Influencers de la comida: nuevos críticos de redes sociales

Influencers de la comida: nuevos críticos de redes sociales

Con celulares en mano y miles de seguidores, creadores de contenido gastronómico marcan tendencia. ¿Aliados o amenaza para cocineros y empresarios tucumanos? Una discusión en plena ebullición.

“No es opinión, es publicidad”

“La irrupción de los influencers gastronómicos es un hecho inevitable en esta época de contenidos digitales y visuales de alto impacto y de superficialidad”, sentencia Pietro Sorba, periodista, crítico enogastronómico y especialista en historia y antropología culinaria. Su mirada no es condescendiente. “Ellos generaron un espacio y no puedo juzgar si corresponde o no corresponde. El espacio existe y lo tomaron porque hay usuarios que lo necesitan o consideran que tiene algún interés. Pero, desde mi punto de vista, no suman valor al sector y distorsionan la percepción del público”.
Para Sorba, el contenido que circula en redes responde a otros criterios: “Apuntan a monetizar. La calidad es secundaria, no es el objetivo primario”. Lo vincula a un fenómeno más amplio: “La gastronomía amplió sus límites, pero perdió el eje y la calidad del contenido. Es un dato inconfutable”.
Los empresarios, dice, también son parte del problema. “Entraron en este juego de la Instagrameabilidad. Si existen los influencers es porque hay restaurantes que recurren a sus servicios. Consideran que ese recurso sirve”.
El periodista señala que la transformación de la crítica gastronómica responde a un cambio en los medios: “Hace 30 años las recomendaciones salían en revistas o diarios, escritas por periodistas con formación, criterio y ética. Hoy el comportamiento de los usuarios también cambió. Observan con atención el contenido de las redes”.

La gastronomía distorsionada

Sorba considera que los influencers deberían tener formación y responsabilidad ética. “Es una pena que no utilicen ese caudal de público para dar información de calidad”. Y lanza una advertencia: “Si una persona recibe dinero para hacer un comentario sin fundamentos, eso no es opinión. Es publicidad”. Para él, el verdadero riesgo es a largo plazo: “Vamos a tener generaciones con una idea distorsionada de la gastronomía verdadera. Es un gran desafío”.

Recomendar meriendas en Instagram

“Acompañame a ‘meriendar’ en una de las cafeterías más aesthetic de Tucumán”. La invitación, lanzada por Mijal Beresover en uno de sus reels más reproducidos, no solo inaugura un video, sino también un fenómeno que gana cada vez más terreno: el de los influencers gastronómicos que, con un teléfono en la mano, cámara frontal y micrófono de solapa, reseñan, opinan y, sin quererlo del todo, alteran el mapa culinario de una ciudad.

Mijal tiene 25 años, es licenciada en Comercialización y administra la cuenta @meriendando, donde la siguen casi 25.000 personas. Comenzó publicando videos en sus “Mejores Amigos” de Instagram, hasta que sus conocidos la impulsaron a abrir un perfil dedicado a las meriendas. “Me reconocen en la calle. Me dicen que cuando quieren elegir un lugar para merendar, revisan mi perfil”, cuenta. Para ella, un lugar debe tener buena atención, precios acordes, estética cuidada y comida rica. A veces recibe invitaciones y otras veces elige pagar lo que consume. “Fui a un lugar con la intención de filmar pero la comida no estuvo rica y decidí no grabar. Hay que ser honestos”, sostiene. También admite que la pauta comercial puede condicionar: “Me gustaría ser más yo misma. Trato de ser empática y no herir sentimientos”.

Mostrar lo bueno, corregir lo malo

Franco Laquaire tiene 32 años, 184.000 seguidores en Instagram y un perfil donde se combinan gastronomía y promoción de productos. “Empecé de casualidad. Con mi ex novia hicimos una reseña de un sánguche de milanesa. Nos gustó y seguimos. Hoy es un trabajo, aunque lo vivo como un hobbie”.

Los dueños reciben bien las críticas

Laquire asegura que su objetivo es mostrar lo mejor de Tucumán y estimular a los emprendedores a mejorar: “Quiero que la gente vea qué opciones tiene, educar al público y también ayudar a los negocios a que analicen a la competencia”.

En sus recorridas valora la relación precio-calidad y evita hablar mal de los lugares. “Formamos un grupo que se llama ‘La mesa chica’. No aceptamos canjes. Vamos a lugares que elegimos y si encontramos muchas cosas negativas, no subimos el video. Preferimos darle una devolución al dueño”. Según cuenta, el 90% de las veces los dueños reciben bien las críticas. “A veces no les gusta, pero no me lo dicen directamente”. Y aunque su contenido apunta a lo constructivo, reconoce que lo polémico genera más interacción: “El video más visto es uno donde digo ‘Esta es la peor hamburguesa que comí en mi vida’. Lo vieron siete millones de personas”.

Javier Roldán Infante también comenzó por casualidad. Tiene 31 años, trabaja en marketing digital y supera los 28.000 seguidores. “En 2023 grabé un video en una sanguchería que explotó en likes. Desde ahí empecé a recorrer bares. La gente me preguntaba todo el tiempo dónde estaba”. Aunque muchas de sus publicaciones nacen de colaboraciones, aclara que también visita lugares por su cuenta y graba solo si lo considera valioso. “Si tengo una mala experiencia, no grabo. Y si hay algo negativo, se lo digo al dueño en privado. No soy destructivo, porque sé que puede afectar a alguien que está trabajando”.

Roldán prefiere evitar la etiqueta: “Tengo rechazo por la palabra ‘influencer’. Trato de ser honesto. No me verán en un lugar donde la atención o la comida sean malas. Si me contactan de un lugar que no me gusta, les paso un precio alto o digo que no tengo tiempo”, explica.

Hasta ahora, no recibió quejas de seguidores por recomendaciones fallidas. “Me condiciono solo. Trato de mostrar lugares que me gustan y decir lo positivo con sutileza”, expresa el joven.

El humor como herramienta

Jo y Chris Valdés viven en Buenos Aires y administran una cuenta donde el sarcasmo, la ironía y el humor visual se mezclan con tortas, cafés platos de alta gastronomía. “Nuestra cuenta nació de forma orgánica, sin grandes pretensiones. Queríamos divertirnos haciendo contenido que nos represente, con una mirada sarcástica inspirada en series como Fleabag. No buscamos canjes ni depender de eso. Solo conectar con la gente de una manera genuina”, cuentan sobre sus inicios en las redes. Rápidamente ganaron seguidores. Llegaron a 10.000 en pocos días, después a 20.000 y siguen sumando.

Decir lo negativo sutilmente

“Con el tiempo el algoritmo cambió, pero nunca dejamos de hacer lo que nos gusta”, cuentan sobre el impacto de sus primeros videos.

Parte de su motivación surgió al notar que muchas recomendaciones eran poco confiables. “Veíamos cuentas que decían que todo era perfecto. Visitábamos esos lugares y nos decepcionaban. Entonces, decidimos mostrar también lo que no funciona, pero de una forma entretenida y graciosa”, relata la pareja que se divierte siendo auténtica y no resigna el humor y la ironía. La propuesta pegó y se expandió. “Sentimos que se abrió un espacio nuevo. Nos cruzamos con gente en la calle que nos dice que fue a tal lugar porque lo mostramos. Aunque parezca raro, hay bares que nos contactan para hacer canjes. Algunos entienden nuestro tono sarcástico y nos dan libertad para crear, otros quieren que cambiemos los textos. Eso no lo negociamos”, sentencian.

La estética es parte del plan que tampoco relegan cuando eligen un sitio para ir a comer: “Buscamos cafeterías con ciertos criterios visuales, que sean lindas para grabar y que dé ganas de estar ahí. Casi siempre pagamos lo que consumimos. Algunos nos invitan, muchos los rechazamos”.

“No hacer leña de árboles caídos”

Aunque evitan las críticas duras, esta pareja no endulza todo. “Tratamos de no hacer leña de árboles caídos. Si nos pasó que un local tomó nuestras recomendaciones, cambió la carta y nos invitó a probarla”, recuerdan. Para ellos, ese tipo de diálogo vale más que una mención paga: “Sentimos que, en una medida, alteramos —esperamos que para bien— la dirección que toma la gente al elegir dónde ir”.

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