Fe y Ciencia: ¿pueden dormir en la misma cama? Armemos lío

Fe y Ciencia: ¿pueden dormir en la misma cama? Armemos lío

Fuente Imagen 4 de Google DeepMind.

Un intento de reconciliación del Homo Augmentus, en la era donde la cabeza y el corazón se necesitan más que nunca.

Federico Lix Klett
Por Federico Lix Klett 06 Julio 2025

Fundador de FALK AI, FALK Impellers y FALK Advertising Matters. Es pensador, hacedor, comunicador, formador e impulsor de innovación y transformación en las organizaciones.

Fe y ciencia. A primera vista, parecen agua y aceite. Una pareja destinada al divorcio eterno. Pareciera que hasta dónde llega la ciencia, empieza la fe. Y si la ciencia avanza sin parar, ¿la fe se nos va quedando cada vez más lejos?

¿Son enemigas? ¿O es una pelea que inventamos nosotros? Porque, te digo algo: no creo que la ciencia contradiga a la fe, ni la fe a la ciencia. Es más: ¡bienvenida sea la contradicción cuando aparece! Porque es en esa tensión, en ese chispazo entre dos formas de ver el mundo, donde nos vemos obligados a pensar, a cuestionar y, en definitiva, a evolucionar.

El Corazón y el Cerebro: una tregua en las entrañas

Pensemos en nuestro propio cuerpo. Es el campo de batalla perfecto para esta “guerra”. La ciencia parece hablarle al cerebro, a nuestro "razonador" interno. Es el mundo de la lógica, de la prueba, del método, de la causa-efecto. Un mundo que busca certezas en lo medible. La fe parece un asunto del corazón. Es el territorio de la intuición, de la esperanza, de los sentimientos, de eso que no se puede pesar ni medir pero que nos sostiene en los momentos más jodidos.

Pero, ¿sabés dónde se dan un abrazo? En las entrañas. En nuestras vísceras. Porque ambas intentan dar respuestas a lo más profundo que tenemos: nuestros dolores, miedos y amores. Un diagnóstico médico (pura ciencia) te puede sacudir las entrañas tanto como una plegaria desesperada (pura fe). Un acto de amor inexplicable te puede sanar tanto como la medicina más avanzada. Tanto la razón como la fe tocan esa parte animal y profunda de nuestro ser. Ahí, en ese lugar donde reside lo más visceral de nuestra existencia, dejan de pelear y se reconocen como complementarias.

Y lo más maravilloso de todo es que cada uno de nosotros, sin excepción –desde Cristo a Einstein, desde Buda a Marie Curie–, procedemos del mismo lugar: el vientre de una madre. El origen de la vida, ese misterio que la ciencia intenta desentrañar y la fe simplemente abraza.

Interpretar vs. Probar: el método de cada una

Acá aparece otra diferencia clave, que no las enfrenta, sino que las define. La ciencia es "probativa", mientras que la fe es "interpretativa" (exceptuando el dogma, claro está).

La ciencia tiene la obligación de probar cada uno de sus hallazgos. Funciona con un método riguroso, basado en la armonía de la causa y el efecto. Busca demostrar, verificar, refutar. Su verdad es, por naturaleza, provisional y siempre sujeta a nuevas evidencias que la puedan mejorar o cambiar.

La fe, en cambio, se mueve en el terreno de la interpretación. Nos ofrece un marco de sentido, un "camino" a través de las distintas religiones que nos ayuda a conectar con las verdades fundamentales. La fe no busca probar la existencia de Dios con un telescopio, sino interpretarla en la verdad, bondad y belleza de la creación. Santo Tomás de Aquino buscó maravillosamente explicar por la razón la existencia de Dios por 5 vías lógicas que te invito a googlear.

Son lenguajes distintos para hablar de realidades distintas, pero no por ello excluyentes. ¿Sabías que la teoría del Big Bang fue creada por Georges Lemaître en 1927 y que era sacerdote?

Aprender y Obtener: dos caminos, un mismo viaje

Ahora, ¿cómo llegamos a cada una? La ciencia se aprende. Requiere disciplina, estudio, transpiración. Como decía Thomas Edison: "La genialidad es 1% de inspiración y 99% de transpiración". Horas de laboratorio, pizarras manchadas, errores, pruebas. Consume una cantidad de energía brutal.

La fe se obtiene. También se puede estudiar (para eso está la teología), pero su llegada es más compleja. Puede ser una elección voluntaria –uno puede decidir buscar un camino espiritual–, pero la mayoría de las veces, amigo lector, la fe te encuentra a vos. Aparece sin que la llames. En la alegría del nacimiento de un hijo, en la oscuridad de una enfermedad, en el amor incondicional de otra persona, o en ese instante de silencio en la cima de una montaña. Es un regalo, algo que "se nos da".

El porqué vs. el para qué

Entonces, ¿por qué insistimos en ponerlas a pelear? Tal vez porque hacen preguntas diferentes que apuntan a un mismo misterio.

La ciencia, con su curiosidad insaciable, pregunta por el "por qué". Busca explicar los mecanismos del universo. ¿Por qué envejecemos? ¿Por qué se expande el cosmos? ¿Por qué funciona la biología de tal manera? Es la búsqueda de la causa.

La fe, en cambio, nos interpela con el "para qué". Busca el sentido, el propósito. ¿Para qué vivimos? ¿Para qué sufrimos? ¿Para qué amamos? Es la búsqueda del significado. ¿Por qué vivimos?, se pregunta la ciencia. ¿Para qué morimos?, se pregunta la fe.

Un cierre para el Homo Augmentus

En esta Era de la Humanidad Aumentada, donde la tecnología nos da superpoderes que ni soñábamos, esta convivencia entre cabeza y corazón se vuelve crucial. La Inteligencia Artificial puede darnos respuestas basadas en todos los datos del universo, pero no puede darnos un propósito. La biotecnología podrá extender nuestra vida, pero no podrá darnos una razón para vivirla.

Ser "Homo Augmentus" no es solo tener un cerebro aumentado por la tecnología; es tener también un corazón aumentado por la empatía, la compasión y el sentido de trascendencia.

Querido lector, te invito a no ser necio. A no cerrar nunca la cabeza, pero mucho menos el corazón. Nuestra vida es un instante en un universo infinito. Vivila entera. Abrazando las certezas que nos da la ciencia y los misterios que nos regala la fe.

Porque al final del día, La Verdad, ese punto de encuentro que ambas buscan. Y para eso, no hay algoritmo ni dogma que valga. Solo la experiencia de una vida vivida con el ser completo.

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