
Diego de Mendoza no emplea eufemismos para referirse al desfinanciamiento que padece la ciencia argentina. Lo describe como una película de terror, pero una película que se repite cíclicamente desde hace décadas. Por eso, tras tantas crisis sufridas -y superadas- su mensaje a los investigadores es: “que no decaiga el ánimo”.
Nacido en Jujuy, formado en la UNT e instalado desde hace 40 años en Rosario, donde conduce el Instituto de Biología Molecular y Celular (IBR), uno de los más prestigiosos del país, De Mendoza volvió a Tucumán para brindar la conferencia inaugural de las Jospiunt. Se trata de las jornadas en las que la universidad pública da a conocer los proyectos científicos que lleva adelante en sus unidades académicas.
El Konex de Platino que recibió en 2023 habla de la excelencia de la carrera de De Mendoza: Doctor en Bioquímica, Investigador Superior del Conicet, Profesor Honorario de la Universidad Nacional de Rosario y Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Academia Norteamericana de Microbiología. Además, desde hace dos años es integrante de la Organización Europea de Biología Molecular.
- Su conferencia se tituló “El compromiso de hacer buena ciencia, incluso en la adversidad”. ¿Cómo se logra eso?
- En primer lugar debemos mantener una fuerte vocación y realmente querer investigar. Mientras, hay que hacer todos los esfuerzos posibles para conseguir subsidios y financiación de maneras no convencionales. En el instituto donde yo trabajo la mayoría del dinero es internacional porque ofrecemos una calidad científica. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos financió muchos proyectos en la Argentina, aunque ahora la ciencia en Estados Unidos también está bastante cascoteada (risas). En el caso de Santa Fe, la provincia brinda un complemento por medio de agencias de financiación, a partir de leyes de ciencia y tecnología. Ahora se está tratando una ley de mecenazgo científico.
- ¿Cuál es la conclusión entonces?
- Necesitamos utilizar la imaginación más que nunca y resistir, porque siempre que llovió, paró. Hubo períodos terribles y todo es cíclico, por eso digo que a esta película de terror que está ocurriendo ya la vimos. Entonces me gustaría transmitirle a la gente que no decaiga el ánimo. En Rosario lo que decimos, un poco en broma, es que hay optimismo sin esperanza. Creemos que no se va a solucionar el problema, pero hay que ser optimistas y debemos infundir ese optimismo a nuestros grupos de investigadores.
- ¿Cómo describe esos períodos terribles a los que hace referencia?
- Momentos de desfinanciación de la ciencia tuvimos varios. En mi caso, estudié e hice mi tesis de doctorado en Tucumán, durante el Operativo Independencia y la dictadura militar. Eran tiempos mucho más difíciles porque había una represión indiscriminada y desaparecidos. Esa inseguridad era peor para los jóvenes, siempre eran sospechosos los estudiantes y quienes trabajaban en la universidad. Después vino la primavera democrática del gobierno de Alfonsín, que estaba interesado en apoyar la ciencia pero no tenía ninguna experiencia; estaba cerrada la carrera de investigador, las becas eran ínfimas y los sueldos, horribles. Y luego, durante el menemismo, Cavallo mandó a lavar los platos a una investigadora del Conicet. Finalmente, el 2001 fue un desastre.
- ¿Cómo analiza este momento?
- Se trata de desprestigiar a los científicos. Durante su campaña el Presidente dijo que quería cerrar el Conicet y lo que tenemos ahora es la paralización de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que tenía un fondo por ley para financiar proyectos de investigación.
- El Gobierno sostiene que es el sector privado el que debe hacerse cargo...
- Las cosas no funcionan así. Para que se desarrollen todo tipo de empresas de base tecnológica se necesita una formación básica que te da la posibilidad de producir novedades. Es la única manera de sacar adelante el país. A esa innovación la dan las universidades, el Conicet, la investigación. Los empresarios no tienen que invertir en la ciencia muy básica porque no les da dinero inmediatamente. Es un deber del Gobierno, para que después esa gente formada sea la que pueda integrarse y formar parte de una empresa. En Rosario y otras zonas de Santa Fe se formaron muchísimas empresas de base tecnológica con investigadores jóvenes que se formaron en las universidades y en los institutos del Conicet. Ahora son socios de empresas y reciben dinero del sector privado.
- ¿A qué atribuye esta actitud del Gobierno?
- Si uno le comunica al ciudadano común que la investigación no tiene sentido, que la investigación es un lujo y no una prioridad para el Estado, entonces el ciudadano en general se va a desilusionar de los investigadores y va a apoyar que no los financien. Pero digamos que el dinero que se quita es ínfimo, en estos momentos creo que lo que se ejecutó fue el 0,13% del PBI, mientras está en vigencia una ley que preveía un aumento paulatino de los fondos para investigación.
- ¿Se puede pensar un modelo de país sin un sistema científico propio?
- Es imposible, porque de lo contrario vamos a tener un país dependiente de los descubrimientos tecnológicos de los países centrales. Argentina es periférica, pero somos uno de los países que mejor y mayor inversión ha hecho en Latinoamérica, tenemos premios Nobel en química y en medicina; hay una formación básica muy importante. Es un deber de los países que la ciencia sea financiada por el Gobierno.
- ¿Qué cuota de responsabilidad les cabe a los científicos cuando deben visibilizar su trabajo?
- Los investigadores siempre han trabajado en soledad y por eso eran parcos. Durante mucho tiempo, cuando no hubo financiación de la ciencia, cada uno se encerraba en su laboratorio y trataba de salir adelante como podía. Siempre digo que la investigación nació como un proyecto de francotiradores, porque cada uno hacía lo posible por su cuenta. Uno de nuestros premios Nobel, Bernardo Houssay, se preocupó muchísimo por la difusión de la ciencia y fue el fundador del Conicet; mientras que otro, como Luis Federico Leloir, para mí el ejemplo de investigador que hubo en Argentina, era más bien callado, tenía un carácter “para adentro”.
- Mucha gente no conoce para qué se investiga o cuál es la utilidad de un proyecto..
- Hay un libro que se llama “La utilidad del conocimiento inútil” donde se destaca filosóficamente que la ciencia es guiada por la curiosidad y ese conocimiento que parece inútil luego se transforma y genera entrada de dinero para los países. Pongamos el caso de Einstein y la teoría de la relatividad: era lo más básico e incomprensible y con ese fundamento hoy funcionan los GPS. Hay muchos tipos de investigación básica y eso se vio durante el brote de covid, con investigadores que hicieron ciencia guiada por la curiosidad; sin eso no se podría haber desarrollado la vacuna.
- Por lo general los más criticados vienen siendo sus “primos” de las ciencias sociales. ¿Por qué?
- En realidad no son es mis “primos”, porque estoy casado con una investigadora de gran trayectoria en las ciencias sociales (risas). Pero para mí son mal llamadas ciencias sociales, porque unos hacen lingüística, otros psicología, otros filosofía, otros historia, etcétera. Todo eso tiene un valor muy grande, y eso que la financiación que se necesita en muchos de esos casos suele ser menor, ya que por lo general no se necesita equipamiento.
- ¿Cómo siente este regreso a la provincia?
- Para mí es un honor que la Universidad Nacional de Tucumán me haya invitado. En Jujuy no había universidad, entonces me vine para acá. Mis padres tenían un presupuesto muy restringido, mi papá sólo llegó al segundo grado del primario y acá una tía podía alojarme en su casa. Después conocí a otra gente y pudimos alquilar entre muchos estudiantes. Estudié aquí en la Facultad de Bioquímica, tuve una excelente formación e hice muy buenos amigos. Me doctoré con la dirección de Carlos Farías y en 1985 salió un cargo de profesor titular con dedicación exclusiva en Rosario. Yo quería formar mi propio grupo de trabajo, así que con mi esposa nos arriesgamos y nos fuimos.