
Había ocurrido en la semana 11 de gestación. El corazón de su hijo había dejado de latir. Alba Herrera Pesoa ingresó al hospital sabiendo que iba a salir con el cuerpo vacío. Lo que siguió no fue un entierro, ni una ceremonia, ni una despedida. Fue un procedimiento clínico. “Mi bebé fue descartado como residuo patológico y eso me hundió más en el dolor”, dice. No por lo físico. No por el quirófano. Sino por la manera en que se nombró —o más bien, se omitió— lo que había perdido.
Para ella a partir de ahí empezó otra experiencia, la más silenciosa: la de un duelo que no estaba habilitado. Alba es miembro de la Asociación Resilientes, una organización que acompaña a mujeres que atraviesan muertes gestacionales y perinatales. También colaboró en la implementación del protocolo “Trascender acompañados”, impulsado por el Ministerio de Salud de Tucumán. El programa busca dar contención a madres, padres y familias que pasan por estas muertes silenciadas.
Ella, como muchas mujeres, vivió en carne propia eso que luego decidió transformar: la experiencia de no saber cómo duelar a alguien que no nació, pero que existió. “Fue la experiencia más dolorosa de mi vida. Mi mundo se detuvo como se detuvo el corazón de él”, dice.
Aborto espontáneo
En Argentina, cuando la pérdida ocurre antes de la semana 12, se la llama aborto espontáneo. La muerte, en esos casos, no deja rastros legales. No hay inscripción, no hay certificado, no hay identidad. Tampoco hay licencia laboral, ni acompañamiento psicológico sistemático. La mujer vuelve a su casa y sigue. Porque se supone que no pasó nada.
“La sociedad no sabe cómo reaccionar. La muerte incomoda. Y más cuando es de un bebé”, explica Alba. Según ella, el problema no es solo cultural, sino estructural: si no se habla, no existe. Si no se nombra, no duele. O no debería doler.
Las frases más comunes son las que buscan alivio, pero niegan. “Era chiquito”. “Mejor ahora que más adelante”. “Ya vas a tener otro”. En ese marco, muchas mujeres se preguntan si tienen derecho a estar tristes. Si duele algo que no llegó a ser. Si están exagerando.
Pero sí son madres, aunque el Estado o los papeles no lo digan. “Sí, lo somos”, dice Alba. Y por eso insiste en la importancia de resignificar los términos: dejar de hablar de pérdida para hablar de muerte gestacional. Porque no se perdió algo por descuido. No es una cartera olvidada. Es alguien que iba a estar y no llegó.
En 2023, Argentina sancionó la Ley N° 27.733, conocida como “Ley Johanna”. La norma garantiza atención médica integral a mujeres y personas gestantes que atraviesan una muerte perinatal. Su aplicación está prevista desde la semana 22 del embarazo hasta los siete días posteriores al nacimiento. Fue un avance importante, pero parcial: todo el primer trimestre queda fuera del alcance de esta ley. Para esas muertes no hay legislación específica, ni protocolos obligatorios. No hay duelo legal, aunque sí haya duelo real.
Otros países comenzaron a avanzar en ese camino. Nueva Zelanda otorga tres días de licencia laboral por duelo gestacional, sin importar el tiempo de embarazo. En España hay proyectos que proponen algo similar. El argumento es simple: no se trata de semanas, sino de vínculos.
En Tucumán, el programa “Trascender acompañados” es una de las primeras experiencias institucionales que reconoce esta necesidad. Pero aún no es una costumbre social. Ni un derecho extendido. En muchos casos, el duelo se da en voz baja, en soledad o en grupos informales de acompañamiento, como el que integra Alba.
Acompañar a otras fue, para ella, parte del proceso. “Nos volvimos contención”, dice. Y esa contención fue la base de lo que hoy intenta replicar desde la fundación: que ninguna mujer pase sola por eso.
“No estás sola. Somos muchas las que con el tiempo y el amor hacia ellos podemos volver a sonreír”, dice. Pero esa sonrisa no llega por omitir, ni por hacer de cuenta que no pasó nada. Llega cuando se habilita el silencio, la rabia, la tristeza, el tiempo. Llega cuando se reconoce que alguien existió, aunque no haya sido anotado.