Una tragedia en varios tiempos

Una tragedia en varios tiempos

Las letras negras, enormes, congelaron el apurón del desayuno: "Recuperación de las Malvinas". Con los años aprendería que se llama "título tamaño catástrofe" (pocas veces una expresión fue más apropiada), pero eso fue mucho después. Era la época en la que el gacetero tiraba el diario por debajo de la puerta, no existían los medios digitales y las radios, claro, estaban intervenidas y lejos de cualquier estándar de libertad de prensa. Para escuchar las noticias en la televisión había que esperar al mediodía.

Los adultos de la casa, con caras largas, pero ni un comentario -cuidado básico que tenían incorporado después de siete años de dictadura, porque "viste que los chicos repiten todo lo que escuchan"- apuraron el trámite y todos salimos a cumplir las tareas diarias.

La dimensión de lo que estaba ocurriendo cayó como una pedrada al llegar a la escuela. De un momento a otro había que aprenderse la marcha de Malvinas y todas cantamos "bajo un manto de neblina, no las hemos de olvidar".

El mundo, mi mundo, se dividió entre los que estaban a favor y los que estaban en contra (¿se puede estar a favor de una guerra?). O más bien, entre los que creían que podíamos ganar -"y el que no salta es un inglés", "traigan al principito"- y los escépticos, los "antipatria", los que por lo bajo comentaban: "qué van a ganar una guerra éstos, que sólo se animan cuando entran encapuchados y de noche a las casas de gente desarmada". Nadie discutía la legitimidad de la soberanía argentina sobre Malvinas.

Después de la derrota, el horror de conocer. Los chocolates con cartitas a los soldados que aparecían en kioscos de Comodoro Rivadavia, el heroísmo de "los chicos de la guerra", la cobardía de los jerarcas (Mario Benjamín Menéndez, el general que se rindió sin disparar un tiro, va a ser juzgado en Tucumán por secuestros y torturas cometidos durante el Operativo Independencia).

La tragedia de la guerra de Malvinas no consiste sólo en la destrucción de cientos de vidas jóvenes (649 muertos del lado argentino, casi 300 del lado inglés, aunque algunos recuentos indican que fueron más). La otra tragedia es que el legítimo reclamo de soberanía estará para siempre manchado por el hecho de que quienes buscaron la recuperación -a lo bruto y exponiendo vidas ajenas (que no las propias)- lo hicieron para salvarse de su propia e inminente caída.

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