La formación que no forma: cuando el fútbol enseña a odiar

La formación que no forma: cuando el fútbol enseña a odiar

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En los discursos institucionales, el deporte (y en buena medida el fútbol) se presenta como una herramienta de formación de valores. Las palabras respeto, compañerismo, solidaridad o trabajo en equipo suelen adornar murales, carteles y manuales de los clubes que se jactan de “formar personas y no sólo deportistas”. Pero cada tanto, algún hecho deja al descubierto la contradicción entre lo que se predica y lo que realmente se practica.

La semana pasada seis chicos de la escuelita de Newell’s Old Boys fueron suspendidos por tomarse una foto con Ignacio Malcorra, jugador de Rosario Central, el eterno rival del “Leproso”. Una postal inocente fue convertida en una “falta grave”. El castigo lo impuso el mundo adulto, pero el daño es para los más chicos, que tienen poca noción de un tema que los más grandes catalogan como falta que no tiene regreso.

No se trata de un episodio aislado. Esa situación fue apenas una muestra de una lógica que circula en muchas instituciones de nuestra tierra, en las que la rivalidad se impone como una doctrina y el enemigo se construye desde temprano. A ese enemigo no se le perdona nada, no se le tiene contemplaciones, no se le permite ningún tipo de licencias y mucho menos se puede posar en una foto junto a él.

¿Qué mensaje se les da a esos niños cuando se los sanciona por mostrar admiración o por querer una foto con un futbolista profesional al que consideran un ídolo por verlo en la televisión o en las páginas de los diarios más importantes? Que el respeto tiene camiseta, que la empatía se limita únicamente al que piensa como uno, que el otro es una amenaza, que si no odiás al rival, sos parte del problema. En fin, todos pensamientos que no suman en el afán por dejar atrás a esa violencia a la que tenemos que hacerle partidos entre todos.

“Este tipo de decisiones van en contra de lo que se predica sobre los valores del deporte. Lo que vemos acá es una transferencia de odios adultos a una infancia que no comprende aún esas lógicas”, reflexionó la psicóloga y socióloga Roxana Laks. Y su análisis interpela directamente a los responsables de tomar estas decisiones. Porque si el deporte pretende formar a través del ejemplo, este episodio demuestra diametralmente lo contrario: enseña miedo, transmite rechazo y deja al descubierto una obediencia ciega.

La hipocresía es evidente. Mientras se promueven campañas que incitan a que los eternos oponentes son “rivales, no enemigos”, se penaliza un gesto espontáneo, sincero, infantil; un reconocimiento inesperado, cálido y genuino de niños que vieron en Malcorra a, quizás, el hombre con el que sueñan ser.

Castillo de naipes

La sanción no es sólo disciplinaria, también es simbólica; porque esos chicos aprendieron que una acción mínima puede costarles su lugar, su beca y su futuro deportivo. Y a partir de eso, ese sueño que ellos acunaron desde que comenzaron a patear una pelota, puede caerse como un castillo de naipes.

Y ahí es donde aparece el miedo como método de enseñanza y la obediencia como valor supremo. La identidad del club construida no desde el amor propio, sino desde el rechazo al otro.

“Es una locura total, no es de formadores. Cuando entra un chico no lo formás para ser futbolista, lo formás para ser buena persona”, aseguró un captador de talentos que trabaja en uno de los clubes tucumanos. Su frase, breve pero contundente, desnuda el problema de fondo: ¿qué estamos priorizando en los clubes? ¿El resultado o la persona?

El deporte tiene un enorme potencial educativo, sí. Pero también puede ser terreno fértil para la violencia, la intolerancia y el adoctrinamiento fanático. Lo que pasó en Newell’s no debería sorprendernos, pero sí debería interpelarnos; porque si la formación infantil se basa en la exclusión, el castigo y la desconfianza hacia el otro, entonces no estamos formando personas, sino deformando futuros.

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