
Este domingo se va a inaugurar una seguidilla de efemérides que nos debería llevar todos los años a reflexionar sobre ideas tan heterogéneas como la patria, la identidad y el camino que hemos desandado para llegar a donde estamos. Si bien este mes ya hemos celebrado el Día de Himno Nacional y el de la Escarapela, sin dudas, el 25 de mayo marcará el inicio de un calendario de conmemoraciones que se extenderá con intensidad hasta fines de septiembre, con el recuerdo de la Batalla de Tucumán, y que irá un poco más allá -de modo algo difuso- con la memoria del combate de Vuelta de Obligado, en noviembre, que fue instaurado como feriado nacional en 2010. En el medio quedarán Manuel Belgrano y el Día de la Bandera, el de la Independencia, la muerte de José de San Martín y el Éxodo Jujeño, entre otras fechas relevantes.
Si nos corremos un poco de los programas escolares que, al fin y al cabo, son los que terminan estructurando buena parte de los discursos relacionados con estas conmemoraciones, es posible habilitar otras discusiones. Una mirada interesante es la que tiene que ver con nuestra región -varios de los acontecimientos a los que nos referimos más arriba ocurrieron en estas tierras hace más de 200 años- y puntualmente con el vínculo entre Salta y Tucumán. Sucede que, además del aniversario de la Revolución de Mayo, este fin de semana se va a cumplir el jubileo de un hecho poco difundido, pero que traza un hilo de plomo, acero y sangre entre estas dos provincias.
Desde hace más de dos décadas, Salta funciona como una especie de modelo apetecible. Es (ahora junto con Santiago del Estero) el punto de referencia para señalar la decadencia tucumana: turismo, conectividad aérea, preservación del patrimonio edilicio, infraestructura de caminos (si bien se ha producido un deterioro notable en el estado de las rutas nacionales, sorprende por la red de autopistas que circunvala la capital, entre otras cosas), el sistema de voto electrónico e, inclusive, la forma en la que regulan las aplicaciones de transporte, nuestros vecinos del norte siempre parecen estar uno o varios pasos por delante de Tucumán. Y ahora que el litio y el cobre ocupan un espacio central en los proyectos de desarrollo de la región, el abismo entre una provincia y la otra parece agrandarse. O al menos esa es una percepción muy extendida entre los tucumanos.
Tiempos finales
La historia siempre da sorpresas. Aunque hoy parezca impensable, en el pasado, Salta y Tucumán dirimieron sus diferencias en el campo de batalla. Y los protagonistas de aquellos días fueron nada menos que Martín Miguel de Güemes y Bernabé Aráoz, dos hombres fundamentales en el proceso de consolidación de la independencia. Cuando esto ocurrió, ambos transitaban sus últimos tiempos de vida (el salteño murió en 1821 y el tucumano, tres años después que su circunstancial adversario) y nuestra incipiente nación empezaba a desgranarse en interminables luchas fratricidas. De hecho, esta guerra operó como una especie de anticipo dramático de lo que acontecería tiempo después en el resto de las Provincias Unidas.
Ahora bien: ¿cómo fue que Güemes, en aquel entonces gobernador de Salta, terminó enfrentándose con Aráoz, quien intentaba mantener la unidad de la República del Tucumán? Corría 1820 y José de San Martín había designado al salteño como líder del Ejército de Observación, cuya misión era avanzar sobre el Alto Perú (hoy Bolivia) para reforzar la campaña que el Libertador emprendía contra el poder realista en Lima. Para ponerse en marcha, necesitaba 3.000 soldados y decidió convocar un Congreso en Catamarca (que dependía de Tucumán) para coordinar la campaña. Según Aráoz, el Congreso era inaceptable, porque si accedía, podía encontrarse frente al compromiso de entregar las armas con las que se había hecho un año antes, durante el motín que lo había vuelto a colocar en el poder, según el análisis de Armando Raúl Bazán, un referente -ya fallecido- en la historia de la región.
En aquel entonces, Aráoz también trataba de mantener unida la República del Tucumán, que incluía los territorios de Santiago del Estero y de Catamarca, y que contaba con una Constitución (la primera de nuestra provincia). Pero los santiagueños, liderados por Juan Felipe Ibarra, ya habían elevado un acta de autonomía y la situación era muy tensa. En enero de 1821 Güemes inició la ofensiva hacia el Alto Perú. Pero a fines de febrero ordenó la contramarcha de 2.000 hombres y los mandó a Tucumán, porque Ibarra le había dicho que no podía enviarle los recursos que le había prometido, ya que el tucumano lo estaba atacando.
El 3 de abril de 1821, los salteños, paradójicamente comandados por Alejandro Heredia, quien sería gobernador tucumano unos años después, fueron derrotados por los soldados de Aráoz, que estaban a las órdenes del jujeño Manuel Eduardo Arias, quien supo ser uno de los principales comandantes de Güemes en la Quebrada de Humahuaca tiempo antes. Ironías de la historia.
Si bien hubo otros enfrentamientos, esta batalla, conocida como del Rincón de Marlopa, constituyó para Güemes mucho más que una derrota militar: sus adversarios políticos decidieron derrocarlo, según reseña Miguel Angel De Marco. Eso ocurrió el 24 de mayo de 1821, poco menos de un mes antes de su muerte. Mañana se cumplirán 204 años de aquella rebelión del Cabildo salteño y desde el fondo de los tiempos, aquellos hombres y sus circunstancias aún nos siguen interpelando.