Por Ezequiel Fernández Moores
29 Septiembre 2013
El recuerdo, porque se cumplía el vigésimo quinto aniversario, se fijó la semana pasada sobre Ben Johnson. Pero, en rigor, la trampa del doping fue utilizada por seis de los ocho participantes de lo que un libro definió sin eufemismos desde su propio título: "La carrera más sucia de la historia".
"Algunos dirán que es una mala historia, pero yo no lo veo así", dijo Ben Johnson al visitar el martes pasado el hoy vetusto estadio Jamsil, de Seúl. Veinticinco años antes había vencido allí a Carl Lewis en la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos de 1988. La gloria duró poco. Tres días después fue descalificado por uno de los mayores escándalos de doping en la historia del deporte. Johnson, que fue suspendido de por vida en 1993, tras un nuevo positivo de doping, volvió a "la escena del crimen" promoviendo ahora "el juego limpio", bajo la promoción del empresario australiano Jaimie Fuller, que utiliza el "arrepentimiento" del ex atleta canadiense para promocionar su marca de ropa deportiva.
"Fui crucificado y 25 años más tarde sigo en penitencia. Los violadores y los asesinos terminan en prisión, pero siempre salen", dramatizó Johnson, de 51 años, y agregó: "las reglas deberían ser las mismas para todos". Johnson, que había ganado con récord mundial de 9 segundos 79 centésimas, debió ceder su medalla de oro al estadounidense Carl Lewis, su gran rival de aquellos años y a quien, se recuerda, pareció comenzar a doblegar psicológicamente segundos antes de la largada.
Los 100 metros, la reina madre de las pruebas del atletismo mundial, porque consagra al hombre más veloz del planeta, fueron dominados en Seúl por un Johnson que salió como una bala y soportó el sprint final de Lewis, mientras 60.000 personas aplaudían su récord y él saludaba con el brazo derecho apuntando al cielo.
El canadiense se confirmaba nuevo rey destronando a un Lewis al que aún hoy muchos señalan como el atleta más completo de todos los tiempos y que le había ganado ocho duelos seguidos, hasta una primera derrota en 1985 y otra en el Mundial de Roma 87. La prueba de Seúl fue señalada ese día como "la mejor carrera de la historia" no sólo por ese duelo, sino porque junto con Johnson cuatro atletas corrieron por debajo de la mítica barrera de los 10 segundos: Lewis anotó 9.92, el británico Linford Christie 9.97 y el estadounidense Calvin Smith 9.99.
"Felicitaciones, ha sido una noche maravillosa para Canadá", escribió a Johnson Brian Mulroney, entonces primer ministro del país, sin saber que, apenas tres días después, el Comité Olímpico Internacional (COI) anunciaba la descalificación del atleta, por doping de stanozolol.
Algunos rumores indicaron siempre que el entonces presidente del COI, el español Juan Antonio Samaranch, hubiese preferido tapar el escándalo, pero que el príncipe belga Alexandre de Merode, titular de la Comisión Antidoping, lo filtró a una agencia de noticias y así la bola se hizo imparable.
Otros rumores indicaban que Johnson no fue protegido porque, a diferencia de la mayoría de las estrellas, no tenía contrato con Adidas, patrocinadora oficial de los Juegos. Los rumores, fortalecidos en el gran documental "9.79", de ESPN, indicaron inclusive que un ex compañero de Lewis en el Santa Monica Track Club pudo haber puesto el esteroide maldito dentro de una cerveza que tomó Johnson antes del control.
Johnson devolvió la medalla en Seúl y retornó casi escondido a Canadá, donde pasó de héroe a villano, recibido con carteles de "traidor", "tramposo", otros que recordaban que su lugar de origen era Jamaica y la decisión del gobierno de crear la Comisión Dubin para sancionar la vergüenza.
"Si todos lo hacían y nosotros no, era como poner los tacos de salida un metro más atrás", llegó a decir a la Comisión Charlie Francis, entrenador de Johnson. Todos los informes posteriores sugieren que al menos el 80 % de los atletas de la elite recurrían al doping en aquellos años. "Un día me llegaron los resultados de una prueba que se había disputado. Todas las muestras parecían agua, y eso era debido a los diuréticos que los atletas usaban para lavar otras drogas", dice en "9.79" Don Catlin, del laboratorio olímpico de Estados Unidos.
Otro médico cuenta que un "Programa Educacional" que el Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC) inició con sus atletas solo buscaba asesorar a las estrellas cómo asegurarse que el doping no saltara en los controles. Es que USOC era consciente de que el propio Lewis, supuesto adalid del "juego limpio" en su duelo contra el "tramposo" Johnson, también recurría al doping.
Lo contó 15 años más tarde a la revista "Sports Illustrated" Wade Exum, funcionario antidoping del USOC, que dejó su cargo hastiado porque la entidad encubrió a cerca de 100 atletas que habían dado positivo en pruebas internas. En la lista, dijo Exum, estaba Lewis, que había dado nada menos que tres positivos justamente en el selectivo de Estados Unidos para los Juegos de Seúl.
Johnson luchó para que quitaran también a Lewis el oro coreano, sin éxito. El problema era ya entonces que también Christie había sido sancionado por doping, es decir, el podio entero de Seúl era tramposo. Smith, el cuarto, nunca tuvo un positivo. Lo mismo sucedió con el brasileño Robson Da Silva, los dos únicos, porque los otros tres corredores de esa final también tuvieron sanciones por doping: Dennis Mitchell, Desai Williams y Ray Stewart.
Mitchell argumentó que su positivo de testosterona de 1998 se debió a que era su cumpleaños y tuvo sexo cuatro veces con su mujer. Williams admitió su culpa ante las autoridades y Stewart fue suspendido de por vida al comprobarse que, ya entrenador, dopaba a sus atletas.
En 1988, a Samaranch, "no le importaba el doping", dice Richard Moore, autor del libro "La carrera más sucia de la historia", de 2012. Debió pasar más de una década. Estalló el caso del equipo Festina en el Tour de Francia, en medio de un ciclismo que no cesaba de producir un escándalo tras otro. Los gobiernos, asustados del nivel al que estaba llegando el asunto, obligaran al COI a crear la Agencia Mundial Antidoping (WADA, en inglés) y a que tomaran más en serio el asunto. Si se analizaran las viejas muestras con los controles hoy más sofisticados, pocos mitos quedarían en pie. El doping, hay que saberlo, fue asunto de estado no solo entre los países del bloque comunista, como siempre se dijo. Todos se aferraron al sistema de la trampa.
Veinticinco años después, el atletismo volvió a conmoverse apenas dos meses atrás cuando saltó primero el doping de Tyson Gay, el hombre más veloz de 2013, supuesto modelo también de "juego limpio", y de cinco miembros del poderoso equipo de Jamaica, incluidos Verónica Campbell-Brown, bicampeona olímpica en 200 metros, y Asafa Powell, amigo y compañero de relevos del rey Usain Bolt. Don Catlin, el mismo médico estadounidense célebre por su lucha contra el doping, dice ahora a los 75 años que tiene un temor: "que el atletismo esté en el mal camino del ciclismo".
Los especialistas de ambos deportes tienen una respuesta no menos inquietante: "somos los más expuestos, porque no hay una pelota de por medio". Apuntan ante todo al fútbol, al tenis y a la NBA. Al corazón del negocio del deporte.
"Algunos dirán que es una mala historia, pero yo no lo veo así", dijo Ben Johnson al visitar el martes pasado el hoy vetusto estadio Jamsil, de Seúl. Veinticinco años antes había vencido allí a Carl Lewis en la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos de 1988. La gloria duró poco. Tres días después fue descalificado por uno de los mayores escándalos de doping en la historia del deporte. Johnson, que fue suspendido de por vida en 1993, tras un nuevo positivo de doping, volvió a "la escena del crimen" promoviendo ahora "el juego limpio", bajo la promoción del empresario australiano Jaimie Fuller, que utiliza el "arrepentimiento" del ex atleta canadiense para promocionar su marca de ropa deportiva.
"Fui crucificado y 25 años más tarde sigo en penitencia. Los violadores y los asesinos terminan en prisión, pero siempre salen", dramatizó Johnson, de 51 años, y agregó: "las reglas deberían ser las mismas para todos". Johnson, que había ganado con récord mundial de 9 segundos 79 centésimas, debió ceder su medalla de oro al estadounidense Carl Lewis, su gran rival de aquellos años y a quien, se recuerda, pareció comenzar a doblegar psicológicamente segundos antes de la largada.
Los 100 metros, la reina madre de las pruebas del atletismo mundial, porque consagra al hombre más veloz del planeta, fueron dominados en Seúl por un Johnson que salió como una bala y soportó el sprint final de Lewis, mientras 60.000 personas aplaudían su récord y él saludaba con el brazo derecho apuntando al cielo.
El canadiense se confirmaba nuevo rey destronando a un Lewis al que aún hoy muchos señalan como el atleta más completo de todos los tiempos y que le había ganado ocho duelos seguidos, hasta una primera derrota en 1985 y otra en el Mundial de Roma 87. La prueba de Seúl fue señalada ese día como "la mejor carrera de la historia" no sólo por ese duelo, sino porque junto con Johnson cuatro atletas corrieron por debajo de la mítica barrera de los 10 segundos: Lewis anotó 9.92, el británico Linford Christie 9.97 y el estadounidense Calvin Smith 9.99.
"Felicitaciones, ha sido una noche maravillosa para Canadá", escribió a Johnson Brian Mulroney, entonces primer ministro del país, sin saber que, apenas tres días después, el Comité Olímpico Internacional (COI) anunciaba la descalificación del atleta, por doping de stanozolol.
Algunos rumores indicaron siempre que el entonces presidente del COI, el español Juan Antonio Samaranch, hubiese preferido tapar el escándalo, pero que el príncipe belga Alexandre de Merode, titular de la Comisión Antidoping, lo filtró a una agencia de noticias y así la bola se hizo imparable.
Otros rumores indicaban que Johnson no fue protegido porque, a diferencia de la mayoría de las estrellas, no tenía contrato con Adidas, patrocinadora oficial de los Juegos. Los rumores, fortalecidos en el gran documental "9.79", de ESPN, indicaron inclusive que un ex compañero de Lewis en el Santa Monica Track Club pudo haber puesto el esteroide maldito dentro de una cerveza que tomó Johnson antes del control.
Johnson devolvió la medalla en Seúl y retornó casi escondido a Canadá, donde pasó de héroe a villano, recibido con carteles de "traidor", "tramposo", otros que recordaban que su lugar de origen era Jamaica y la decisión del gobierno de crear la Comisión Dubin para sancionar la vergüenza.
"Si todos lo hacían y nosotros no, era como poner los tacos de salida un metro más atrás", llegó a decir a la Comisión Charlie Francis, entrenador de Johnson. Todos los informes posteriores sugieren que al menos el 80 % de los atletas de la elite recurrían al doping en aquellos años. "Un día me llegaron los resultados de una prueba que se había disputado. Todas las muestras parecían agua, y eso era debido a los diuréticos que los atletas usaban para lavar otras drogas", dice en "9.79" Don Catlin, del laboratorio olímpico de Estados Unidos.
Otro médico cuenta que un "Programa Educacional" que el Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC) inició con sus atletas solo buscaba asesorar a las estrellas cómo asegurarse que el doping no saltara en los controles. Es que USOC era consciente de que el propio Lewis, supuesto adalid del "juego limpio" en su duelo contra el "tramposo" Johnson, también recurría al doping.
Lo contó 15 años más tarde a la revista "Sports Illustrated" Wade Exum, funcionario antidoping del USOC, que dejó su cargo hastiado porque la entidad encubrió a cerca de 100 atletas que habían dado positivo en pruebas internas. En la lista, dijo Exum, estaba Lewis, que había dado nada menos que tres positivos justamente en el selectivo de Estados Unidos para los Juegos de Seúl.
Johnson luchó para que quitaran también a Lewis el oro coreano, sin éxito. El problema era ya entonces que también Christie había sido sancionado por doping, es decir, el podio entero de Seúl era tramposo. Smith, el cuarto, nunca tuvo un positivo. Lo mismo sucedió con el brasileño Robson Da Silva, los dos únicos, porque los otros tres corredores de esa final también tuvieron sanciones por doping: Dennis Mitchell, Desai Williams y Ray Stewart.
Mitchell argumentó que su positivo de testosterona de 1998 se debió a que era su cumpleaños y tuvo sexo cuatro veces con su mujer. Williams admitió su culpa ante las autoridades y Stewart fue suspendido de por vida al comprobarse que, ya entrenador, dopaba a sus atletas.
En 1988, a Samaranch, "no le importaba el doping", dice Richard Moore, autor del libro "La carrera más sucia de la historia", de 2012. Debió pasar más de una década. Estalló el caso del equipo Festina en el Tour de Francia, en medio de un ciclismo que no cesaba de producir un escándalo tras otro. Los gobiernos, asustados del nivel al que estaba llegando el asunto, obligaran al COI a crear la Agencia Mundial Antidoping (WADA, en inglés) y a que tomaran más en serio el asunto. Si se analizaran las viejas muestras con los controles hoy más sofisticados, pocos mitos quedarían en pie. El doping, hay que saberlo, fue asunto de estado no solo entre los países del bloque comunista, como siempre se dijo. Todos se aferraron al sistema de la trampa.
Veinticinco años después, el atletismo volvió a conmoverse apenas dos meses atrás cuando saltó primero el doping de Tyson Gay, el hombre más veloz de 2013, supuesto modelo también de "juego limpio", y de cinco miembros del poderoso equipo de Jamaica, incluidos Verónica Campbell-Brown, bicampeona olímpica en 200 metros, y Asafa Powell, amigo y compañero de relevos del rey Usain Bolt. Don Catlin, el mismo médico estadounidense célebre por su lucha contra el doping, dice ahora a los 75 años que tiene un temor: "que el atletismo esté en el mal camino del ciclismo".
Los especialistas de ambos deportes tienen una respuesta no menos inquietante: "somos los más expuestos, porque no hay una pelota de por medio". Apuntan ante todo al fútbol, al tenis y a la NBA. Al corazón del negocio del deporte.
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