Cristina Kirchner y su peor enemigo: el cabello

La cónyuge presidencial mantuvo una obsesiva contienda con su melena, rebelde por las inclemencias climáticas. Galería de Imágenes.

¿ESTARA ENREDADO? En la Casa Histórica la primera dama aprovechó para ponerse a salvo de la intemperie. LA GACETA ¿ESTARA ENREDADO? En la Casa Histórica la primera dama aprovechó para ponerse a salvo de la intemperie. LA GACETA
12 Julio 2007
Está de pie. Una luz espléndida, anaranjada, baña la histórica habitación y la toma de frente. A la cara, rozagante y exuberante de cosméticos, le llegan rebotes de luminiscencia. Levanta sus párpados sombreados de coral y se asienta el pelo. Esta mujer de halagüeño porvenir recordará, tal vez, el acto en la Casa Histórica como el mejor lugar donde pudo poner a salvo su cabellera del malhumor del cielo.

Y lo hizo sin disimulo. Aunque no fue el único sitio en el que se atrevió a amoldar el brushing endemoniado por los efectos de la humedad y de la intemperie. Los observadores más avezados pillaron a la cónyuge presidencial en una reiterada contienda con su melena. La lucha pudo apreciarse además de en el solar patrio, en la estación aérea y en el Hipódromo.

Crónica de la Independencia con rouge
Exactamente a las 12.07 del lunes 9, el Tango 01 aterrizó en el aeropuerto internacional Benjamín Matienzo. Una fina garúa caía en la capital. Recién llegada, y sobre la escalera que la llevó a tierra firme, Cristina Elizabeth Fernández acomodó el desorden que las inclemencias climáticas ocasionaron en su melena.

Luego de un año de ausencia, la señora de Kirchner arribó de nuevo a estos lares. Las distancias que separan a la primera dama que vino hace 365 días de esta posible futura presidenta son tan grandes como su poderosa imagen. Sin dejar de prorratear sonrisas, descendió.

En la pista la esperó la comitiva oficial, al resguardo de un paraguas azul cobalto. La senadora lució sobria e impactante, con un trench verde. Por debajo vistió blusa, pollera, medias y botas de cuero largas. Todo negro.

En la explanada de la aeroestación, pasó su mano otra vez con los dedos bien abiertos, entrelazando algunos mechones. Hay que comprenderla: Cristina (como se la está empezando a llamar de nuevo con el propósito de despegarla de su marido) siempre cuidó las apariencias.

Baños faciales de leche vegetal, peluquería, un par de supuestas refrescaditas en la cara, casi una hora diaria de maquillaje y fotos preferentemente sin flash para que la capa de cosméticos pase inadvertida son algunos de sus menesteres, según la prensa porteña.

Incluso, en su último viaje al exterior -Ginebra, a mediados de junio- la primera dama se alojó en un hotel que ofrece baños de miel y jalea real, además de un programa destinado a recobrar y a mantener la firmeza del cuerpo.

En el mitín político también se la vio ufanándose por mantener la elegancia de su cabello suelo. Una instantánea la retrató inclinada hacia su marido, Néstor Kirchner, escuchando palabras al oído y, de paso, serenando el pelo.

Senadores de buen oído aseguran que la pingüina conversa en el recinto con su vecina María Laura Leguizamón, quien se sienta a su lado pasillo mediante, sobre peinados y moda, publicó La Nación el domingo pasado.

Quizás sin nadie a quien comentarle aquí sobre los estragos de la humedad, la candidata del oficialismo culminó su periplo en el solar patrio donde, ya se sabe por lo relatado líneas arribas, se habría sentido más a gusto... lejos del aire libre.

Una pareja perfecta
Ella es exceso de glamour y él, desaliño en persona. El presidente y su esposa son polos opuestos. Ambos se hicieron conocidos por su carácter difícil, perseverante y desconfiado. Militantes en los albores de la democracia en la juventud peronista, hoy comparten idéntico discurso “progresista”.

Quien los diferencia es la estética. Mientras la dama es coqueta y siempre luce impecable, el hombre insiste con su imagen estrambótica de sacos cruzados abiertos y mocasines gastados.

A Cristina, una fanática de la higiene, le molesta lo desordenado que es su esposo. Se rumorea que no habría logrado que se pusiera un traje ni siquiera el día que lo presentó a sus padres, allá por los años ´70.

La rutina diaria del matrimonio presidencial comienza muy temprano. Los dos se espabilan con una hora en la cinta de correr y luego leen los diarios. Son muy críticos con la prensa extranjera y creen que Página 12, de acuerdo a un reportaje de una revista, es el que mejor informa.

Con todo, desde el círculo íntimo de la pareja aseguran que conforman una sociedad política perfecta. Dicen que puertas adentro, cuando levantan la voz, ambos gritan por igual. “Cuando vemos que empiezan a discutir, nos vamos porque arde Troya”, le confió un secretario de Estado el semanario Noticias.

En opinión de los testigos, esas escenas de esgrima verbal amenizan las tardes de la Rosada hasta que el primer mandatario decide quedarse con la última palabra con un vehemente “callate Cristina”. Ella obedece, lo cual no significa que la discusión haya culminado.

Mujer incansable, la única rutina que tiene aparte de la política es su tarea como madre. Sin embargo, no presentó ningún proyecto en lo que va de 2007 en la Cámara de Senadores. El año pasado, en cambio, sí sobresalieron de su producción grandes asuntos jurídicos, como la reducción de la Corte Suprema.

Su terrible capacidad histriónica y sus planificadas apariciones públicas le valen la encandilamiento de sus correligionarios . Empero, los responsables de la campaña ensayan recursos para feminizarla, a fin de que los electores no la perciban áspera o autoritaria.

Pero su más ferviente admirador sería, sin dudas, el propio Kirchner, el sureño que la enamoró inexplicablemente hace más de 30 décadas, cuando le pidió que lo ayudara a preparar una materia.

Ese día, el por entonces estudiante aprovechó para contarle una frustración: a los 15 años se le había ocurrido ser maestro, pero no pudo porque a los postulantes se les exigía que tuvieran buena dicción. El no cumplía con ese requisito.

La dama K, en cambio, controla hasta los silencios de sus apariciones públicas. Todo, excepto los altercados con su pelo. LA GACETA (C)

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