
“Prohibida la entrada a argentinos” decía el cartel de Metro, uno de los más conocidos bares de Sevilla. Miré incrédulo a los dos compatriotas que me acompañaban, en la puerta de ese local de tapas al que habíamos llegado desde el predio donde se celebraba la Feria de abril, aquella gracias a la cual nuestro país tiene una reina. La leyenda xenófoba, con variantes y en ámbitos similares, se repetía en distintas ciudades, ante la decisión del gobierno argentino de expropiar YPF, hasta entonces bajo control de la empresa española Repsol. “Expolio”, anunciaba en título catástrofe el diario ABC ese 17 de abril de 2012. El País destacaba en tapa una foto de Cristina Kirchner con la leyenda “Bajo la sonrisa de Evita”. La imagen mostraba a la presidenta delante de una reproducción del mural dedicado a la líder peronista, incrustado en la cara norte del viejo edificio de Obras Públicas, la mole que obstruye hace casi un siglo el flujo de la avenida más ancha del mundo.
Había otro argentino que generaba controversia en esos mismos días en Sevilla, pero por una transgresión muy distinta. Una torre en plena construcción, diseñada por César Pelli, había alcanzado el piso 33 de 40 planificados, superando a la Giralda, el campanario de la catedral local, cuyos 104 metros de altura habían funcionado hasta entonces, y durante 500 años, como límite infranqueable para cualquier edificación.
Los detractores de la torre, entre los que se incluyó la Unesco, afirmaban que tenía un impacto negativo sobre los monumentos históricos de la ciudad. El arzobispo local, el “dueño de la casa” cuyo campanario actuaba como patrón de medida de la polémica, fue quien zanjó la discusión diciendo que si hubieran frenado este tipo de emprendimientos en el pasado, probablemente no existiría la Giralda, la construcción icónica de Sevilla.
Pelli y la torre YPF
Dos meses más tarde, en junio de 2012, fui a buscar a Pelli al aeroparque porteño. Volvía de Tucumán, de ese recordado reencuentro con sus comprovincianos que LA GACETA había organizado en el teatro San Martín. Cuando le preguntaron cómo había alcanzado sus logros contestó que simplemente fue suerte. Luego me dijo que en realidad, además de esa suerte, aprovechó cada oportunidad, empezando por las que encontró en su lugar de origen, aunque fuera dentro de un país caracterizado por desperdiciarlas.
Pelli sacó su celular de uno de los bolsillos de su saco. “Mirá la foto que saqué”, me dijo, señalando en la pantalla una imagen tomada desde el avión, mientras sobrevolaba el Río de la Plata, en la que se veía la torre YPF, en Puerto Madero, el más destacado de los edificios diseñados por el arquitecto tucumano en Buenos Aires. Su jardín de invierno entre los pisos 26 y 31, poblado por jacarandás, ya lo había convertido en el edificio emblemático de la zona. Dentro de las oficinas de los últimos pisos, en ese momento se colocaban nuevos muebles que reemplazaban los de la finalizada y controvertida etapa de Repsol, iniciada en 1999, a través de la privatización que Carlos Menem justificó sosteniendo que YPF era la única petrolera del mundo que perdía plata.
Tomé un café Pelli en su hotel, donde encontramos en un pasillo a José Manuel de la Sota. El arquitecto tardó en reconocer al gobernador. “Es que usted está muy cambiado” le dijo el tucumano, con esa ingenuidad que lo caracterizaba, apuntando a la cabeza del cordobés que mostraba un evidente implante capilar. De la Sota, aunque había apoyado la expropiación de YPF, en esos días trataba de bajar los decibeles del conflicto con los españoles, actitud razonable para un político conocido como “el gallego”.
Orígenes de un fallo
A fines de 2010, en el auditorio del subsuelo del edificio de YPF, Cristina Kirchner había anunciado, junto al vicepresidente de la compañía Sebastián Eskenazi, el descubrimiento de un megayacimiento en Neuquén que triplicaba las reservas de gas de la Argentina. Era el inicio del boom de Vaca Muerta.
La estatización de 2012 había tenido un particular preludio de “nacionalización” con el ingreso a YPF, de la mano de Néstor Kirchner, del grupo Eskenazi, ajeno al rubro energético, propietario del Banco de Santa Cruz, entidad financiera en la que años antes había trabajado como cajero –llegando a ser subgerente- el empresario Lázaro Báez, devenido en prolífico constructor de rutas públicas.
Los Eskenazi adquirieron un 14,9% de las acciones de la petrolera, prácticamente sin fondos propios, a través de una red de préstamos y de un acuerdo que les permitía pagar los títulos con las utilidades de la propia empresa, además de la posibilidad de acrecer luego en un 10% adicional. Muchos leyeron el movimiento como un paso impulsado por la histórica ambición de Kirchner de lograr una injerencia directa en la gran empresa petrolera del país, apuntando a obtener el margen de maniobra que tenían en materia energética presidentes como Lula o Chávez. Indicios de esa ambición se registraban desde los comienzos de su mandato en 2003. Abel Posse, embajador argentino en España en los primeros meses de la gestión, contó alguna vez detalles del notorio destrato con que el presidente Kirchner se dirigía a los directivos de Repsol en su primera visita a España.
La expropiación de 2012 dejó afuera a Repsol y a los Eskenazi. Estos últimos vendieron a los fondos Burford y Eton Park, por 17 millones de dólares, el 70% de sus derechos a reclamar una compensación. De esa transacción, y del avance del litigio en los tribunales de Nueva York, deriva el reciente fallo de la jueza Loretta Prezka que multiplica por mil el monto de la operación, traducido ahora en potencial obligación de pago en cabeza del estado argentino.
Otro futuro venturoso
Volví al edificio de Pelli junto a un grupo de colegas, hace algunos meses, invitado a un almuerzo por el presidente de la compañía, Horacio Marín. Nos pintó un porvenir luminoso para la Argentina, asociado a la explotación de Vaca Muerta. Contó que, en 2030, nuestro país podría exportar 30.000 millones de dólares en gas y petróleo. Eso es equiparable a lo que exporta anualmente el agro. Vaca Muerta, en un lustro e independizado de los caprichos del clima, puede transformar radicalmente nuestra matriz energética, la balanza comercial, el nivel de reservas y los números de la macroeconomía, desterrando la fragilidad que arrastramos en la última década.
En el piso 26, en el relativamente nuevo centro operativo desde el que se coordinan todos los pozos operados por YPF, hay una escenografía futurista. Funcionando las 24 horas y los siete días de la semana, poblado de grandes pantallas cóncavas que muestran en tiempo real lo que ocurre en distintos sectores de Vaca Muerta, casi un centenar de ingenieros, geólogos, físicos y técnicos se alternan en la toma de decisiones sobre exploración y explotación. Es una suerte de Aleph que nos muestras en un solo lugar los puntos dispersos de un porvenir auspicioso.
Carlos Pagni usó esa figura del gran cuento de Borges para describir a YPF pero apuntando a un aspecto oscuro de nuestro país; el punto en el que pueden encontrarse todas las tramas de corrupción que estructuran la Argentina. Jorge Fontevecchia, por su parte, pensó a la empresa petrolera nacional como el significante de nuestra decadencia y nuestra grieta. Es posible también concebir a YPF –incluyendo a su torre más representativa y a su creador- como un espejo que refleja simultáneamente nuestros mayores defectos y también las mayores virtudes, esa contradicción esencial que define a un país con individuos deslumbrantes –como el arquitecto tucumano- y una notable incapacidad de construcción colectiva. YPF es un símbolo de nuestra riqueza y nuestras miserias. Allí podemos encontrar claves de un pasado opaco y de un mañana luminoso. Rastros de ese sueño argentino que fracasa –y se regenera milagrosamente-, cada tanto, mientras hacemos nuestros planes.
Horizonte difuso
Las perspectivas de Vaca Muerta, las posibilidades que ofrece YPF al país y los despropósitos del pasado en su administración son monumentales. La magnificencia del edificio de Pelli expresa ese potencial y también la magnitud de la impotencia ante la acumulación de desatinos y maniobras espurias. La torre de 75.000 metros cuadrados es, sin embargo, relativamente chica dentro del conjunto y del tamaño promedio de edificaciones que llevan el sello del tucumano alrededor del mundo.
Las cien obras de mayor envergadura que diseñó Pelli, a lo largo de su carrera, suman más de 12 millones de metros cuadrados. Amontonados, entraríamos todos los habitantes de la Argentina dentro de sus creaciones. Si las estimamos en términos económicos, constatamos que del mismo país que engendró dirigentes acusados de apropiarse de un PBI, surgió un individuo que generó proyectos que en conjunto movilizaron el equivalente al producto bruto de un país como Uruguay. Una contracara que sostiene una esperanza.
Desde los últimos pisos del edificio pergeñado por el arquitecto tucumano la vista es imponente. Hacia el oeste pueden verse la Casa Rosada y los edificios públicos que rodean la Plaza de Mayo. Desde esa altura, si cerramos un ojo y hacemos un círculo con el dedo índice y pulgar de una mano, pueden concentrarse los ámbitos en los que se toman buena parte de las decisiones que definen nuestro destino.
Hacia el este, la vista es dominada por el Río de la Plata. En los días despejados, puede vislumbrarse la orilla uruguaya, una línea de tierra difusa, parpadeante, como ese futuro promisorio que, periódicamente, aparece y desaparece ante nuestros ojos.