
En la versión televisiva de El Eternauta, un Torino viejo resucita en medio del caos. Afuera, una nevada mortal paraliza Buenos Aires. Adentro, un puñado de sobrevivientes confía en una camioneta que arranca cuando toda la tecnología moderna colapsa. Favalli lo explica con una frase seca y certera: “Lo viejo funciona, Juan”.
Desde entonces, esa línea se volvió viral. Se convirtió en mantra de fanáticos de lo analógico, en lema de resistencia mecánica. En Tucumán, quienes restauran y manejan autos antiguos conocen bien ese sentimiento. Y algunos están seguros de que sus vehículos podrían sobrevivir incluso al apocalipsis.
Autos con historia
José Omar Díaz es uno de ellos. Tiene un Jeep Baqueano modelo 1957, completamente reformado. “Tiene un motor grande 3.6 y encendido electrónico, caja de quinta y freno a disco. Está reformado porque lo compré totalmente desarmado y me tomó casi dos años dejarlo bien”, detalla.
Su Jeep verde oliva lleva pintado en los costados “El Chaqueño”. La carrocería tiene detalles en madera que le suman elegancia. Por dentro huele a limpio. Es robusto, compacto y tiene presencia.
Para José, el vehículo es más que un pasatiempo: “Es el chiche y el juguete de la casa. Esto es un gusto para los fierreros, sirve para hacer amistades y también para hacer beneficencia en hogares de ancianos y escuelas que necesiten ayuda. Somos un grupo de amigos de Tucumán con autos multimarca”.
Jesús Eduardo tiene una conexión profunda con su Renault Torino 1975, dorado metalizado. “Se lo compré hace poco a un amigo del grupo de propietarios de autos de colección. Es mi segundo auto, el primero es un Fiat 125 del año 1974. Todavía iba a la secundaria cuando lo compré y ya suma ocho años conmigo”.
La razón detrás del flechazo es familiar: “Mi tío tenía un Torino y es un auto del que me enamoré desde el día que lo pude manejar. Cuando me subo siento cosas que no me pasan cuando manejo otros autos. Uso a diario un Peugeot 206 pero no me da la misma satisfacción que si me da el Torino. No es un auto de fin de semana, me subo y se me olvidan los problemas. Somos el Torino y yo, nada más”.
Jesús está convencido de que su Torino sería útil si cayera la nieve tóxica de El Eternauta. “Es toda mecánica vieja, no tiene nada electrónico que lo limite. Lo podés atar con alambres y él seguirá funcionando”, dice, orgulloso.
Una coupé deseada
La Chevy de Héctor Hugo parece salida de una postal. Es una coupé Chevrolet 250, roja con franjas blancas. “Se diferencia de la serie Malibú, que es cuatro puertas, porque es un modelo deportivo, con solamente dos puertas largas”, precisa.
Hace 12 años que la tiene. “Luego de mucha, mucha espera, logré conseguirlo. Vino sola”, cuenta, con mirada cómplice. Héctor trabaja en el área mecánica de una empresa de colectivos y la historia de cómo la consiguió tiene algo de novela: “El dueño anterior es un compañero de trabajo y cuando la vi, empecé a preguntar de quién era hasta dar con él. No quería vendérmela pero en el período de un año, se deshace del vehículo y ahí yo la adquiero”.
La restauración sigue en marcha. “Lo que más cuesta conseguir es la parte estética como las llantas y algunas pequeñeces”, dice. Para él, su Chevy no es solo un vehículo: “Es mi auto diario, un integrante más de mi familia”.
¿Y si llegara el fin del mundo? Héctor no duda: “Usaría sin dudas la Chevy y nos salvaría a todos. Brinda seguridad, firmeza, es muy veloz y llega a 180 kilómetros”.
Motor y cine
Mauricio comparte el amor por los Torino. El suyo es un TSX coupé de 1975, azul cobalto. Compró su auto el 21 de marzo de 2014. Desde entonces, lo fue reparando con dedicación, sin alterar su identidad. “Le hice muchas intervenciones mecánicas pero siempre manteniendo la originalidad del auto, porque estaba deteriorado y funcionaba solo a base de GNC”.
Para Mauricio, el Torino tiene alma de actor. “Como fanático del Torino, cuando vi El Eternauta y apareció el auto, fue hermoso, inesperado”.
Ante la pregunta de si su auto resistiría como en la ficción, responde con entusiasmo: “¡Pero cómo no si yo hace unos días lo hice arrancar con alcohol etílico!”. Lo cuenta riéndose: “No tenía bomba de nafta eléctrica. Era una mecánica convencional a la que a veces le costaba arrancar. Entonces, como no tenía combustible y necesitaba poner en marcha el motor de alguna manera, tuve la idea de echarle un chorro de alcohol etílico. Al ser muy volátil, encendió. Como le dice el tano a Juan: ‘lo viejo funciona’, literalmente. Le haces oler un poco de alcohol, y el tipo anda. No lo recomiendo para nada pero entender eso, nos salvaría de una catástrofe, sin dudas”.
Hay en cada historia una defensa apasionada de lo antiguo. No por nostalgia, sino por eficiencia. Porque estos autos –restaurados con paciencia, cariño y conocimientos mecánicos– no dependen de chips ni sensores. Porque, como dice Favalli, lo viejo anda.