Yo vi pintar a Monet
Una inmensa mayoría de los seres humanos depende del transporte público para trasladarse. De pie, haciendo equilibrio como en el Cirque du Soleil, con una mano asida al pasamanos y la otra sobre la cartera o el bolso y rogando que no suene el celular se puede ver a las mujeres viajar con la incomodidad de un testigo falso en un juicio oral.

Pero yo conozco un caso único. Excepcional. Fui testigo del pulso de cirujano de una joven mujer. Todas las mañanas repetía un ritual que daba gusto presenciar. Sentada, a cara lavada, abría su bolso con la diestra. Sonreía tras sacar un porta cosméticos oscuro. Tras quitar el abrojo, se abría un mundo de colores. Entre esa paleta cromática optaba por un color tenue que resaltara sus labios. Y con la maestría de un cirujano, ignorando frenadas y aceleradas del ómnibus, con seguridad, ya había guardado el lápiz de labios. El pequeño espejo en la mano izquierda era el preanuncio de una faena digna de aplaudirse de pie. Extraía el lápiz para delinearse el contorno inferior de sus ojos chispeantes. Y lo hacía. Luego tocaba el turno al tono elegido para el párpado superior. Era suave, como sus movimientos y no los del ómnibus. Su piel adquiría otro brillo. Yo no podía escapar del hechizo de ver su mano dibujando al aire sobre su rostro. Sacaba con parsimonia el cepillo del rímel para aumentar el volumen de las pestañas con su mirada clavada en el espejito. Este parecía aprobar su tarea. Y yo también, ya que mirarla me hacía mucho más placentero y corto el viaje. Uno, como ella lo sabe, se debe a su público. A ese público fiel, como yo, que no me olvido de su rostro ni de la manera como se pintaba...

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