Una hora preso en el ascensor

Una hora preso en el ascensor

Siempre pensé lo difícil que se puede poner la vida de una persona atrapada en un ascensor. Y mucho más si es claustrofóbica. Por suerte yo no lo soy. Y me alegré muchísimo de ello; me sentí un privilegiado. Porque estuve una hora encerrado en uno de los ascensores del edificio donde vivo.

Caía la tarde. Me dirigía a un súper, al que nunca llegué. El aparato se detuvo entre el séptimo y el octavo piso. Mi cuerpo se dividió entre ambos. El índice de mi mano derecha comenzó a accionar la alarma. Un vulgar timbre de ómnibus urbano. Y a escuchar voces. "¡Hay alguien en el ascensor!" decía una vecina mientras le gritaba al portero. Gentil, como siempre, él llegó para indicarme cómo podía salir de ahí. Respondí que si yo hubiera sido contorsionista del Cirque du Soleil ya lo hubiera hecho. Habló al servicio de emergencias y hasta su arribo estuve 60 minutos de pie y mirando los graffitis a medio borrar. Tomé en cuenta la mugre de la puerta y conté cada basura del piso. ¿Y si en mi lugar estaba una mujer con un niño o un anciano o un enfermo? ¿O si el atrapado sufría un ataque de pánico? Otra hubiera sido la historia.

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