
El exceso de regulaciones estatales perjudica el desarrollo comercial, y social en general, por múltiples razones: burocratiza las gestiones, eleva los costos, desalienta nuevos emprendimientos y la gente pierde demasiado tiempo y dinero haciendo trámites. Y propicia la corrupción.
Para abrir un negocio en Nueva Zelanda se tarda siete días, uno de los países más expeditivos del mundo. En la Ciudad de Buenos Aires, quizás la menos burocrática de todo el país, ese mismo trámite tarda más de un año.
En Tucumán, todo depende de quién esté detrás de cada uno de los 10 mostradores que hay que ir y visitar, de la voluntad del empleado, de los “favores” que se piden para acelerar los expedientes. Hay gestiones que tardan años y muchas quedan a medio camino y otras finalmente que nunca pueden llegar a concretarse.
Consecuencias
Esto empuja directamente a la informalidad y a la ilegalidad.
Un ejemplo concreto es la eliminación de la rotonda del Camino del Perú y avenidas Perón/Belgrano. La obra física tardó tres meses, pero los trámites legales demoraron más de cuatro años. Reparticiones provinciales, como Obras Públicas y Vialidad, entre otras, y oficinas municipales de Capital y Yerba Buena, más los contratistas se pasaban el papeleo de oficina en oficina. Y nos referimos a una obra pública. Imaginemos lo que ocurre con los emprendimientos privados. ¿Corrupción? No sabemos, pero es otra de las consecuencias directas de los excesos de regulaciones.
Lo saben bien los soviéticos, que durante años vivieron con el pie del Estado sobre sus cabezas y se terminó convirtiendo en uno de los países con el mayor comercio ilegal del mundo, donde se generó una llamada “oligarquía rusa” multimillonaria que se adueñó de los desechos soviéticos, junto con la mafia rusa. Esta última es considerada la más poderosa del planeta.
Entre lo ideal y lo real
Cuando el Estado se excede en sus facultades, aparece el mercado, formal o informal, para solucionarle los problemas a la gente. No es el escenario ideal, pero es el real.
Un ejemplo concreto, que hoy se encuentra en pleno debate en Tucumán, son las aplicaciones de viajes, como Uber, Didi y Cabify, en sus versiones de autos, motos y cadetería, que llegaron para cubrir una demanda insatisfecha en los traslados. Frente a taxis destartalados, caros, imposibles de conseguir cuando llueve o después de las 22, y ante un servicio de colectivos también costoso, ineficiente y acotado, las aplicaciones aparecieron como una opción práctica, rápida y más económica.
El municipio de la Capital ya expresó sus intenciones de regular estos servicios, frente a una realidad que está pasando por encima al sistema de transporte y lo está empujando hacia una situación terminal.
La intendenta Rossana Chahla admitió la semana pasada que la mayoría de las veces que pedís un Uber te llega un taxi, o los Uber o Didi Moto que no paran de crecer. Se estima que hoy hay entre 5.000 y 7.000 choferes de Uber Moto en Tucumán, depende la época, porque no siempre todos están activos. Sobre Didi Moto no hay información, pero las cifras deben ser similares, ya que la mayoría de los conductores, tanto de autos como de motos, están asociados a varias aplicaciones en simultáneo.
Un acierto
Y no se equivoca la intendenta. Uber comunicó que Buenos Aires, Córdoba y San Miguel de Tucumán son las tres ciudades argentinas donde más taxistas están asociados a la aplicación. La empresa estima que suman casi 20.000 los taxistas vinculados a las app de viajes en la Argentina. Y la tendencia no se detiene. A nivel nacional, Uber Moto ya cuenta con 400.000 asociados, según la empresa.
Un dato interesante es que seis de cada 10 usuarios de las app de motos son mujeres. Estiman que al no estar encerradas se sienten más seguras; además de que son ideales para llegar a zonas de difícil acceso caminando o en áreas lejanas.
Otro dato son las ganancias que perciben los conductores. Un chofer de Didi Moto puede recaudar hasta U$S 150 semanales, trabajando menos de seis horas diarias. Un Uber que trabaje 12 horas por día gana entre $ 150.000 y $ 200.000 diarios. No hay comparación con lo que percibe un taxista, que además debe afrontar otros gastos.
En Mendoza, aunque su uso es menor que en Tucumán, este servicio ya fue legalizado. Cuando el Estado es eficiente, el mercado se acomoda. Pero cuando el Estado fracasa, el mercado termina resolviendo las cosas a su manera. Y no siempre de la mejor forma.