
Laberinto es una palabra que muestra cierta frescura. De sólo escucharla no transmite toda la fuerza y complejidad que encierra. Sus idas y sus vueltas dificultan la salida. Los griegos le dieron vida a aquel construido por Dédalo para encerrar al minotauro (mitad hombre y mitad toro). Luego vendría Teseo, quien con la ayuda de un hilo de Ariadna pudo entrar al laberinto, matar al minotauro y salir. Miedos, propios y extraños y astucia e inteligencia para sobrellevar la situación asoman en la creación griega.
La intervención institucional de Alberdi es un gran laberinto que se levantó esta semana en este Tucumán del primer cuarto del siglo XXI. Cada actor político enfrenta sus miedos y fantasmas en esta decisión que se vio obligado a tomar el mismísimo gobernador de la provincia. A lo largo de su carrera política el hombre que conduce las riendas del Poder Ejecutivo provincial no siempre fue fiel a sus palabras. El pragmatismo se adueñó de su plática. Sin embargo, en estos tiempos no sólo eran sus palabras sino también la política que eligió desarrollar en la provincia. La pelea contra la droga y los mensajes de seguridad fueron el imán que guió la brújula de su gobierno, y por lo tanto, de esta intervención.
No le quedaba más remedio. El escándalo había estallado y no había marcha atrás posible.
Para los demás actores el laberinto se asemejaba a esas galerías de espejos. En cada curva del conflicto o el papelón de Campos aparecía el rostro de quien se miraba en los espejos. Y el miedo paraliza. Por eso la sesión del jueves pasado avaló la intervención de Alberdi, pero no mucho más.
Si algo hubieran querido la mayoría de los legisladores oficialistas es que la sesión en la que se decapitó al intendente de Alberdi, no hubiera ocurrido nunca.
En la afiebrada imaginación de aquellos que suponen que las acciones políticas son movilizadas por ideales que superan las cuestiones particulares, se podría intuir la alegría de poner coto a los excesos e irregularidades alberdianas. Nada de eso pasó. Los legisladores peronistas hicieron esfuerzos por destacar la figura del intendente intervenido. El legislador Sergio Mansilla bregó para que la literatura lo inspirara y finalmente el “patito feo” se convirtiera en cisne.
La sesión se hizo a desgano. El discurso público fue uno y el privado, otro. En el oficialismo se quejaron de que fuera una decisión casi unilateral del hombre que se sentó en el sillón de Lucas Córdoba. En el edificio de Muñecas y Sarmiento, bisbisear que al vicegobernador le hubiera gustado participar de esa decisión. También subrayan que Miguel Acevedo, un conocedor privilegiado de los manejos de los intendentes por haber sido ministro del Interior años anteriores, pidió a propios y a extraños que la sesión del jueves no se convirtiera en show. Hablar poco, no profundizar mucho, evitar gritos y grandes circunloquios fue la premisa. ¿Qué se quería evitar? ¿Sentirían vergüenza o miedo por lo ocurrido en Alberdi? ¿No era una oportunidad para empezar a transformar los excesos cometidos? A juzgar por las actitudes que precedieron a la sesión legislativa estas preguntas que esperan respuestas se convirtieron en preguntas retóricas que más que indagar, afirman.
El bloque oficialista del intervenido Concejo Deliberante de Alberdi, al elegir su nombre lo hizo en homenaje del ministro del Interior de la provincia, Darío Monteros. La legisladora Sandra Figueroa, esposa de Campos, era intendenta cuando se contrató al ¿empresario? Roque Giménez para realizar obras públicas. Otros empleados públicos de la gestión del matrimonio Campos-Figueroa no podían ir a trabajar, no por cuestiones de salud o por impostergables preocupaciones familiares, sino porque estaban presos por temas vinculados a la droga o a la muerte. Desgraciadamente las ocupaciones de los ediles de Alberdi no les dieron tiempo para avisarles a quienes rendían pleitesía, como el ministro del Interior, para que se pusiera freno a los excesos de Campos mucho antes. El laberinto fue encontrando curvas y contracurvas espejadas que marearon a todos.
Vendas
El famoso audio también se perdió en el laberinto. Dar validez a las palabras que se oyen allí podría ser otro problema para la Justicia provincial que ya tiene antecedentes avalados por las principales autoridades que sentenciaron que ese tipo de pruebas no tiene ninguna validez. No ocurre lo mismo en la Justicia Federal, donde ese tipo de registros ayudaron a encontrar la salida a más de una causa laberíntica.
En el audio en cuestión, donde se escuchan las voces de Giménez y de Campos, se afirma que los intendentes manejan a la Policía. Improbable. Sin embargo la Constitución provincial advierte que esa tarea pública le corresponde sólo a la Provincia. En los últimos lustros los intendentes han encontrado en las tareas de seguridad verdaderos caminos que les han dado importantes réditos políticos. No les ha importado que la Constitución les pusiera límites y así han creado a lo largo y a lo ancho de la geografía tucumana unidades de seguridad municipales.
Rarezas como estas proliferan en la vida institucional tucumana. Algunas como el voto o la transparencia de la información asoman en la poco respetada -y respetable- Constitución. Y otras forman parte de la vida normal de los ciudadanos que ven cómo la alternancia política en el poder es simplemente un dibujo. Los legisladores oficialistas se enojan y disimulan estas manifestaciones de nepotismo, pero si en lugar de ofuscarse las ejercieran, Campos podría haber evitado este escándalo y otros intendentes-legisladores tendrían menos miedo y más libertad para cumplir con las obligaciones que les delegaron los ciudadanos.
La Justicia provincial felizmente ya encontró cuestiones para meter preso a uno de los actores del audio. Giménez tendría la oportunidad de reflexionar unos seis meses al menos para arrepentirse de sus palabras. Campos, en cambio, hasta ahora pareciera ser la víctima a la que el empresario maltrató y al que la política no escuchó. La venda de la Justicia pareciera que, en cambio, no ha podido verlo.
Comisarios y opositores
El episodio alberdiano no sólo es un llamado de atención que patentiza los excesos innecesarios de algunos políticos. También desnuda que dejar pasar el tiempo sin respetar algunos limitantes institucionales no suma, sino que por el contrario resta y transmite miedo a los dirigentes. Pero también debería ser un severo llamado de atención a la política de la que intenta presumir el mandatario provincial. Los comisarios y los agentes de policía que trabajaron o merodeaban Alberdi, ¿nunca vieron nada? Si vieron algo, ¿no lo dijeron o no lo escucharon? Si no lo dijeron, ¿fueron sancionados o ascendidos como aconseja el manual judicial tucumano? Estas cuestiones seguramente abrirán un debate en el siempre consultivo gabinete provincial. Si ello no ocurriera, el laberinto de la vida institucional tucumana seguirá abriendo caminos sin salida.
Cuando entre las huestes oficialistas hablaron de su preocupación porque la intervención a Alberdi se convirtiera en un show, no estaban hablando macanas ni exagerando. Es muy común que la oposición se suba a esos escándalos y los lleve hasta la exageración. Eso no ocurrió. Pero lo que sí llamó la atención es la escasa presencia de La Libertad Avanza en estas cuestiones cuando justamente uno de los caballitos de batalla de la nueva fuerza que gobierna el país es la crítica a la política y a sus malas gestiones. Sin embargo, eso no ocurrió en esta oportunidad. Como si las buenas ondas entre el gobierno nacional y el provincial por los servicios prestados siguieran vigentes.
Alertado por esto, el gobernador que se siente en jaque por las propias huestes peronistas se tomó el trabajo de avisar que está muy preocupado por el gobierno mileísta y por los pocos beneficios que habría generado en las provincias con una coparticipación alicaída.
El hilo de Cristina
Desgraciadamente, en el diccionario de la política comarcana la palabra renuncia no existe. Si Campos en lugar de querer mostrar sus fuerzas hubiera dimitido, todo hubiera sido diferente. El ahora lord-menor se perdió en su propio laberinto. La literatura presume de que los laberintos generan héroes. Son ellos los que encuentran las salidas en los intrincados ambages de los laberintos. Los intereses mezquinos de la política impiden que los héroes tengan cabida en la actualidad. Ni la confirmación de la condena de Cristina ayudó mucho para disimular esta realidad. No sirvió como el hilo de Ariadna. Es que la corrupción, al final, es inapelable.