Del potrero al olvido: la “trampa” que esconde el sueño de llegar a ser futbolista profesional

Del potrero al olvido: la “trampa” que esconde el sueño de llegar a ser futbolista profesional

Por más que le peguen con las dos piernas, por más que vean el fútbol como una salida, lo cierto es que la mayoría queda a mitad de camino, en la banquina del sueño, viendo pasar a los pocos que llegaron. En Tucumán, como en casi todo el país, el sistema deportivo todavía forma más ilusiones que personas. Y cuando el sueño se apaga, el silencio es atronador.

Por las canchas de tierra o por los potreros marcados con ladrillos y ramas secas, caminan miles de chicos tucumanos soñando con “llegar”. Llegar es una palabra grande, ambigua, luminosa. Llegar es firmar un contrato, debutar en Primera, irse del país, comprarle una casa a mamá, colgarse la camiseta del club en los hombros como si fuese una capa, soñar, disfrutar, vivir bien, ¡dejar atrás un pasado lleno de carencias para darle paso a un futuro en el que todo parece fácil!

Pero la verdad (esa que nadie dice en voz alta para no pinchar la burbuja) es que menos del 1% de los chicos que inician sus caminos en inferiores logra llegar a Primera. El resto queda en el camino, como botines viejos en un vestuario vacío, olvidado, sin que nadie los recuerde mucho más que a una anécdota pintoresca.

En nuestra provincia, San Martín y Atlético intentan, a su manera, promover el estudio entre sus divisiones inferiores. Pero no hay un programa firme, tampoco una política sostenida. No hay estructuras pedagógicas integradas al proyecto deportivo. La educación es un deseo de los dirigentes y de los que trabajan día a día junto a los chicos, pero no mucho más. Por el momento está lejos de ser una prioridad y no es algo en lo que los grandes de nuestra provincia fallen mientras otros son un faros; en el fútbol argentino son contados con los dedos de una mano los clubes que llevan adelante una educación integradora.

“La formación debe ser integral. Hay que preparar a los chicos para que estén listos cuando se quedan al margen. No para ‘cagarles’ el sueño, sino para prepararlos para la frustración”, dice un formador que trabajó años en uno de los dos “gigantes” de nuestra geografía

La frase suena dura, pero es necesaria. El fútbol de hoy fabrica ídolos virales y desecha personas reales. Si no rendís, si no servís, se te empuja al abismo. Y cuando caés, no hay red. Ni educativa, ni psicológica, ni humana. Solo vacío.

Hay un vacío en la mochila en la que debería haber cuadernos y proyectos. Un vacío en la casa en la que la familia esperaba el milagro del contrato que nunca llegó. Un vacío en la identidad, porque cuando todo estaba puesto en ser futbolista, ¿quién se es, si ya no se es jugador?

Gestos

En algunos casos aislados, aparecen gestos: un dirigente que le paga el colegio a un chico cuya familia no puede acceder a ese derecho que debería ser obligatorio para todo niño argentino; otro que condiciona su continuidad en la Reserva a que termine el secundario. Estos ejemplos no son aislados; son casos reales que sucedieron en los clubes más importantes de nuestra provincia, en el que los dirigentes decidieron dar una mano cuando vieron que la situación era difícil.

No hay dudas de que son buenas voluntades, pero eso tampoco alcanza. No alcanza cuando el 90% de los chicos que iniciaron el sueño no llegará a Primera y el club es, a veces, el único ámbito de referencia, de contención y de disciplina para un joven soñador.

“Así como hay una bajada de línea para el estilo de juego, debería haber una para la formación humana”, reclama otro entrenador, que prefiere mantenerse en el anonimato. Y tiene razón.

Porque formar un futbolista sin educarlo es como construir una casa sobre arena: se tambalea al primer viento. Si no llega a concretar su sueño, su futuro en la vida se llenará de interrogantes. Pero incluso si logra iniciar su carrera como profesional, la falta de educación lo limitará en múltiples aspectos o, aún más, le cortará la carrera porque no estará apto para la tan indispensable toma de decisiones que requiere el más alto nivel.

Y Tucumán está llena de esos escombros invisibles: jugadores que estuvieron cerca, que casi debutan, que casi se van a Buenos Aires, que casi... pero no.

En los clubes de la Liga, fuera del radar de los dos grandes, la situación es todavía mucho más precaria. No hay psicólogos, ni pedagogos, ni asistentes sociales. Claro, apenas alcanza para que haya un entrenador que muchas veces hace de ayudante de campo, de preparador físico, de aguatero, de masajista, de consejero, y la lista podría continuar. En esos clubes en los que el dinero no alcanza para prácticamente nada, mucho menos habrá un proyecto de vida que contemple algo más allá del fútbol.

Y así se construye una verdadera trampa: un sistema que alimenta el sueño profesional como única salida posible para chicos que, muchas veces, provienen de hogares humildes, que no tienen otras herramientas, y tampoco demasiadas oportunidades. Un sistema que les da pertenencia, aplausos y camisetas, pero que no les deja una brújula cuando el camino se corta.

Porque el problema no es soñar, sino no tener un plan B cuando ese sueño no se cumple. Porque cuando el árbitro pita el final del sueño, lo único que queda es la persona. Y si esa persona no tiene herramientas, el golpe es brutal.

El fútbol no puede seguir siendo una fábrica de frustraciones con buena prensa. Tiene que ser una plataforma de posibilidades. Porque si el chico no llega a jugar en Europa, al menos que llegue a ser alguien que pueda escribir su historia con las dos manos, y no sólo con los pies. Que no solo aprenda a gambetear rivales, sino también los golpes de la vida.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios