Luna Miguel: “Cuando una escribe ensayo sobre literatura tiene la obligación de repensar y ampliar los cánones establecidos”
La escritora y editora española aborda el placer y la dificultad de leer en tiempos de precariedad, la necesidad de repensar los cánones literarios y la importancia de encontrar comunidad en la lectura. Habla de sus comienzos, la convivencia entre trabajo y escritura, y adelanta su próximo libro sobre placer y censura.
Luna Miguel en Barcelona. Por Laura Rosa/Wikipedia.
Hay quienes leen para huir y quienes leen para quedarse. Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) pertenece a los segundos. Poeta, editora, ensayista: su vida se ha construido al borde de los libros, como si cada página le ofreciera la posibilidad de un incendio o de una revelación. Desde que publicó sus primeros poemas siendo apenas una adolescente, ha escrito sobre el deseo, la enfermedad, la maternidad, el poliamor y, sobre todo, sobre el propio acto de leer, ese ejercicio que, para ella, resulta tan peligroso como necesario. Su obra —que incluye títulos como El coloquio de las perras, Caliente y Leer mata— no solo interroga los límites del canon literario, sino que se empeña en mostrar la fisura, la grieta por donde entra la duda y se cuela la verdad. Hoy, su escritura persiste como un recordatorio de que la lectura, lejos de ser un refugio, es a veces el lugar más expuesto de todos.
A lo largo de esta conversación con LA GACETA, Luna habla de la dificultad de distinguir entre leer por placer y leer por trabajo, de la precariedad que acecha a los escritores jóvenes, de su fascinación temprana por Lolita y del desafío de sostener una voz propia cuando la urgencia económica marca el ritmo de la escritura
En Leer mata propones la idea de que la lectura puede ser un acto tan extremo que “mata”. ¿Qué significa para ti ese peligro, y cómo surgió la necesidad de escribir este libro?
Todo lo que obsesiona, destruye. Por eso hay tantas canciones de reguetón que proponen esa idea destructiva de la pasión, del amor o del deseo. Al problema de la pasión por los libros se le suma que, además, esos libros proponen a su vez historias de ficción que te atrapan en mundos ajenos al tuyo. No es sólo tu mente fabulando por culpa de un cuelgue amoroso, sino que es tu mente colgándose amorosamente de ficciones, de invenciones. Y al final te pasa como a Don Quijote con Dulcinea: te vas a la mierda.
Divides a tu protagonista en distintas “lectorAs” (Bulímica, Somática, Sumisa…). ¿Cómo descubriste estas tipologías y por qué decidiste contarlas como personajes?
Ojo. Esa “a” de lectoras es universal —lo digo porque me haces la pregunta señalando la “a” en mayúscula, así que entiendo que tiene algún tipo de intención—. Es decir, que las tipologías de tipo de lector que establezco también vale para cualquier lector con “o”. De hecho, este libro iba a llamarse La muerte de la lectora, pero como vivimos un mundo tan ruin en cuestiones de machismo, preferí ponerle Leer mata, como solución sin género, no fuera a ser que los hombres, al ver un título en femenino, se sintieran espantados como tantas veces pasa cuando el femenino repele. Por otro lado, yo no me sentía cómoda con la idea de La muerte del lector, pues eso también cerraba mi experiencia y mi empeño por escribir un libro de teoría literaria con perspectiva feminista. Qué dilema tan absurdo, dirían algunos, pero qué enriquecedor para pensar en nuestros usos del lenguaje y sus consecuencias. De ahí la importancia de establecer tipos de lectorxs: lo hice para dar a entender que una lectora es muchas a la vez. El mundo cambia, no es estanco, y con él nuestra manera de percibir las cosas. Lo que defiendo es que cada lectura nos abre una posibilidad, nos desestabiliza, nos enseña la pluralidad de experiencias, nos enloquece. Es bueno ser muchos tipos de lector y de lectora, pero también es bueno ser conscientes de ese arrollamiento, para no enloquecer.
El libro habla del tiempo limitado para leer. ¿Creés que la ansiedad por “leerlo todo” es un fenómeno propio de nuestra época?
No creo que sea un fenómeno de nuestra época, sino de todas las épocas. El ansia por conocer, por saber más, es el que nos lleva a viajar, a acumular estudios, a saber más sobre los otros, a querer cotillear, a buscar experiencias distintas en todos los ámbitos. Crear una biblioteca personal no es otra cosa que ansia de vivir más.
Cómo fue tu formación como lectora, ¿hubo alguien que te impulsó a leer de forma apasionada, o fue una búsqueda propia? Tengo entendido que en tu casa, de niña, siempre te incentivaron a leer libros de adultos, a la par que intentaban que algunos libros no caigan en tus manos. Incentivo y prohibición. ¿Cuál es tu rol con tu hijo como mediadora de lectura?
Mis padres me obligaban a leer, también mi abuela. Sin embargo, cuando me sentí plenamente lectora fue en la adolescencia: leía por amor —para impresionar a un hombre con mis lecturas adultas, yo que era jovencita— y leía por amistad —mis mejorxs amigxs, Naira, Xío, Paquillo o Jacinto, también leían mucho, y eso era un incentivo para crear entre nosotros una pequeña comunidad que más allá de relacionarse por la música, por las primeras experiencias con el alcohol o el sexo, y con los estudios, nos relacionábamos a través de la lectura. Más tarde, al comienzo de mi veintena, mi grupo de colegas de etapa universitaria también era lector, y encima escribían —Laura, Ernesto, Ibrah, Elena—. Lo curioso es que todos ellos, todos los citados, a pesar de los años, siguen siendo mis amigos, o hasta mi familia. Lo que quiero decir con esto es que la lectura ya nos ha unido para siempre. Ojalá, mi hijo, vea a través de sus libros —él está viciado al manga, sobre todo a One Piece— una posibilidad de unión y de comunidad que le lleve a ser tan feliz como yo lo he sido gracias a todas esas personas que cito, y las que faltan.
¿Te gustaría qué él también sea escritor?
Me gustaría que fuera feliz.
¿Cuál fue el primer libro que te hizo sentir que la lectura podía ser peligrosa o transformadora?
Lolita.
Muchas de tus obras dialogan con autoras y poetas contemporáneas. ¿Sentiste que en tu generación faltaban modelos de lectoras/escritoras con quienes identificarte?
Creo que cuando una escribe ensayo sobre literatura tiene la obligación de repensar y ampliar los cánones estabelcidos.
¿Cómo cambió tu forma de leer desde que comenzaste a escribir profesionalmente?
Lo que creo que ha cambiado mi forma de leer es la lectura profesional. Llevo desde los diecinueve años colaborando con editoriales, y desde los veintinueve trabajando como lectora fija en Penguin Random House. Mi trabajo consiste en leer, lo cual ha hecho algo raro en mi vida, que es que ya no sepa si estoy leyendo por trabajo o por placer.
Fuiste editora y periodista cultural antes de dedicarte de lleno a la escritura. ¿Cómo influyó ese recorrido en tu estilo y tus intereses?
No. Sigo compaginando las tres cosas. Soy editora, a veces sigo ejerciendo de periodista cultural, sobre todo como crítica literaria en El País, y tengo un club de lectura en Patreon, donde mecenas me ayudan a llegar a fin de mes. Lo que quiero decir es que eso es lo que me permite comer: trabajar en diversos ámbitos de la literatura. Yo no vivo de mi escritura y no sé si alguna vez lo haré. Creo que mi libro más popular no habrá pasado de los 6.000 ejemplares vendidos.
Has escrito poesía, ensayo, novela… ¿En qué género te sentís más cómoda para contar tu experiencia como lectora?
Cualquier género me permite hablar de otros libros. Desde mis primeros poemas de niña hablo de lectura. La lectura, o el conocimiento, es una parte fundamental de la experiencia humana. A mí me interesa todo lo que tenga que ver con lo experiencial y con lo corporal. De manera que ahí estará siempre la lectura como tema, como fondo, como excusa.
¿Cómo convivís con la exposición que implica escribir de forma tan personal en tus ensayos?
No conozco a ningún filósofo, poeta, dramaturgo o narrador que no hable de manera personal en sus textos.
¿Qué le dirías a alguien que siente que “lee poco” o que cree que no es un “buen lector”?
Que no desespere. Cada uno lee lo que puede o lo que necesita. Si hay alguien que siente que no llega a leer lo que quiere, le invitaría a sumarse a clubes de lectura, a practicar lecturas grupales, porque eso siempre da un poco más de emoción y de ganas, y nos ayuda a sentirnos realizadas. Yo misma necesito muchas veces mi propio club de lectura para obligarme a detenerme mejor en ciertas obras que me gustan. El hecho de tener que explicarlas a otras personas, me lleva a sentarme, a releer con precisión, y a pensar temas de conversación que me ayuden a “detener el tiempo”.
¿Cuál es el mayor desafío para las lectoras jóvenes hoy en día?
La precariedad y la falta de tiempo.
¿Qué lecturas recientes te entusiasmaron al punto de querer recomendarlas sin dudar?
Posesión, de A. S. Byatt. Lo estoy leyendo con gusto.
Hace poco vi una entrevista que diste para El País, en la que decís: “Hay muchos escritores precarizados”. ¿Por qué creés que se habla tan poco de dinero en el oficio de la escritura? En algunos lugares, incluso, hay quienes creen que los escritores deberían liberar los PDF de sus textos. Y también pienso que es un reclamo antiguo, recordando ese “cuarto propio” que reclamaba Virginia Woolf.
No es una cuestión de ventas, sino de condiciones, en general, para los creadores. La cuota de autónomos es altísima, las conferencias suelen estar pagadas fatal, por no hablar del pago en los medios de comunicación, los adelantos suelen ser flojitos —si es que los hay—. Las escritoras de mi generación a las que conozco tienen dos o tres trabajos mal pagados. O solo uno, pero que sólo les deja escribir en verano, si acaso tienen vacaciones, o por las noches, después de muchas horas trabajando. Otras comparten piso y no tienen silencio en sus casas para escribir, así que lo hacen en bibliotecas, ajustando sus horarios laborales al de la biblioteca pública. Cuando hablo de la precariedad en la escritura me refiero a esa sensación asquerosa de tener que estar ahí, de tener que aceptar una conferencia que no te apetece dar, porque si no lo haces crees que no volverán a llamarte, a tener que aceptar entrevistas porque sientes que, si no das tu opinión en tal o cual reportaje nadie va a saber de tu trabajo, o a tener que estar sí o sí en redes sociales, porque si no la gente va a pensar que “has desaparecido”. Es como si el escritor tuviera que demostrar que lo es constantemente, sin darle nada a cambio.
¿Tenés algún proyecto nuevo en marcha que explore otras facetas de tu relación con la literatura?
En octubre aparecerá mi nueva obra, Incensurable, un libro sobre el placer y la censura en la historia de la literatura.