Cada 23 de mayo, el calendario litúrgico recuerda a una serie de figuras del santoral cristiano cuyas vidas estuvieron marcadas por la entrega, la enseñanza y, en varios casos, el martirio. Entre los más destacados se encuentran San Desiderio de Langres, San Miguel de Sinada y San Epitacio de Tui, aunque no son los únicos.
San Desiderio de Langres, obispo y mártir del siglo III, es quizás el más reconocido de esta fecha. Según la tradición, fue decapitado por negarse a entregar las escrituras cristianas durante una persecución romana. Su figura se convirtió en símbolo de valentía y fidelidad a la fe en tiempos de persecución. Fue venerado especialmente en Francia, donde se levantaron iglesias en su honor y su nombre llegó a convertirse en uno de los más populares durante la Edad Media.
En el ámbito oriental, se recuerda también a San Miguel de Sinada, obispo del siglo IX, activo defensor del culto a las imágenes sagradas durante la controversia iconoclasta que sacudió al cristianismo bizantino. Su vida estuvo marcada por la firmeza doctrinal, pero también por un espíritu conciliador que lo convirtió en un puente entre sectores enfrentados.
Por otro lado, en la antigua Hispania, se celebra a San Epitacio, considerado uno de los primeros obispos de Tui, en Galicia. Si bien su figura se pierde entre las nieblas del siglo II, su nombre ha sobrevivido gracias a la tradición oral y la devoción local, que lo recuerda como un evangelizador incansable.
El santoral del 23 de mayo también incluye a varios santos y beatos menos conocidos, como Beato Girolamo Savonarola, el polémico fraile dominico florentino que predicó contra la corrupción eclesiástica y fue ejecutado en 1498. Su figura ha sido objeto de debates a lo largo de la historia: ¿profeta reformador o fanático intransigente?
En tiempos donde el culto a los santos se resignifica o se vuelve materia de estudio histórico, el santoral continúa ofreciendo un reflejo del mosaico de culturas, contextos y tensiones que dieron forma al cristianismo a lo largo de los siglos. Cada nombre en el calendario no solo recuerda una vida ejemplar, sino también una época, una lucha, y una idea de lo sagrado que aún resuena.