"Yo no era un ?careta?, yo quería dar la cara a la vida"

"Yo no era un ?careta?, yo quería dar la cara a la vida"

Diego Rollate dejó de ser un adicto a las drogas. Cuando el joven advirtió que iba camino a la muerte, decidió internarse en Córdoba. Ahora es chef y trabaja en un barco pesquero. El reencuentro con su familia.

OTRA VIDA. Diego Rollate regresó a Tucumán para pasar las Fiestas. LA AGCETA / ANTONIO FERRONI OTRA VIDA. Diego Rollate regresó a Tucumán para pasar las Fiestas. LA AGCETA / ANTONIO FERRONI
04 Enero 2009

"Me convertí en una bomba de tiempo, inmanejable; hasta era capaz de matar a alguien por la calle˝. Hace más de un año que Diego Rollate, de 29 años, no consume más drogas, pero lo hizo desde que fue adolescente. Su historia está atravesada por los maltratos de un padre violento, por la falta de ayuda de su familia y por la negación del problema en el colegio, según él mismo confesó. "Sabían que habíamos caído en la droga pero no querían reconocerlo. Estoy seguro de que si hubieran tratado al tema, hoy varios de mis amigos no estarían destruidos o en silla de ruedas", dijo el joven, ahora convertido en cocinero de un buque de pesca que navega por el océano Pacífico.
La necesidad de escapar de esa realidad lo llevó a probar de todo. "Primero alcohol, luego esteroides, cocaína, porros, ?merca?, no dejé nada sin probar", admite. Todo esto junto se transformaba en un cóctel que explotaba en su cuerpo y en su cabeza.
Hace pocos días, Rollate volvió a Tucumán después de dos años de recuperación y de viajes por Latinoamérica. Para Año Nuevo se reunió con su familia y los sorprendió con una cena hecha por él. "No fue fácil entrar otra vez en mi casa, me trajo muchos recuerdos, mucho dolor, pero creo que tenía que volver para limpiar mis fantasmas", explicó.
Tristeza y depresión fueron los sentimientos que lo marcaron durante su infancia. En la adolescencia la droga le dio la adrenalina que necesitaba para enfrentar sin miedos lo que vivía en su hogar, afirmó.
Al quinto año del colegio lo vivió rodeado de excesos de todo tipo. Ese fue su límite. "Un día logré tener cinco minutos de paz y me di cuenta de que necesitaba ayuda", recordó. Sin decir nada se fue a La Cumbre, en Córdoba, donde funciona una granja de recuperación. "La droga había roto todos mis lazos sociales, nadie creía que yo iba a poder cambiar", confesó durante la entrevista.
Para él, además de la violencia, lo que más lo destruía era la falta de comunicación; la imposibilidad de hablar de lo que estaba sintiendo y de lo que le pasaba.
Durante el año que pasó en tratamiento se dio cuenta de que había algo mejor, algo que la vorágine de la droga no le había permitido vivir. "Llegué a estar de encargado de la huerta y la tornería, lo que producíamos comenzó a venderse", explicó Diego, orgulloso. Ahí conoció a los que él llama sus verdaderos padres, las personas que le dieron contención y afecto, que le dijeron que todo se podía superar. "Un padre es alguien que te enseña los límites y eso me lo dieron en la granja, ellos fueron mis padres", reflexiona.
Pero el regreso a Tucumán no fue fácil. El tratamiento que había hecho durante un año había permitido que dejara de consumir pero, luego, debía pelear solo la batalla. "Consumir droga se vuelve una actitud de vida, no por la sustancia en sí, sino por la conducta adictiva en la que caes", explicó. Y entonces él cayó. La noticia de la muerte de su padre -a quien él ya consideraba muerto- le afectó tanto que lo hizo retroceder en el tratamiento. Tenía 20 años y acababa de volver de Córdoba. "Otra vez volví a consumir y eso me causó una tremenda desilusión, pero estuve así dos años", recordó.

El camino final
"¿Por qué no?" fue la pregunta que se hizo cuando creía que no iba a poder. Tomó sus cosas y abandonó Tucumán decidido a recuperar esa otra vida, la que había descubierto en la granja. Viajó por Bolivia, Perú y Brasil; trabajó como lavacopas y cocinero en bares y hoteles. Allí, rodeado de extranjeros, aprendió un poco de inglés.
En medio de idas y vueltas llegó a Puerto Madryn, donde vive actualmente y donde conoció el amor de Alejandra. "Ella es increíble, es pura alegría y hay muy buena comunicación", dijo. Estudió para ser cocinero en la Prefectura Naval durante cuatro meses. Después lo contrataron en un buque pesquero y emprendió la aventura. "Fue una de las experiencias más duras, me sentía preso, los primeros 15 días lloraba en mi cuarto", rememoró.
Pero lo que le daba fuerzas para seguir era un frase que había aprendido en la calle: "voy a morir de pie". Recordar eso le permitió sobreponerse a los días de abstinencia, a los recuerdos y a los mareos que le causaba navegar a mar abierto durante meses.
"Creo que lo que nunca hay que hacer es decir ?no puedo?, eso es como autosentenciarte", indicó. Cuando quiso alejarse de las drogas su círculo de amistades lo llamó "careta", pero ahora, para él, ese concepto tiene que cambiar: "yo no era careta, yo quería dar la cara a la vida".

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