"La lógica del consumo es la que genera excluidos"

"La lógica del consumo es la que genera excluidos"

Psiquiatra y psicoanalista, el jefe de salud mental del hospital Piñero de Buenos Aires opina que la exclusión social es la que genera el clima de violencia del presente

ARTICULAR. Dobón defiende la libertad asistida, pero advierte que esta debe ser integradora  e integral. ARTICULAR. Dobón defiende la libertad asistida, pero advierte que esta debe ser "integradora e integral".
03 Octubre 2010
En las reflexiones del psiquiatra y psicoanalista porteño Juan Dobón sobre el malestar que se respira en la Argentina (y en el mundo) actual resuena el pensamiento del polaco Zygmunt Bauman acerca de cómo en este siglo XXI marcado por el consumismo extremo, los que pueden consumir se sienten "salvados"; y los que no, se convierten en "subhabitantes".

Dobón, que estuvo esta semana en Tucumán invitado por la Facultad de Psicología de la UNT, enfatiza que la problemática de los llamados "pibes chorros", de los adolescentes en conflicto con la ley, no se puede recortar desde el derecho penal: que "cada situación es particular", y que el fenómeno debe ser atendido desde una perspectiva de vulnerabilidad social.

- Un síntoma de cómo estamos es el chico de 16 años, Matías, que se escapó de sus secuestradores, y murió baleado en Buenos Aires porque la gente no le creyó que era una víctima?.

- Son fenómenos que no se pueden recortar desde el derecho penal. Si uno aboga por un derecho penal mínimo, este sería el último recurso. Son problemas de lo que yo llamo "vulnerabilidad de las cuatro eses": sanitaria; social (que incluye lo educativo, lo normativo, lo familiar); subjetivo, porque cada caso es diferente, y segregativo. Si hay algo en común entre Tucumán, Buenos Aires y Barcelona, esto es la lógica global del consumo, que es implacable. Como dice Baumann, aquél que ingresa, es como que estuviera "salvado", entre comillas; y el que queda fuera termina convertido en la encarnación del mal, o en una subcultura. Otra condición es la desagregación de la familia, y su relevo, que es la educación. Después está el problema de las drogas y de violencia que, insisto, es más un problema sociosanitario que penal. No todos los casos son lo mismo: es lo que entendemos como "condición subjetiva". Hay condiciones en la historia de cada persona que determinan desamparo. Y hay desamparos que nos caben a todos los mortales: frente a la muerte, a los duelos, a las pérdidas, todos padecemos de desamparo. Pero hay desamparos que son mucho más particulares, generados por una crianza anónima, institucionalizada, no encarnada. Nosotros lo llamamos "un deseo anónimo", donde no hay una particularidad para cada caso.

- ¿Se refiere a los institutos?

A los institutos, o a familias en las que el padre ha quedado relegado a ser ese señor que entra y sale, un poco devaluado; una madre con diez hijos que toma a alguno, y casi como mandato les otorga alguna particularidad: "vos te casás, vos trabajás". Y hay otros que ni siquiera han sido tomados en cuenta. De modo que en la misma pareja parental puede haber cuatro o cinco que pueden ser "alojados", y otros que quedan arrasados.

- La inseguridad se ha convertido en "el gran tema". Lo prueba el Parlamento aprobando una ley contra las salideras bancarias.

- Yo hablo de un "estado de decepción", por el cual se pueden generar medidas y legislación de excepción, tanto de seguridad como preventivas, que devienen en sistemas tanto penales como políticos autoritarios. Giorgio Agamben habla del estado de excepción que funda Carl Schmitt, y que es quien precede al nacionalsocialismo en Alemania. Hay que tener cuidado; porque frente al estado de decepción -tanto personal como por lo que surgiera del Estado- puede surgir el discurso que sitúa al adolescente como la encarnación del enemigo, del mal. Esa lógica del enemigo atraviesa todas las clases sociales; si está reforzada por un discurso mediático y académico que lo sitúa como el enemigo, puede entenderse por qué una familia de clase media ve corriendo un chico de 16 años diciendo: "me secuestraron", y no le cree. Lo que han consumido es que ese chico es victimario, antes que víctima. Uno se pregunta: ¿qué haría esa familia? O se llama a la policía, como alguna familia hizo, o se lo deja ingresar.

- En la Argentina actual hay una fuerte violencia discursiva?.

- Yo no le temo al discurso de la confrontación. Si repasamos los 27 años de democracia, sumemos: los saqueos a Alfonsín y al primer Menem, la caída de la Alianza, con 33 muertos en un día. Por otro lado, sí hay algo que se instaura en los 90, y es la sensación de que si no está dentro del mercado de trabajo y del consumo, es un "subhabitante". Creo que el 2001 le hizo tomar conciencia a la gente de clase media que puede quedar fuera del sistema. Desde entonces, cualquier persona de clase media siente que el otro puede ser su enemigo, y eso dispara una lógica de confrontación. Me parece que la caída de Alfonsín instaura la idea de que un mercado y no ya los tanques, pueden derrocar a un gobierno. Y que en 2001 eso se termina de refrendar. El estado de temor y de confrontación va más allá de la puja distributiva: el tema es estar o no incluido. Y eso genera odio.

- ¿Qué le cabe aquí a la psicología?

- Hasta aquí, esto es cómo uno puede leer la realidad. Y no deberíamos creer que la psicología tiene una solución para todo esto. Pero sí puede ir alojando caso por caso; y no hablo sólo de una persona; hay numerosas experiencias grupales, comunitarias, coordinadas por psicólogos que están intentando pasar de esa economía de odio y de exclusión a una de integración, a restaurar los lazos sociales y medios de producción. Mi área de trabajo, en Flores, es una zona de 350.000 habitantes, de los cuales el 50 % tiene menos de 18 años. De esos 350.000, 300.000 viven en villas. Es un barrio muy atravesado no sólo por el consumo de drogas, sino también por las "cocinas", en las que se prepara la pasta base. De ahí mi interés por la adolescencia y la niñez en relación a estos temas. Nosotros promovemos dos tipos de actividades: por un lado, el clásico de la salud mental; y el segundo, promover artificios como una radio comunitaria, una orquesta juvenil con chicos de la villa, entre otros. Cuando yo hablo de "decepción en relación al Estado", la queja es que a pesar de todos los dispositivos que tenemos, muchas veces son como capas geológicas en las que unos trabajan en función de la ley de Patronato y otros lo hacemos siguiendo la Convención (de los derechos del niño). La decepción es que una cantidad de dispositivos implementados no interactúan, no hay trabajo en red. Y los chicos se nos van por esos "agujeros".

- Usted ha señalado que es más bien un problema sociosanitario que del orden penal ¿pero, qué se hace cuando el chico ya ha delinquido?

- Vamos a hablar por un corte etario. De los 18 años para abajo, la gran incidencia son delitos contra la propiedad; y no es lo mismo robar un pasacassette que ingresar a una casa. Habitualmente el derecho penal tipifica las acciones por acto, pero a la hora de penar, pena por autor, y vuelve 100 años atrás, y establece: con estas carencias, este chico va a ser un delincuente. Hay una serie de autores en el mundo, y entre los que están en Argentina tres miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Eugenio Zaffaroni, la doctora Argibay, Elena Highton de Nolasco, que piensan en lo que se entiende como condiciones de vulnerabilidad. Y al derecho penal le cabe evaluar las condiciones de vulnerabilidad. Y ahí es donde viene el trabajo interdisciplinario? y ver qué medidas alternativas a la pena privativa de libertad pueden ser eficaces. Ustedes, en Tucumán, tienen el dispositivo de la libertad asistida, que es clave.

- Se insiste en que los institutos ya no sirven. Pero el chico a veces vuelve a una familia disfuncional, en la que se repetirá, muy probablemente, el esquema de vida anterior ¿hay una tercera alternativa?

- Una opción es la libertad asistida; pero una libertad asistida integradora e integral. El chico puede terminar viviendo con alguien de la familia ampliada, no necesariamente con el padre y la madre. Y la visita del acompañante o el operador debería ser constante. Y no alcanza con eso. Yo siempre digo que la decepción genera la ira y el odio. La decepción de promover un programa de libertad asistida que no aloje y no integre, a veces es peor. Que el humanismo no nos lleve a generar más decepción. Habría que buscar un programa intermedio entre la libertad asistida y la integración. Hay que buscar integrar al chico no sólo a la familia, sino a la educación y a un sistema normativo, que le permita visualizar qué es lo bueno, y qué es lo malo. Lo que pasa es que uno aborda la violencia y las adicciones como un universo: pero, yendo al grano, la gran decepción es que en el Estado y en los dispositivos o equipos de trabajo reproducimos los mismos niveles de desarticulación,  violencia, segregación, de jerarquía. A veces es necesario entrar y salir de los propios dispositivos que creamos, y darnos cuenta de que no es tan necesario crear nuevos dispositivos como modificar esas fallas que acabo de mencionar.

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