Sospechas Eternas
Hace medio siglo, Gino Bartali y Fausto Copi, italianos, clásicos rivales y por entonces casi principales animadores del Tour de Francia, cantaban a dúo en "Musichiere", un popular programa de TV que conducía Mario Riva, los sábados por la tarde en la RAI. La música era de "Come pioveva" (Cómo llovía), una canción divertida de aquellos años, pero la letra era otra y la entonaban sin dejar de reírse. "Giri d'Italia ne ho vinti tanti senza mai prendere droghe o eccitanti …." (Giros de Italia gané muchos, pero sin tomar jamás drogas ni excitantes), decía Coppi. "Giri d'Italia lui, sì, li vinceva ma li prendeva, ma li prendeva." (Giros de Italia, sí, los ganaba, pero los tomaba, los tomaba), contestaba Bartali, también riéndose.

En realidad, se reían todos. Nadie se escandalizaba. Parodiaban un aspecto del ciclismo de aquellos tiempos, en los que el extrovertido Bartali, toscano fortachón de Acción Católica, amante de la pasta y el vino, pretendía ser usado por el fascismo de Benito Mussolini, hasta que la izquierda se aferró a la aparición de Coppi, piamontés agnóstico y frágil, cuya polémica preparación "científica" elevó a 40 kilómetros por hora la velocidad promedio del ciclismo y que murió a los 40 años, por una malaria mal curada. Bartali, que vivió hasta los 85 años, era fascista; Coppi, comunista, pero la leyenda de la rivalidad-amistad entre ambos aún hoy es leyenda en Italia y en el ciclismo europeo. Eso sí, en aquel entonces el doping no le importaba a nadie.

El Tour de Francia, que hoy mismo cierra en París su edición número 100, fue creado en 1903 por el periódico L'Auto, precursor de L'Equipe. Gracias al Tour, L'Auto triplicó sus ventas. El franco-argentino Lucien Mazan, bicampeón en 1907 y 1908 con el seudónimo de Lucien Petit-Breton, figuró entre los primeros héroes, hombres sacrificados y duros que trepaban montañas heladas o corrían llanuras bajo un sol impiadoso, mientras millones esperaban el paso por la ruta para ver de cerca a mitos como Coppi y Bartali, y Jacques Anquetil, Bernard Hinault o Eddy Merckx. Pero aquellos tiempos que hoy muchos citan como "románticos" tenían su contracara. "¿Quiere saber cómo funcionamos?", preguntaron los hermanos Henri y Francis Pellisier al periodista Albert Londres en el Tour de 1924. "Esto -le dijeron- es cocaína para los ojos, esto otro cloroformo para las encías. Esto es pomada para calentarme las rodillas. ¿Y píldoras? ¿Quiere ver píldoras? Aquí tiene píldoras. Usted aún no nos ha visto en el baño en la meta. Pague por el espectáculo. Sin el barro estamos blancos como sudarios, la diarrea nos vacía, perdemos el conocimiento en el agua? Pierdo seis uñas de los pies. Y cuando bajamos de la bici nuestra piel se ha pegado a los calcetines, a los calzones, estamos en carne viva?".

Londres, uno de los máximos precursores franceses del periodismo de investigación, lo escribió en un hermoso libro llamado "Los forzados de la carretera". "Existen fantasistas que se tragan ladrillos y otros ranas vivas. He visto a faquires que 'escupen' plomo fundido. Son personas normales. Los verdaderos chiflados -dice Londres en una de sus crónicas- son algunos iluminados que el 22 de junio abandonaron París para comer polvo". Lo escribe tras una etapa de 482 kilómetros, casi 20 horas seguidas sobre la bicicleta y un día antes de subir a los Pirineos y totalizar 1.200 kilómetros. Y todo eso a cambio de una paga menor a los seis francos. En los descensos a 60 kilómetros por hora -sigue Londres- el ciclista "aprieta los dientes como si pidiera ayuda a su mandíbula. Si no hay 'fiambres' -escribe- es porque los precipicios no lo han querido".

Otro ciclista llora ante su entrenador porque ya no tiene tendones. Un tercero replica diciendo que "esto no es un oficio, es una misión". Antes de quejarse, responde también a los ciclistas el jefe de la competencia, lean "La vida de los mártires". "Llegará el día -se lamenta Henri Pelissier- en que nos colocarán plomo en los bolsillos porque alguno creerá que Dios ha hecho al hombre demasiado ligero".

Ese Tour de los primeros años siguió sin cambiar en los 50 de Coppi-Bartali. "Por supuesto que yo tomaba píldoras y me inyectaba", confesó el propio Coppi en el libro Campioníssimo al periodista Gianni Brera. "Sólo un tonto cree que se puede ganar el Tour tomando agua mineral", contó a su vez Jacques Anquetil, cinco veces ganador del Tour. Hoy se los recuerda como héroes románticos, genios, artistas. No existían los controles antidoping. Ya habían muerto ciclistas, como un campeón de la Burdeos-París de 1886 que falleció intoxicado con alcohol puro y estricticinina, todo para tener más potencia. Fue la muerte del inglés Tony Simpson, justamente en el Tour, en 1967, deshidratado y con una sobredosis de anfetamina, la que obligó a imponer controles. En los últimos años el Tour vio desfilar campeones cargados de drogas como el fallecido "Pirata" italiano Marco Pantani y otros directamente despojados de sus títulos como el gran escalador español Alberto Contador y los estadounidenses Floyd Landis y Lance Armstrong, éste último campeón de 1999 a 2005 y de quien ya se escribió todo. Cuentan que al ver de qué modo se dopaban los europeos, especialmente los españoles, de la noche a la mañana sorpresivos dominadores del Tour, él también decidió doparse. Su trampa, la del hombre que le ganó al cáncer y se convirtió en Superman, fue un golpe acaso definitivo a la credibilidad del ciclismo.

Acaso por esa misma razón, el inglés que cruzará hoy victorioso la meta en París, Chris Froome, suscita sospechas y no aplausos. Froome nació en Kenia y se naturalizó británico. El ciclismo del Reino Unido, ante los Juegos Olímpicos de Londres 2012, dio avances enormes en "investigación científica". Ante la retirada de los españoles, ahora más controlados, los ciclistas británicos dominaron las dos últimas ediciones del Tour. Cuando el domingo pasado Froome subió el Mont Ventoux a velocidad supersónica, toda la prensa europea evitó hablar de carrera épica. Al día siguiente, el pobre Froome debió aclarar una y otra vez que él no es Armstrong y su equipo, Sky, tuvo que ofrecer toda la cartilla médica del ciclista a la Agencia Mundial Antidoping (AMA) para ver si así frena los rumores. La AMA respondió ayer que no puede aceptar ese acuerdo.

Ya se curó de espanto con Armstrong, que ayudó a comprar laboratorios antidoping y superó casi 400 controles. Y terminó siendo un tramposo más. No hay modo. El doping ya no es broma como en los tiempos de Coppi-Bartali. No es canción ni show de TV. Ha matado ciclistas. A otros los ha llevado a la cárcel o a devolver todos sus títulos. Y para otros, aunque sigan ganando y superando los controles, la sospecha, lamentablemente, amenaza ser eterna.

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