron las salas de cine, los actores de los que hablaban, los mitos y sus recuerdos", subrayó el arquitecto y artista plástico, de 62 años.

"Tucumán estaba plagada de salas cinematográficas. Muchos barrios tenía su cine de estrenos, reestrenos y de sesión continua. Además estaban el cine del colegio o el de la parroquia. Los sábados y los domingos de invierno nos metíamos al cine y en verano nos gustaba salir y jugar en la calle", describió Edgardo Alberto Cuevas, que se crió en la zona de El Bajo.

Silbatina en las sombras

"Todos íbamos al cine. No importaba tanto lo que exhibían. En el cine colegial o parroquial eran más selectivos y proyectaban una buena porción de clásicos. En los de sesión continua he visto las películas más infames, las coproducciones ítalo españolas de romanos, o gladiadores y todos los western spaghettis, pero también pude apreciar a Woody Allen", añadió Cuevas.

Alonso, por su parte, enfatiza, con un dejo de nostalgia. "Ante la frialdad de las salas de ahora, donde reina el silencio, la changada de mi época concentrada en un espacio cerrado inventó el cine interactivo. Recuerdo que marcábamos el paso y silbábamos con los soldados ingleses en el Puente sobre el Río Kwai. También se vitoreaba. Incluso los más habilidosos imitaban el sonido de la corneta, cuando la caballería acudía rauda a salvar a los colonos atacados por los indios. Asimismo se insultaba y abucheaba a los malos, les avisábamos del peligro a la bella joven cuando la acechaba el perverso malvado o el vampiro de turno, hasta tarareábamos las canciones", memora.

Héctor Costilla Pallares, de 82 años, también recuerda esas sesiones bulliciosas en la penumbra. "Siempre había gritos en las salas. Y desde el gallinero se lanzaban proyectiles en forma de bolas de papel de los caramelos, hacia la platea. El acomodador era entonces una ocupación de alto riesgo. Perseguía a los a los que armaban lío, armado sólo con una linterna", se ríe el periodista, recordando ese hábito colectivo que marcó a fuego el siglo XX.

Publicidad

De las pandillas de chicos traviesos al  pop corn en el shopping

Los tucumanos no dejaron de ver cine. Pero a los espectadores del siglo XXI les agradan las multisalas de Monteagudo al 300, en el centro; las cuatro del Cinemacenter de Avenida Roca al 3.400 y las de los shoppings El Portal y El Solar, ambos de Yerba Buena. Pero la forma de consumir cine cambió radicalmente. La gente prefiere ver películas en los complejos cinematográficos de los centros comerciales, después de pasear, ingerir comidas rápidas o comprar en sus locales. 

Varias salas de cine tradicionales se reconvirtieron. Ahora son comercios (Rex, Candilejas), templos de religiones no convencionales (Reggio, Broadway), playas de estacionamiento (Moderno), hotel (Metro y 25 de Mayo) boliches nocturnos (Edison e Independencia), salas de convenciones (Plaza) o edificios en desuso (9 de Julio, Astral de Yerba Buena), etcétera.

A diferencia de antaño, cuando era todo un suceso concurrir a los cines céntricos y barriales, desde los últimos años el gasto en entretenimiento de los tucumanos se localizó en los shoppings. Y las salas que abrieron en estas megaestructuras se vieron favorecidas por esta tendencia. Las excepciones son el Atlas I y Atlas II, que originariamente fueron una sola sala, y que es la única que no está enclavada en un shopping o hipermercado.

Atrás quedaron los lunes para las películas nacionales, con entradas a precios populares. Tampoco se observa a los chicos con redoblantes y cartelones repartiendo volantes y promocionando las películas que se exhibían. Había platea y "gallinero" (la tertulia alta), que costaba muchos menos que la platea.

El caramelero no subía al gallinero porque le sacaban de todo.

Había "changos" que eran especialista en colarse. Mientras el portero cortaba las entradas, dos se filtraban como balas.

El caramelo hacía el recorrido y sólo los novios adquirían los toffy, que eran los más caros, para quedar bien con la suegra. Después apareció el helado smack; era un rollito bañado con chocolate.

Todos compraban el maní con cáscara. Lo vendían en cucuruchos de papel de diario y otros lo cargaban en la campera o el bolsillo de la camisa o del pantalón.

El acomodador controlaba a los fumadores si veía una lucecita roja los encaraba y...¡Afuera!

Publicidad
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios