Cristina, el balcón y los abismos de la historia

Cristina, el balcón y los abismos de la historia

Güemes y Belgrano, modelos para entender la libertad. El espejo de los próceres y un discurso que busca convertir una condena por corrupción en una plataforma política

EN EL BALCÓN. Cristina Fernández de Kirchner saluda a militantes desde el departamento del barrio porteño de Constitución, donde está detenida.

El martes ocurrió un hecho que tal vez haya pasado inadvertido en Tucumán. Un sacerdote, Ariel Pasetti, hizo -probablemente sin saberlo- un alegato sobre el sentido de la libertad que puede iluminar algunos de los debates que nos aturden por estos días.

En Salta, durante el acto principal con el que se recordó a Martín Miguel de Güemes, este religioso reflexionó del siguiente modo: “Durante décadas nos dijeron que la libertad era hacer lo que uno quisiera, que toda norma era una opresión y que todo sacrificio, una forma de esclavitud. Se habló mucho de derechos, pero casi nada de deberes, como si la dignidad humana consistiera en exigir y no en servir. Y así vaciaron de contenido la palabra”. En otro tramo, el religioso argumentó: “Hace falta fortaleza y coraje para someterse a la verdad a toda costa, servirla, honrarla cueste lo que cueste. Si se quiere ser libre, esa es la condición”. Y recordó a Santo Tomás, que alguna vez dijo que la libertad es una consecuencia de la verdad. “Hoy (...) volvemos a mirar a nuestros héroes con enorme gratitud -remató Pasetti-, porque la libertad que necesitamos no es la del todo vale, sino la de las almas rectas; no la de los discursos, sino la de los ejemplos”.

Si bien estas palabras fueron pronunciadas en un contexto determinado por una efeméride histórica arraigada en el norte del país, también pueden ser interpretadas a la sombra del balcón porteño que hoy parece marcar el pulso político argentino.

Con la movilización del miércoles, Cristina Fernández de Kirchner buscó resignificar una condena por corrupción (el saqueo de millones y millones de pesos que eran de los argentinos) en una plataforma de poder. El mensaje que envía es: me meten presa porque todavía puedo ganar elecciones. Intenta -y todo parece indicar que logra- recuperar una centralidad que venía diluyéndose. La incógnita es hasta cuándo.

No hay que ser demasiado sagaz para advertir que el motor que mueve al peronismo (en todas sus variantes) es el apetito por el poder. Y el poder se configura, principalmente, por la cantidad de votos que se puedan obtener en una elección. Pero la Corte no sólo sentenció a la ex presidenta (y a una caterva de ex funcionarios) a prisión, sino que también la excluyó de la posibilidad de asumir cargos públicos. En este punto aparece una duda: ¿puede transferir su innegable aunque deteriorado caudal electoral a alguien más? Algunos dirán que es difícil, no imposible, pero aún incierto. Entonces, no es raro pensar que otros dirigentes empiecen a buscar sus propios espacios. Los gobernadores peronistas, por ejemplo. O los intendentes del conurbano bonaerense, Sergio Massa y un largo etcétera.

Una interpretación novedosa

Esto que analizamos más arriba forma parte de una coyuntura que, en realidad, oculta debates más importantes. Uno de ellos tiene que ver con la percepción sobre la condena a la ex presidenta que parece existir principalmente entre algunos de sus partidarios. Cuando uno observa y analiza lo que se transmite desde el kirchnerismo y desde un sector del peronismo, cuesta encontrar -ojo: no decimos que no existan, sino que no son estridentes- voces que digan: “no hubo corrupción”, “no se robaron fondos públicos”, “no se utilizó la obra pública para enriquecer a políticos y empresarios amigos del poder”. Lo que parece expresarse es: “a Cristina la condenan porque hay una Justicia que responde a intereses de sectores que la quieren fuera de la oferta política”. De ese modo, además de admitirse de modo tácito que sí existieron delitos, el mensaje termina siendo: cometer ilícitos en la función pública (o aprovechándose de ella) no es algo tan grave; lo dramático y por lo que hay que protestar es por perder las posibilidades de acceder a alguna posición de poder real, que es lo que hoy le ocurre a la ex presidenta con la inhabilitación que pesa sobre ella.

Esta interpretación novedosa -por calificarla de algún modo- de la realidad que hacen algunos kirchneristas le otorga relevancia a las palabras del cura Pasetti. Porque, en este contexto, da la impresión de que para el relato que se busca instalar alrededor del balcón de Constitución, la libertad y la verdad no necesariamente deben ir concatenadas o estar vinculadas.

Cadenas y un centinela

Hace 206 años, en Tucumán ocurrió un hecho poco difundido, pero relevante en las dinámicas de aquella nación nueva y aún endeble. También es un acontecimiento que, si lo miramos a la luz de la Argentina actual, nos puede deparar algunas reflexiones. El 11 de noviembre de 1819, Abraham González depuso al gobernador Feliciano de la Mota Botello. El ideólogo de aquel ataque había sido Bernabé Aráoz. Tras destituir al mandatario, González mandó a apresar a Manuel Belgrano que, muy enfermo, descansaba en la casa que poseía en la zona de la Ciudadela (que no es la que hoy existe en Bolívar y Bernabé Aráoz). Los hombres de González intentaron encadenar las piernas del general, que estaban muy hinchadas. Sólo la firme oposición de su médico logró evitar el salvajismo. De todos modos, quedó detenido con un centinela en la puerta.

Este episodio constituyó un golpe anímico irreversible para Belgrano que ya se sentía cercano a la muerte. De hecho, la ingratitud con la que fue tratado lo impulsó a realizar un último viaje a Buenos Aires para esperar allí el fin.

Hoy, en un nuevo aniversario del fallecimiento de aquel argentino enorme, quizás sea una buena oportunidad para reflexionar sobre los abismos -no sólo temporales- que separan a algunos presos célebres en este país. Los de ahora y los de antes.

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