
Estuvieron al borde de la muerte y la ciencia les devolvió la esperanza
Luciana Cabrera, Abigail Leiva y Luis Gustavo Martino sufrieron traumas cerebrales por distintos accidentes. Fueron los primeros pacientes a los que se les reimplantó la parte del cráneo que los médicos tuvieron que extirparles para tratarlos. El programa.
Cuando Luciana Cabrera (16) despertó después de cinco días, no lo podía creer. Estaba inmóvil, en la cama de una terapia hospitalaria. El último recuerdo en su mente era el de una noche de febrero en la que preparaba un disfraz para carnaval. Estaba contenta, junto a una de sus grandes amigas. Con ella, subieron a una moto por dos cuadras, hasta su casa en el barrio Difunta Correa de Concepción, donde tenían que buscar pegamento. Pero nunca llegaron. Lo que pasó en el trayecto, se lo contaron: un vehículo que conducía un repartidor las chocó desde atrás, perdieron el equilibrio y dieron la cabeza contra el pavimento. No llevaban casco. “Es que íbamos cerca; eran sólo dos cuadras”, explica la adolescente. Solo ella sobrevivió.
“Estuve muy grave. Cuando abrí los ojos, me dijeron que fue un milagro. Ahí me enteré que mi amiga había muerto. Fue muy duro”, confiesa la joven, acompañada por su mamá, Mirta Guzmán. Otro momento desesperante fue cuando se dio cuenta que su cabeza no estaba igual: le faltaba una parte del cráneo. Y una cicatriz grande ocupaba el lado izquierdo.
El accidente que llevó a Luciana al hospital Padilla le produjo un edema cerebral severo. Los cirujanos se vieron obligados a extirparle un trozo del cráneo, dado que su cerebro se estaba inflamando demasiado.
La próxima, con casco
La historia de Abigail Leiva (17) es parecida a la de Luciana. De hecho, las dos llegaron el mismo día al Padilla por accidentes de motos y cuando despertaron se hicieron amigas, mientras se recuperaban.
El choque que dejó en coma a Abigail sucedió el 15 de febrero. La joven circulaba en su moto por la ciudad donde vive, Aguilares, cuando un auto la chocó desde atrás, según cuenta la mamá, Norma Albornoz.
Cayó fuertemente sobre el asfalto y sufrió un traumatismo encéfalo craneano. Fue trasladada de urgencia al hospital y despertó tres semanas después. “Estaba muy grave; no había muchas esperanzas. Por suerte, salió adelante y aquí está muy bien”, expresa la mamá. Abigail, que va a quinto año de la secundaria, la mira y tampoco puede creer que haya pasado por todo eso. Lleva muletas porque también en el accidente se quebró la tibia y el peroné, y se está recuperando. Un gorro de lana cubre su cabeza. No tiene problemas en sacárselo para mostrar la extensa cicatriz que le quedó. Pronto, cuando le crezca el pelo, será solo un mal recuerdo, dice la joven que sueña con ser profesora de educación física, con volver a jugar al fútbol y a subirse a una moto. Pero esta vez será con casco, dice ante la mirada de su mamá, que menea la cabeza con pesadumbre.
Una mala caída
El festejo de fin de año con sus compañeros de trabajo terminó de la peor manera para Luis Gustavo Martino. El hombre de 48 años, empleado de un lubricentro, quedó al borde de la muerte por una caída que él no puede recordar. Al principio, nadie imaginó lo grave que fue aquel accidente.
Según le contaron sus amigos, cuando salió de la pileta se resbaló y cayó hacia atrás. La cabeza dio justo en un desnivel que había en el piso. En ese momento, pudo ponerse en pie. Pero al rato se quedó dormido, según le detallaron a Graciela Rodríguez, la esposa.
“No lo podían despertar. No respondía; estaba como mareado, perdido. Me llamaron y también pidieron una ambulancia. Lo trajimos directo al Padilla, y ya en el camino el enfermero nos había aclarado que estaba muy grave”, relata Graciela.
Con serenidad, repasa, quizás, el momento más dramático que vivió. Fue cuando el médico le dijo que tal vez su esposo no sobreviviría. Pero que iban a hacer todo lo posible para ayudarlo. Le hicieron una craniectomía descompresiva y estuvo 23 días en coma hasta que abrió los ojos. Al principio, ni siquiera podía mover la parte derecha del cuerpo. Cuando volvió a casa, tenía que usar andador y ahora, después de muchas sesiones de fisioterapia, se mueve con muletas. Muy despacio. Tampoco ha podido recuperar la memoria y le cuesta expresarse. Pero está seguro que quiere ponerse bien. Tiene muchas razones, principalmente sus dos hijos de 14 y 17 años.
Un proyecto novedoso
¿Qué tienen en común estas tres historias? Fueron los primeros pacientes que ingresaron a un programa nuevo del hospital Padilla, a través del cual aquellas personas a las que se les realiza una craniectomía descompresiva, en vez de colocarles tiempo después una malla de titanio en el lugar donde les extirpan parte del cráneo, les ponen el mismo hueso que les extrajeron, después de haberlo almacenado a menos de 80º bajo cero durante varios días.
El proyecto para hacer estos procedimientos nació hace unos cinco años. Lo desarrollaron desde el Servicio de Neurocirugía del Padilla, que es dirigido por los médicos Alvaro Campero y Juan Conrado Rivadeneira, en conjunto con el banco de tejidos que funciona en el hospital a cargo de los doctores Mariana Prado y Bruno Politi. También participó el jefe de los neurocirujanos residentes, el doctor Ricardo Rúa.
“En el hospital atendemos muchos traumas de cráneo, generalmente por motociclistas que tienen accidentes y no llevan cascos. Cuando el cerebro se inflama demasiado, hay que realizar una craniectomía para descomprimir este cuadro”, explica Campero.
La técnica consiste en la extracción de una porción del cráneo dejando el cerebro solo cubierto por la piel. “Una vez que se curan, no pueden continuar con su vida normal solo con la mitad del cráneo. Entonces, usualmente se coloca una malla de titanio y se hace una craneoplastia. Esto tiene un altísimo costo, que ronda hoy los $2 millones aproximadamente”, remarca el profesional, que es presidente de la Asociación Argentina de Neurocirugía.
Nada sencillo
Colocar el propio hueso de un paciente parece un procedimiento sencillo, pero no lo es. Porque el tejido del cráneo necesita de un tratamiento muy especial para poder luego ser reimplantado en un paciente.
¿Cómo es el trabajo que hacen? Prado remarca que todo comienza en el quirófano de emergencias, donde llega la persona accidentada y le hacen la cirugía de urgencia en el cerebro. En ese momento, cuando le extraen una parte importante del cráneo, se les pregunta los familiares si lo quieren conservar. Se evalúa que esa porción del cráneo no esté fracturada (producto del choque, por ejemplo) y que se encuentre en buen estado. Entonces, el protocolo indica que a ese tejido hay que guardarlo en cuatro bolsas que se van sellando una a una, en un ambiente estéril. Luego, eso se guarda en la heladera hasta que se lo entregan al equipo del banco de tejidos.
En un sala blanca (así se llama), los especialistas preparan el tejido, lo procesan bajo estricto protocolo para llevarlo a un freezer en donde se conservará a menos de 80º. Luego tienen que pasar 25 días, y tras unos análisis de laboratorio de la plaqueta ósea, esta ya puede ser recolocada. A partir de ese momento, si el paciente está en condiciones, se decide hacer la cirugía para colocar el hueso del cráneo nuevamente.
Entre otras ventajas, los médicos destacan: “siempre será mejor para un paciente tener en el organismo su propio cráneo que una malla de titanio. Por otro lado, es algo mucho más económico para el Estado porque al contar con un banco de huesos no tiene costo, y se pueden ahorrar de esta manera millones de pesos por año si tenemos en cuenta que por mes en el Padilla se hacen cinco craneoplastias”.
Ahora que Abigail, Luciana y Luis ya tienen las partes de sus cráneos en el sitio que les corresponde no pueden ocultar el alivio en los rostros. A Luciana tener completa la cabeza le alegra, y más que ahora volvió a las clases en la escuela. Los tres pasaron por una pesadilla. Y aún les falta recuperarse. Pero están vivos y eso ya es mucho, reconocen ellos y sus familiares.
Procedimientos: cómo funciona el banco de tejidos en el Hospital Padilla
El banco de tejidos funciona en el hospital Padilla desde 2009. Allí procura tejido óseo humano de donante por medio del Incucai y se lo almacena a menos de 80 º bajo cero. Lo procesan de acuerdo a las solicitudes de tejidos que pueden provenir de todo el país. Por ejemplo, hay pedidos para cirugías reconstructivas, desde maxilofacial u oncológicas de huesos o por accidentes de tránsito, de cadera o de rodillas. En este espacio es que ahora también almacenan los tejidos que se extraen de pacientes que sufren traumatismos de cráneo y necesitan craneotomía. Este año ya realizaron 10 procedimientos de este tipo y se hicieron cuatro cirugías para reimplantar huesos de cráneo.