La brillante revolución tecnológica que permitió la travesía de Colón

3 de agosto de 1492. Parte de Palos de la Frontera la más famosa y determinante de las expediciones. En esa aventura -tan improbable como revolucionaria- había una protagonista silenciosa: la carabela, embarcación que condensaba la experiencia náutica de siglos y que se convertiría en la maquinaria perfecta para la expansión colonial. Esta es su historia.

La brillante revolución tecnológica que permitió la travesía de Colón

1

Nuevos horizontes

Hasta mediados del siglo XV los barcos estaban pensados para el comercio o para la guerra, siempre dentro de mares conocidos. Eran sólidos, pero pesados, difíciles de maniobrar y con escasa autonomía. El océano Atlántico era entonces una frontera más que un camino. La carabela nació para desafiar ese límite.

Su invención suele atribuirse a los astilleros portugueses del siglo XV, durante el reinado de Enrique el Navegante. En los puertos del Algarve y del Alentejo los constructores navales combinaron la solidez de los cascos europeos que circulaban por el Atlántico con la ligereza y maniobrabilidad de las embarcaciones árabes del Mediterráneo.

2

Una obra de arte

La mezcla derivó en un barco más pequeño, veloz y versátil. La carabela era, ante todo, una innovación tecnológica aplicada al mar; un laboratorio flotante que permitía explorar, comerciar o guerrear en aguas desconocidas.

Las primeras medían entre 20 y 30 metros de eslora y desplazaban entre 50 y 100 toneladas. Su casco alargado y estrecho les daba mayor velocidad y mejor comportamiento ante el oleaje. Pero el secreto estaba en la vela.

3

La verdadera revolución

Mientras los barcos del norte de Europa usaban velas cuadradas, muy potentes con viento favorable pero inútiles ante el viento en contra, las carabelas introdujeron el uso de velas triangulares o latinas, heredadas de la tradición árabe. Permitían avanzar incluso cuando el aire soplaba de frente, maniobrando en zigzag. Por primera vez un barco podía desplazarse con libertad en cualquier dirección, sin depender por completo del capricho de los vientos.

Esa capacidad de maniobra convirtió a la carabela en el vehículo ideal para la exploración. Los portugueses la emplearon para bordear la costa africana, buscando una ruta hacia la India por el sur. Así, Bartolomeu Dias alcanzó el Cabo de Buena Esperanza en 1488, y Vasco da Gama llegó a la India en 1498. En el medio de esas hazañas, Colón se había topado con el continente que no figuraba en los mapas.

4

El contexto lo es todo

Europa vivía una edad de oro de la navegación. Portugal había desarrollado una red de observatorios y escuelas náuticas donde se enseñaba matemáticas, cartografía, astronomía y construcción naval.

España, recién unificada por los Reyes Católicos, miraba con atención los avances de su vecino. El ofrecimiento de Colón -alcanzar Asia por occidente- era arriesgado, pero también tentador. Sin embargo, ningún rey hubiese aceptado semejante empresa sin disponer de un barco capaz de sostenerla. La carabela reunía esas condiciones, porque podían moverse con poca tripulación, repararse fácilmente y entrar en puertos o bahías estrechas. Eran los vehículos perfectos para explorar lo desconocido.

5

Tres nombres históricos

La Santa María no era una carabela, sino una nao, más grande y robusta, de unos 30 metros de largo. La dirigía el propio Colón. Las otras dos, La Pinta y La Niña, sí eran carabelas puras, rápidas, ágiles y de poco calado. Pertenecían a los hermanos Pinzón, experimentados marinos de Palos.

La Pinta, comandada por Martín Alonso Pinzón, era la más veloz. La Niña, al mando de Vicente Yáñez Pinzón, se hizo célebre por su resistencia, ya que fue la única que regresó a España junto a Colón tras el naufragio de la Santa María. Ambas desplazaban unas 50 toneladas, tenían tres mástiles y velas latinas, aunque La Pinta sería reequipada con velas cuadradas poco antes de zarpar para ganar velocidad con viento de popa.

Esa combinación -una nao pesada y dos carabelas ligeras- simbolizaba la transición tecnológica de la época. Era el paso de los grandes navíos medievales a las embarcaciones modernas. La era de los descubrimientos.

6

Hacia lo desconocido

El primer viaje de Colón fue una prueba extrema para la carabela. El Atlántico era un océano sin cartas ni rutas conocidas. Los marinos debían fiarse de la brújula, el cuadrante y el astrolabio para calcular la posición, y de su instinto para interpretar los signos del cielo y del mar. En esas condiciones, el diseño de la carabela resultó providencial.

Las velas latinas permitían aprovechar los vientos alisios, que soplan del noreste al suroeste en el Atlántico norte, impulsando las naves hacia el oeste. Su maniobrabilidad les permitió mantener el rumbo incluso cuando el viento cambiaba o se hacía caprichoso. Además, su bajo calado -la poca profundidad que necesitaban para navegar- facilitó acercarse a costas desconocidas sin riesgo de encallar.

7

Máquinas infalibles

El éxito del viaje de Colón consolidó a la carabela. En las décadas siguientes, portugueses y españoles la emplearon para recorrer África, América y Asia. Las carabelas se convirtieron en el símbolo flotante del Renacimiento marítimo europeo.

Sin embargo, su diseño no permaneció inmóvil. Hacia 1500 apareció la carabela redonda, una versión más grande y robusta que combinaba las velas latinas con velas cuadradas en el palo mayor, adaptándose tanto a la navegación costera como a la oceánica. Esa versión fue la que usaron, por ejemplo, Pedro Álvares Cabral en su viaje a Brasil y Hernán Cortés en sus travesías por el Caribe.

8

Todo nace en los astilleros

Aquellos carpinteros eran auténticos ingenieros empíricos. Trabajaban sin planos, guiados por maquetas y proporciones transmitidas de maestro a aprendiz. La curvatura del casco, el ángulo del mástil o la forma del timón eran producto de la experiencia y de la observación directa del mar. Esa sabiduría práctica, muchas veces anónima, fue tan importante como el genio de los navegantes.

En cierto modo, la carabela fue una obra colectiva, fruto del conocimiento acumulado por generaciones de marinos, artesanos y comerciantes que aprendieron a leer el viento y las corrientes antes que los mapas. Su diseño no fue el resultado de un inventor único, sino de una civilización que comenzaba a mirar el océano como un espacio de posibilidades.

9

La herencia

Con el paso del tiempo las carabelas fueron reemplazadas por barcos más grandes y especializados, pero su legado perduró porque a bordo de ellas la navegación se convirtió en una disciplina de observación, cálculo y técnica.

¿Y Colón? En marzo de 1493, La Niña fue su refugio al regresar a España, enfrentando tormentas que casi la hunden frente a las Azores. Que lograra sobrevivir a tales pruebas demuestra la fiabilidad del diseño. La Niña, cuyo verdadero nombre era Santa Clara, siguió navegando durante años después del viaje, lo que da una idea de su resistencia.

10

La idea flotante

Visto en perspectiva, la carabela fue más que un barco: fue una idea materializada en madera. Una metáfora del ingenio humano capaz de unir mundos separados por océanos. En su estructura se reflejan las tensiones de una época que comenzaba a romper fronteras geográficas, científicas y culturales para construir una visión global del planeta.

El historiador portugués Jaime Cortesão escribió: “la carabela fue el instrumento más perfecto creado por el hombre medieval para la conquista del mundo moderno”. No le faltaba razón.

En Huelva, en el Muelle de las Carabelas, se conservan réplicas a tamaño real de La Niña, La Pinta y la Santa María, que permiten imaginar la magnitud del desafío que enfrentaron aquellos hombres al lanzarse al océano en embarcaciones tan pequeñas.

Verlas de cerca sorprende: apenas cabe una treintena de hombres, con víveres para semanas, sin espacio ni refugio del sol o de las tormentas. Y sin embargo, con esas naves mínimas se abrió el mapa del mundo.

* * *

A modo de bonus-track

La carabela no fue la primera nave que surcó el Atlántico, porque los vikingos lo habían hecho siglos antes-, pero sí fue la primera que lo cruzó como parte de un proyecto sistemático de exploración. Su papel no se limitó a transportar hombres: llevó la idea de un mundo interconectado, de un planeta que comenzaba a pensarse como un todo.

En sus bodegas cabían semillas, animales, lenguas, religiones y sueños. A bordo de aquellas pequeñas embarcaciones viajaban tanto el espíritu aventurero del Renacimiento como las contradicciones del futuro: el comercio, la colonización, el intercambio cultural, la ciencia y, por supuesto, la violencia.

Temas Tucumán
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios