
Así como el bonaerense Áxel Kicillof habló de que estamos en presencia de otro país, bien podría decirse que Tucumán es otra provincia. Ocurre que el escenario político cambió por completo a partir del martes 10 de junio, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación sepultó la carrera electoral de Cristina Fernández de Kirchner.
El impacto de la condena por corrupción contra la dos veces presidenta de los argentinos es equiparable al sacudón que generó la irrupción de Javier Milei en la política. Prueba de semejante cimbronazo es que la dirigencia, oficialista y opositora, quedó tildada tras el fallo.
Desde el 2000, la vida pública en el país se movió bajo la lógica impuesta por el matrimonio Kirchner. Casi un cuarto de siglo en el que todo se midió según la escala K: los armados opositores y oficialistas y los temas de agenda pública siempre tuvieron un ojo puesto primero en Néstor Kirchner y luego, con mayor preponderancia, en Cristina. El influjo de la ahora condenada por corrupción fue prácticamente total: Mauricio Macri y el propio Milei sustentaron sus respectivos arribos a la presidencia cabalgando sobre la figura de ella. El interregno del líder del PRO fue pasajero y a Cristina le bastó con inventar un candidato como Alberto Fernández para dejarlo fuera de circulación. Ya este año, Milei se encargó de jubilar a Macri quitándole hasta la Ciudad de Buenos Aires. El ex presidente de Boca Juniors ahora sólo atina a ofrecerle sus servicios al libertario.
Pero así como Cristina fue para Macri la sombra de la que nunca pudo deshacerse, Milei enfrenta ahora un dilema central para su futuro: debe resolver en tiempo récord cómo hacer política sin tener un rival enfrente. En la Argentina de este siglo, la antítesis “Cristina o no” rigió cada paso, por lo que se abrió esta semana es un mundo desconocido para todos.
No es casual que el Gobierno haya esbozado respuestas tímidas y moderadas frente a la trascendencia de la decisión judicial. Tampoco que el peronismo se encuentre en estado de shock. Desde luego, esto no significa que todos estén compungidos por la suerte de CFK ni mucho menos, pero sí que hay una conmoción generalizada.
Para hacerlo más gráfico: a cualquier antiperonista le resultaba sencillo hacer campaña oponiéndose a Cristina. ¿A qué se contrapondrá ahora un macrista, un radical o los propios libertarios? Se quedaron sin blanco. Y en el caso de los peronistas, ¿quién o quiénes ejercerán el liderazgo? ¿hay alguien en el PJ en condiciones de reemplazar a una mujer que, puntos más o puntos menos, mantiene encandilado a un 30% del electorado? Aun condenada, CFK puede salir al balcón a saludar a militantes que van a rendirle tributo con devoción con soltura. A cualquier dirigente le cuesta horrores movilizar personas; ella lo hace con naturalidad.
Dicho esto, corresponde tratar de entender qué puede ocurrir a partir de ahora. La conclusión más rápida es que la Justicia terminó por generar la cohesión que un sector importante del peronismo no conseguía. Desde su lugar de reclusión, Cristina podría erigirse como la gran electora del justicialismo. No es casualidad que gobernadores que jamás simpatizaron con el kirchnerismo, como el tucumano Osvaldo Jaldo, se hayan visto obligados a apoyarla en este momento y a pedir la unidad del PJ.
La otra posibilidad es que el peronismo haga rápido el duelo, como anhelan algunos popes que desde hace tiempo vienen pidiendo su retiro por lo bajo. Precisamente, el escenario que más serviría al tranqueño es aquel en el que el capítulo Cristina sea superado rápidamente por el justicialismo, haya un borrón y cuenta nueva entre compañeros que se acercaron a Milei y los que no y que en cada provincia se respete la voluntad del jefe del PJ local. No es casual que ayer Jaldo haya instado a respetar los fallos judiciales y haya insistido con la idea de que, además de autocrítica, el PJ debe asumir que la sociedad cambió y en consecuencia debe ponerse a su altura. “La prioridad es la institucionalidad, todo lo que sea político y electoral lo vamos a atender en nuestro tiempo”, completó.
Las consecuencias que no favorecerían al gobernador son aquellas en las que el fundamentalismo K se alza como bandera para aglutinar dirigentes y militantes. En ese caso, los beneficiados claramente serían los disidentes comandados por Juan Manzur. La victimización del peronismo es hoy la mejor carta que tendrían para jugar quienes impulsan la candidatura del taficeño Javier Noguera, para así despegarse del jaldismo y competir por fuera del frente Tucumán Primero. En particular si Jaldo no logra o no quiere profundizar la campaña contra La Libertad Avanza. Para el neomanzurismo, la desgracia cristinista actuaría como un imán electoral. Desde luego, todo eso dependerá de otros factores que pesarán y mucho en los meses que restan hacia octubre. Uno de ellos es el ahogo financiero de la Municipalidad de Tafí Viejo, cada vez más dramático. Esta semana ya hubo auxilio de la Provincia para sortear la coyuntura, pero si la rendición no llega y las tensiones se intensifican, ¿cómo actuará la Casa de Gobierno? Demasiadas conjeturas para un futuro todavía incierto.
Incómodos
El ingreso a este mundo desconocido se dio justo en la semana en la que Jaldo adoptó una de sus decisiones más osadas: la intervención del municipio de Alberdi. La medida causó conmoción social por los ribetes escandalosos vinculados al manejo del poder y a supuestos lazos de la política con el narcotráfico. Pero también tuvo un impacto brutal en la política.
Con ese decreto, “El Comisario” avivó la desconfianza y el pánico dentro del peronismo: ninguno se siente a salvo de su guadaña.
El ahora ex intendente Luis Campos y su esposa Sandra Figueroa forman parte -o formaban- de la casta justicialista. Gobernaron esa ciudad desde 2003 a su antojo y se convirtieron en referentes influyentes de la sección Oeste. Es pertinente entonces detenerse en el semblante de Sergio Mansilla durante la conferencia de prensa de Jaldo, el lunes. Al aguilarense le costó ocultar el fastidio y la incomodidad de tener que avalar el descabezamiento de la estructura política de su vecino sureño.
Esa incomodidad se exteriorizó horas después en una reunión de legisladores justicialistas con el vicegobernador, Miguel Acevedo. Salvo excepciones, como la del capitalino Gerónimo Vargas Aignasse, la mayoría de los presentes rechazó Ia intervención, cuestionó las formas y recordó que sobre su compañero “Pato” sólo pesaba un audio viejo y una denuncia. Hubo discursos más enérgicos, como los de Mario Leito (a quien vieron con Manzur en la sede del PJ nacional el día de la condena contra Cristina) y de Carolina Vargas Aignasse. En la sesión para ratificar el decreto, en tanto, hubo faltazos previsibles, como los de Figueroa, Noguera, Christian Rodríguez y Nancy Bulacio, de históricos lazos con Alberdi. En el recinto, el propio Mansilla pidió la palabra para defender a Campos, destacar su aporte electoral al peronismo y cuestionar la estigmatización de esa gestión. Fue el único oficialista que se plantó. Es llamativo, porque la tercera autoridad de la provincia también había levantado la revuelta interna que, al menos hasta octubre, logró frenar los intentos de Acevedo para que Tucumán pase a un sistema de votación con Boleta Única Electrónica.
Al tratarse de un gobierno peronista, la paradoja de la gestión de Jaldo es que desde sus inicios, cuando decapitó la Unidad de Reconversión Laboral que cobijaba a miles de dirigentes y le cedió el manejo de Desarrollo Social a un extrapartidario como Federico Masso, en lugar de sentirse contenidos los justicialistas se sienten indefensos. Y ese también es un mundo nuevo al que el ofícialismo tucumano deberá acostumbrarse. Muchas sorpresas para una política en estado de shock.